De Jeanne Hersch

"Tendemos a imaginar la eternidad como un tiempo muy, muy largo, que prolongamos en el pasado y en el futuro tan lejos como nos es posible, e incluso más allá. Esta imagen no es adecuada. No sugiere la eternidad, sino más bien el tiempo... y una vez más el tiempo... Mientras que el presente que dura deviene, por así decir, una especie de miniatura de eternidad.
         Posiblemente gracias a esta miniatura los hombres han podido crear, dentro de la música, una melodía. La melodía, en efecto, exige una duración. Es necesario que el pasado se reúna con el presente y que en el presente se espere el futuro. En esto, precisamente, consiste la melodía, y esta sólo es posible porque poseemos la extraordinaria capacidad de imaginar, e incluso, en cierto sentido, de vivir esta especie de miniatura que acabo de mencionar. Esto es lo que permite que la música sea, a la vez, libre y necearia, a la vez imprevisible y sujeta a lo que es su naturaleza. La música se parece en esto a la catarsis de la tragedia griega, al final trágico que resuelve la contradicción, no en el sentido de una solución racional satisfactoria, sino en el de una purificación apaciguadora. La música no anula la contradicción, la sustantiva."
en "¿la música trasciende el tiempo?"
 de "Tiempo y música".

De John Blacking

"En un mundo de crueldad y explotación como el nuestro, en el que en aras del beneficio económico proliferan la mediocridad y el fraude, es necesario entender por qué un madrigal de Gesualdo o una Pasión de Bach, una melodía de sitar de la India o una canción africana, el Wozzeck de Berg o el War Requiem de Britten, un gamelán balinés o una ópera cantonesa, una sinfonía de Mozart, Beethoven o Mahler pueden ser profundamente necesarios para la supervivencia humana, al margen del mérito que puedan tener como ejemplos de creatividad y progreso técnico.  Es también necesario  explicar por qué, en determinadas circunstancias, una "sencilla" canción "popular" puede tener más valor humano que una "compleja"  sinfonía."


en "¿Hay música en el hombre?"

De John Blacking



"En un mundo de crueldad y explotación como el nuestro, en el que en aras del beneficio económico proliferan la mediocridad y el fraude, es necesario entender por qué un madrigal de Gesualdo o una Pasión de Bach, una melodía de sitar de la India o una canción africana, el Wozzeck de Berg o el War Requiem de Britten, un gamelán balinés o una ópera cantonesa, una sinfonía de Mozart, Beethoven o Mahler pueden ser profundamente necesarios para la supervivencia humana, al margen del mérito que puedan tener como ejemplos de creatividad y progreso técnico.  Es también necesario  explicar por qué, en determinadas circunstancias, una "sencilla" canción "popular" puede tener más valor humano que una "compleja"  sinfonía."


en ¿Hay música en el hombre?,
Alianza editorial, 2006.

De Paul Auster

"[...] Entre todas las ocupaciones de su vida, tocar la batería es con la que más disfruta. Fue un niño revoltoso, un alborotador indisciplinado y desmedido, de agresividad torpe y dispersa, y cuando sus padres le regalaron una batería en su duodécimo aniversario, con la esperanza de que sus impulsos destructivos adquiriesen una forma distinta, su intuición resultó acertada. Diecisiete años después, su colección ha pasado de las piezas básicas (caja, tam-tam 1 y 2, tamboril, bombo, platillo, platillos charlestón) a incluir más de dos docenas de tambores de diversas formas y tamaños procedentes de todas partes del mundo, entre los que se cuentan ejemplares de murumba, batá, darbuka, okedo, kalangu, rommelpot, bodhrán, dhola, ingungu, koboro, ntenga y tabor. En función del instrumento, toca con baquetas, mazas o a mano limpia. Su armario de instrumentos está lleno de accesorios como campanas tubulares, gongs, rombos, castañuelas, cencerros, campanillas, tablas de lavar y kalimbas, pero también toca con cadenas, cucharas, guijarros, papel de lija y sonajeros. El grupo al que pertenece se llama "Mob Rule" (La ley de la calle), y hacen un promedio de dos o tres sesiones al mes, principalmete en pequeños bares y clubs de Brooklyn y el bajo Manhattan. Si ganaran más dinero, dejaría gustosamente todo lo demás y se pasaría el resto de la vida viajando por el mundo con ellos, pero apenas sacan lo suficiente con que cubrir los gastos del local de ensayo. Le encanta el sonido áspero, discordante e improvisado que crean -el funk paliza, como a veces lo llama-, y no les faltan seguidores leales. Pero no son suficientes ni de lejos, de modo que se pasa la mañana y la tarde en el Hospital de Objetos Rotos, enmarcando carteles de cine y reparando reliquias fabricadas durante la niñez de sus abuelos."

de "Sunset Park", de Paul Auster.




Murumba



Batá








Darbuka





Okedo





kalangu



Rommelpot



 Bodhrán



Koboro




Ntenga



Tabor