Hoy os anunciamos que nace 3Dkawa. Tal y como veníamos antecediendo por redes sociales, la familia crece y ahora añadimos un nuevo blog en el que trataremos las STEAM (Ciencias, Tecnología, Ingeniaría, arte y Matemáticas) desde el punto de vista de la educación (Primaria y Secundaria) con la premisa de hacerlo de manera muy sencilla y básica. En este nuevo […]
Datos del grupo y de los componentes (Datos históricos, cambio de componentes) Los Corvin lo formamos David Vidal (guitarra y voz), Fran Bache (guitarra y coros), Quino Tiernes (bajo y coros) y Antonio J. Calvillo (batería). Hemos formado parte de varias bandas en Sanlúcar (Fran hablando de David y Quino) desde hace 25 años (“30 Años Vista” y “Alas Rotas”) […]
Otro género periodístico que podemos diferenciar en nuestra prensa es la crítica. La critica cumple una labor de interpretación de diversos acontecimientos culturales. La crítica periodística cumple tres funciones simultaneas: informa, orienta y educa a los lectores. Suele estar escrita por especialistas en distintos ámbitos de la cultura.
Aquí tenéis un buen ejemplo de este género periodístico. Está firmada por Jesús Mantilla (para El País) y en ella comenta, con indisimulada admiración, el nuevo libro del crítico musical Alex Ross, “Escucha esto”.
Nos hemos permitido complementar el magnífico texto de Jesús Mantilla con algunos ejemplos de la música mencionada en la crítica.
“Puede que para muchos no resulte sorprendente, pero las similitudes que unen a un gran número de culturas con el lamento son impactantes. Se percibe una línea que conecta el Renacimiento, el barroco, el romanticismo, el flamenco o el blues con tantos otros. Parece como si se tratara de emular a través de la música los sonidos que el hombre emite cuando se encuentra sereno, en paz”.
Lo mismo pasará a la historia la virulencia del silencio iconoclasta que propone John Cage como el afán revolucionario popular de The Beatles. “Todos ellos y más. Las diferenciaciones han quedado obsoletas. También debemos ser conscientes de que en el siglo XIX, Beethoven era considerado serio, y Rossini, popular. Ahora, ambos son clásicos”.
“Deberíamos fijarnos en la música y dejarnos llevar por nuestro sentimiento más que ceñirnos a normas abstractas”.
(Alex Ross)
Más allá de las partituras
Encontrar y ahondar en las jerarquías sociales, montar desajustes económicos, quebrar sistemas con desigualdades configura nuestra mente de una manera un tanto pérfida y viciada. ¿Y si con la música hacemos un esfuerzo y no caemos en determinados vicios? Imaginen, como diría John Lennon, que no existe el paraíso. Resulta fácil si nos ponemos a ello. Ni tampoco el infierno… Que no hay simas, que no hay diferencias, que todo, en lo que se refiere a ese arte, viene de una imbricada y sutil conexión entre el alma, el sentido, el sentimiento y el intelecto…
Así trata de explicar la música Alex Ross, limpiando las fronteras. El crítico de The New Yorker consiguió en El ruido eterno raptar nuestra atención para la lectura y mostrarnos fuera de santidades, elitismos y clichés, alejado de los prejuicios y pegado escrupulosamente a la singularidad de los contextos, lo que aconteció creativamente entre los compositores del aparentemente arduo e indescifrable siglo XX. Y lo hizo con un rigor encomiable, con una altura de miras ambiciosa, pero con una capacidad de comunicación muy efectiva que convirtió el libro en superventas.
En su anterior ensayo, Alex Ross trazaba un recorrido fascinante por ese mundo desde que Richard Strauss estrenara su impactante Salomé hasta nuestros días. Ahora, en Escucha esto (Seix Barral), el escritor va más allá de las barreras impuestas y los géneros. Ahonda en la finísima línea que fluye y conecta de manera fascinante los cinco siglos que aparentemente separan a Monteverdi de Björk o a Bach de Led Zeppelin y a Vivaldi de Radiohead. ¿Alguien lo duda? Pues lo prueba.
EL OTOÑO, VIVALDI
LET DOWN, RADIOHEAD
Sin límites, sin exclusividades, derribando la premisa de que existen músicas superiores o más complejas que otras. No hay clases. Históricamente. Entre el barroco y el rock, entre el Renacimiento y el pop, entre los alardes románticos de Schubert y Beethoven, y el jazz o el blues, todos somos más o menos iguales.
