Eduard Grieg: la búsqueda de una identidad nacional (José Antonio Coso M.)
Entre notas de Carlos Sala Ballester
Tengo que confesar que hasta hace unos meses no sabía quién era José Iturbi, a pesar de que ya había estado varias veces en una calle marbellí que está dedicada a él. En realidad tampoco sabía que la calle tenía ese nombre: para llegar al CEP Marbella-Coín, allí ubicado, me bastaba con las indicaciones del camino a seguir, sin necesidad de conocer la dirección.
Fue cuando empecé a trabajar en ese mismo CEP, hace poco más de cinco meses, y añadí la dirección postal a mi firma automática en el correo electrónico, cuando me surgió la curiosidad de saber quién era este señor de apellido vasco al que estaba dedicada nuestra calle. Fue una gran y agradable sorpresa descubrir que había sido un músico. Por otro lado, también me sentí un poco incómodo por no conocerlo, ya que tuvo una carrera espectacular, llegando a ser uno de los pianistas y directores más famosos de su época. Como disculpa parcial por mi ignorancia, sólo puedo alegar que hasta unos años después de su muerte -ocurrida hace exactamente 32 años, a la edad de 85- yo todavía vivía en Italia, donde su popularidad no era la misma que en España, ya que nació en Valencia, o que en Estados Unidos, donde su éxito tomó proporciones de auténtico triunfo.
En el amplio repertorio de Iturbi destacaba lo que le permitía demostrar su gran virtuosismo: los principales conciertos para piano y orquesta clásicos y románticos, que solía dirigir él mismo a la vez que tocaba la parte del solista (más adelante veremos un ejemplo) y, naturalmente, Liszt (1 y 2) y Chopin.
Obviamente, otro caballo de batalla de Iturbi era la música española, por ejemplo Falla y Albéniz:
La popularidad del músico valenciano llegó a su máxima cota en los años cuarenta, cuando participó como actor en siete películas musicales en las que se interpretaba a sí mismo. Por su contribución a la industria del entretenimiento audiovisual, tiene una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood.
En un fragmento de una de estas películas, Music for Millions, traducida al español como Al compás del corazón, es donde podemos verle en el doble rol de solista-director.
La experiencia cinematográfica de Iturbi terminó en esa década en la que había empezado, pero su incansable actividad concertística prosiguió hasta pocos meses antes de ese fatídico 28 de junio de 1980.
Hoy, además de esa efeméride, es una de mis últimas visitas diarias a la calle Iturbi, pues la plaza que conseguí en el CEP en la convocatoria del otoño pasado sólo era para este año y la siguiente, que a estas alturas debería ya estar resuelta, todavía no ha salido (lo cual, en este período de recortes salvajes en todos los servicios públicos, no es buen presagio). Eso sí, seguramente volveré de vez en cuando a mi CEP para aprovechar su oferta formativa y colaborar en lo que pueda.
A pesar de su brevedad, me voy contento por haber tenido la oportunidad de realizar esta experiencia tan enriquecedora, personal y profesionalmente, aunque ya presiento una gran nostalgia de mis compañeros y compañeras, que tan bien me han acogido y acompañado en este período. Para combatirla, cierro mis ojos y con mi imaginación me levanto de mi silla y recorro todo el CEP, despacho por despacho, mesa por mesa, hasta la puerta de salida para agradecerles a todos ellos y ellas, además del cariño que me han demostrado constantemente en estos últimos meses y que sean las personas tan estupendas que son:
Ha terminado mi paseo imaginario: ya estoy fuera del CEP, en medio de la calle José Iturbi.
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Hace unos meses hablamos de Edvard Grieg con ocasión del aniversario de su nacimiento. Hoy volvemos a este compositor noruego porque es el aniversario de su muerte, ocurrida hace 104 años en su ciudad natal, la pintoresca y fascinante Bergen.
En la época de Grieg, en toda la periferia musical (y por periferia entendemos lo que no fuera Italia, Alemania o Francia, países que hasta ese momento prácticamente mantenían un auténtico monopolio de la música culta y la exportaban a los demás) se desarrollaron escuelas musicales que enriquecían la tradición clásico-romántica con las melodías y los ritmos propios del folklore local. Grieg fue el máximo representante en su país de esa corriente emancipadora, incluyendo, además de esos elementos propiamente musicales, también otros extramusicales, entre los cuales están las evocaciones del paisaje de su tierra -sobre todo en sus piezas breves para piano- y la literatura poética y dramática de Bjørnson y de Ibsen.
Y a propósito de este último, volvemos a su Peer Gynt, obra teatral para la que Grieg escribió la música de escena de la que extrajo posteriormente dos suites. Entre los números contenidos en la primera de estas suites, además de En la gruta del rey de la montaña, de la que hablamos en la entrada a la que nos referíamos al comienzo, está La muerte de Aase (Aase es la madre de Peer), un increíble ejemplo de cómo se puede conseguir un intenso lirismo sin utilizar ni una melodía expresiva per se ni efectos tímbricos, más allá de las sordinas con las que toca la sección orquestal de cuerda, mientras los demás instrumentos permanecen en silencio. Si miramos la partitura notaremos cómo consigue Grieg compensar la escasa consistencia de la melodía con una sólida estructura armónica, cinco voces que llegan a duplicarse en la frase más intensa, que no es en realidad sino la segunda reiteración de la frase inicial (la primera se presenta en la dominante de si menor, la tonalidad del comienzo).
De la misma manera que alcanza progresivamente y casi de la nada esa impresionante tensión, Grieg la relaja hasta anularla con repeticiones a la tónica y a la dominante (esta vez inferiores) de un motivo descendente y cromático que utiliza el ritmo del anterior. El efecto es de una terrible melancolía y una profunda resignación.
No sólo la armonía, sino también la dinámica, anotada con sumo cuidado entre el pianissimo y el mezzoforte, es clave para conseguir ese emocionante resultado, la descripción musical de un dolor tan íntimo e intenso que difícilmente se puede describir con palabras. Escuchémolo en la interpretación de la Oslo Camerata.
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