Candentibus organis

Santa Cecilia

Santa Cecilia (1615-20), Matteo Rosselli

No soy de onomásticas, sino de cumpleaños: con estos últimos se celebra la fecha en que vino al mundo la persona homenajeada, mientras que el “día del santo” hace referencia al santoral católico, una lista de personajes considerados venerables por una institución y dioses o semidioses por muchos de sus fieles, pero no representativos para la cuarta parte de la población de España, que se declara atea o de otra religión.

Tampoco soy de Santa Cecilia, sino del Día Mundial de la Música, más universal, incluyente y adecuado a un mundo global y una sociedad multicultural.

Aún así, por cariño más que por convicción, acostumbro felicitar a mis seres queridos en el día de su santo, por lo menos cuando se trata de una fecha conocida por todo el mundo, y en el día de Santa Cecilia a los que, dedicándose a la música, celebren éste como suyo.

De todas formas, no deja de ser curioso que la que se considera patrona de la música no tenga relación con la música misma: a pesar de una abundante iconografía que la representa sentada al órgano, ni sabía tocar este instrumento musical ni era música. La razón de este equívoco se debería a un error de transcripción de una palabra que a su vez causó un error de traducción que se remonta a la Edad media y ha perdurado hasta nuestros días.

Cantantibus organis, Cecilia virgo in corde suo soli Domino decantabat dicens: fiat Domine cor meum et corpus meum inmaculatum ut non confundar.

La primera de esta palabra en realidad sería, en los códigos más antiguos, candentibus. La traducción resultante pasa a ser de la tierna:

Mientras sonaban los instrumentos musicales, la virgen Cecilia cantaba en su corazón a su único Señor diciendo: que el Señor haga inmaculados mi corazón y mi cuerpo para que no quede yo confundida.

a la trágica:

Bajo los instrumentos de tortura incandescentes, la virgen Cecilia cantaba en su corazón a su único Señor diciendo…

Aún así, a pesar de los errores históricos y lingüísticos, indudablemente prefiero la iconografía clásica, con la joven tocando y cantando, que imaginarla torturada con hierros candentes.

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