Al fin y al cabo, venimos de la chacona. Es decir, de un baile popular elevado a los escenarios y santificado ahora por los atentos silencios de los públicos más exclusivos cuando suena desde la caja de un chelo en una suite de Bach. Pero por mucho que algunos paguen a 120 euros la entrada por disfrutar de una chacona y sea el colmo del refinamiento, esa música tiene un origen bastardo. Bach adaptó un estilo que en su día, allá por 1598, el soldado Mateo Rosas de Oquendo, después de haber pasado una década en Perú, incluyó en una lista que agrupaba dentro de las cosas con nombres que el demonio había designado. Eso fue en sus orígenes la perversa y pecaminosa chacona.
Desde esa raíz hasta nuestros días, esa danza ha efectuado un viaje interestelar a través del tiempo hasta poder apreciarse en conciertos de rock o melodías de Broadway. En un solo de guitarra de Ritchie Blackmore o de Jimmy Page, príncipes del hard rock con Deep Purple o Led Zeppelin, a las diabluras con la flauta de Ian Anderson, líder de Jethro Tull. O del jazz, también, en su carácter improvisatorio, pero sobre todo en los grupos de música antigua que la someten a intensas y emocionantes variaciones, como es el caso de Jordi Savall con su viola de gamba.
AMAZING GUITAR SOLO, RITCHIE BLACKMORE
AQUALUNG, IAN ANDERSON
Pero existe otra conexión más íntima, más pegada a los sentidos y a los silencios del alma que la música termina por exorcizar. Y es lo que Alex Ross califica como el gusto por el lamento: “Puede que para muchos no resulte sorprendente, pero las similitudes que unen a un gran número de culturas con el lamento son impactantes. Se percibe una línea que conecta el Renacimiento, el barroco, el romanticismo, el flamenco o el blues con tantos otros. Parece como si se tratara de emular a través de la música los sonidos que el hombre emite cuando se encuentra sereno, en paz”.
Se entabla un inmenso diálogo sin fin, un eco eterno de sonidos en busca de sentimiento, de estados de ánimo que relativizan el tiempo, porque son los mismos que han configurado nuestra sensibilidad desde las cavernas. “Es un proceso fascinante y misterioso, que nunca sabremos por qué se produce así ni a qué razones se debe”.
“Me encantaría que el término música clásica desapareciera de nuestro vocabulario y fuéramos capaces de encontrar otro”
Por eso, Alex Ross se adentra en las profundidades de los orígenes. Aunque la música popular está en la raíz de muchas cosas, las procedencias son incontables, enormes, inabarcables. “No creo que la música proceda de una única raíz común, aunque es cierto que nuestros orígenes como especie no se diferencian tanto. Pero desde ahí hasta ahora se han desarrollado multitud de lenguajes distintos dependiendo de los sistemas, las creencias, las religiones. Me gusta adentrarme en esas diferencias sobre todo cuando alejan al individuo de su reducto más seguro, más local, más familiar. Creo que en música deberíamos ser todos auténticamente cosmopolitas”.
Heterogéneos, eclécticos, imprevisibles, instintivos y menos racionales, impulsivos y poco reflexivos… Libres, desinhibidos, poco acomplejados, abiertos al sentimiento y no al entendimiento, que llegará —o no— después. Para eso, quizás las tecnologías nos ayuden, o nos estén educando los mecanismos neuronales para apreciar la música de modo diferente de como la hemos venido percibiendo.
Pero no hay que temer los cambios en ese sentido. Siempre ha sido igual. Cada época ha tenido y se ha adaptado a su propia manera de escuchar la música. De las fiestas populares y las iglesias a los salones del XIX, y de la intimidad del cuarto de estar con el gramófono al ensimismamiento con los auriculares y el dejarse llevar por nuestros iPods cuando conectamos el sistema aleatorio hay un mundo. “Ahora vivimos un cambio profundo en ese sentido”, avisa Alex Ross. Tiene que ver con la acumulación, con la avaricia musical. “Con todo lo que guardamos en nuestros aparatos, ya sean MP3, teléfonos u ordenadores, podemos trasladarnos de un género a otro con un clic, fácilmente. Eso hace que prestemos menor atención, que nos concentremos menos en lo que escuchamos. Y resulta un cambio profundo, pero por el momento no afecta a la actitud que el público muestra en las salas de conciertos. Allí, según aprecio, siguen prestando mucha atención incluso a las piezas de larga duración”.
Quizás los teatros, los rituales para la música en directo sean esos lugares donde no admitimos aún la profanación de las prisas, el altercado constante de la aceleración. Pero a quienes sí afecta es a los creadores. Activamente, buscando la manera de adaptarse a los nuevos soportes. Renovarse o morir. “Utilizan esos soportes incluso para componer. Pero eso no es nuevo, no hay más que recordar que los compositores, a lo largo de la historia, siempre se han mostrado líderes respecto a la tecnología, en los sistemas de sonido, en el uso de ordenadores, en las posibilidades que les ha brindado Internet. Es el resto del mundo quien ha tenido que seguirles en muchos casos”.
