La letra actual de la canción describe de forma impecable las instrucciones de un juego de corro. Sin embargo, una de las letras iniciales de esta canción, también empleada para esta variedad de juego, tiene que ver con la notoriedad que adquirió el citado Antón nada menos que por el asesinato y descuartizamiento de su mujer. Un crimen de violencia de género, vamos.
Antón, Antón, Antón Perulero /
mató a su mujer, la hizo pedazos /
la sacó a vender por cuatro dineros /
la gente decía: oh! qué buen carnero/
y era la mujer de Antón Perulero.
No es la única canción tradicional infantil con una letra terrible sobre este mismo tema. Recuerdo que una canción muy simple que me enseñó mi madre y que si no fuera por la letra sería perfecta para introducir la negra con puntillo y corchea, decía así:
El verdugo Sancho Panza
ha matado a su mujer
porque no le da dinero
para irse, para irse al café.
Kodaly decía que la canción tradicional es la lengua musical materna. Si esto se puede considerar válido para melodías y ritmos, habria que aceptar también que muchas de las letras de esas mismas canciones condensan los principios ideológicos dominantes metidos de tapadillo, con una evidente función de transmisión adoctrinante. Los niños cantábamos mil veces estos mensajes con la misma indiferencia acrítica con la que nos creíamos el cuento de los Reyes Magos.
Un debate recurrente en estos temas es el del respeto a la tradición. Con frecuencia he tenido discusiones sobre la licitud del cambio de una letra tradicional que presuntamente es sagrada, y que debe conservarse aún cuando propague valores en abierta contradicción con los que hoy defendemos. Esta postura se ve reforzada por el hecho de que una de las funciones de la educación musical básica es precisamente preservar la memoria de la canción tradicional.
Frente a esto creo que cabe oponer dos argumentos: por un lado, la canción popular es dinámica, como toda tradición oral, y registra infinitas variaciones melódicas, rítmicas y de letra tanto en el tiempo como geográficamente. Pero mucho más importante es ser conscientes de los mensajes que enviamos subliminalmente, ocultos en letras aparentemente inofensivas, que esconden posiciones sexistas, racistas o insolidarias. Proponer la modificación o incluso la invención de nuevas letras es una forma de reinventar la tradición y realizar, al mismo tiempo, un imprescindible examen crítico de ideologías que ya no merecen soporte alguno.
Frente a esto creo que cabe oponer dos argumentos: por un lado, la canción popular es dinámica, como toda tradición oral, y registra infinitas variaciones melódicas, rítmicas y de letra tanto en el tiempo como geográficamente. Pero mucho más importante es ser conscientes de los mensajes que enviamos subliminalmente, ocultos en letras aparentemente inofensivas, que esconden posiciones sexistas, racistas o insolidarias. Proponer la modificación o incluso la invención de nuevas letras es una forma de reinventar la tradición y realizar, al mismo tiempo, un imprescindible examen crítico de ideologías que ya no merecen soporte alguno.