Leonard Bernstein dirigiendo ‘Resurrección’, de Mahler, interpretada por la Boston Symphony en Tanglewood (Massachusetts) en 1970. / Foto: Bettmann / Corbis
La lucha por la originalidad ha movido millones de partituras. La búsqueda de la diferencia ha distinguido a los grandes de los pequeños. Luego, la historia juzga. Y muchas veces en contra de las intenciones de los creadores. Muchas veces incluso injustamente, caprichosamente. En esta época de confusa catarsis general quizás resulte complicado adivinar quiénes serán nuestros grandes clásicos. Cada disciplina, cada modo y cada género tendrán los suyos. No debería imponerse un pensamiento único, un canon inapelable, se diversificarán los futuros clásicos y la música tendrá varios en cada una de sus expresiones. Lo mismo pasará a la historia la virulencia del silencio iconoclasta que propone John Cage como el afán revolucionario popular de The Beatles. “Todos ellos y más. Las diferenciaciones han quedado obsoletas. También debemos ser conscientes de que en el siglo XIX, Beethoven era considerado serio, y Rossini, popular. Ahora, ambos son clásicos”.
BEETHOVEN
LET IT BE, THE BEATLES
Pero entre las ventajas que nos brinda la posmodernidad, hay que decir que los grandes no se dan la espalda. Se buscan, se excitan creativamente, se inspiran. ¿Qué tiene que ver Karlheinz Stockhausen con Björk o con Lennon y McCartney? Que les inspira una evidente veneración. “Les une la curiosidad y la voluntad de explorar nuevos caminos. Ninguno de los tres se queda parado, ninguno ha repetido machaconamente una idea, una fórmula que les haya funcionado y se haya convertido en algo popular. Lo profundamente artístico se busca sin descanso. Son lo contrario a aquello que marca una corriente mayoritaria y se deja convertir en una marca”.Alergia al encasillamiento es lo que define a unos y a otros. Por eso se han buscado.
Ejemplos de esa rabia diferencial son lo que Ross propone en su libro. Lo que él llama la violenta elegancia de Mozart, el éxtasis de la tristeza que nos brinda Schubert, las canciones de un folk abstracto e imaginario que busca Björk, la excesiva sabiduría que encontramos en Dylan… A todos ellos les une una obsesión particular del autor. “Los creadores sobre los que he escrito están en el libro porque hacia cada uno de ellos he sentido la necesidad de ahondar, de saber más. Tanto sobre su arte como sobre sus personalidades, sin importar que estuvieran vivos o muertos”, asegura el crítico.
Entre esas obsesiones, existen rasgos comunes que le mueven a ahondar sobre ellos: “Me atrapan quienes van más allá de la esencia del género que han escogido, o quienes han roto con los cánones de manera traumática, personajes como John Luther Adams, que se retiró a Alaska para crear su vasto universo, en ejemplos como el suyo hallamos otra integridad, la de esa gente fundamental y singular que huye de todo conformismo”.
Pero esas singularidades no deben apartarnos de las corrientes que hoy, desde lugares alejados del centro de Occidente, van adueñándose de territorios supuestamente lejanos para ellos. Fenómenos que vienen de Asia o América Latina y que han conquistado la globalidad de la música más eterna con sus interpretaciones más frescas, más espontáneas, distintas.“Los públicos de la música clásica se han multiplicado en todo el mundo. Son mucho más numerosos hoy que hace cien años. El crecimiento en Asia y América del Sur es un ejemplo. Casos como el pianista chino Lang Lang o el director venezolano Gustavo Dudamel prueban que la gran tradición de la música europea puede echar raíces en distintas culturas y producir talentos extraordinarios. Me gustaría ahora conocer a los compositores de esos lugares, no solo a los intérpretes”.
Un nuevo tiempo para nuevos aires donde se trasladan los centros de gravedad. Y quizás sea el momento adecuado también para redefinir conceptos. ¿Por qué reducir la música a simples categorías y paradigmas anticuados cuando lo que nos atrapa es la mezcla, el mestizaje? “Me encantaría que el término música clásica desapareciera de nuestro vocabulario y fuéramos capaces de encontrar otro. Pero aún no he logrado hallar algún término que me convenza. A lo mejor nos hemos encallado en él. El problema más grave es que se refiere a música del pasado, a música que huele a muerto. Existen muchos creadores en activo que exploran esas tradiciones y que se convierten en invisibles porque el término clásico no puede englobarles a ellos”.
Como tampoco estaría mal que desterráramos ciertas convenciones en las salas de conciertos. Ciertas rigideces que nos alejan de la música y nos la convierten en algo antipático. Cuándo, o no, se debe aplaudir en una sala nos lleva a reflexiones de carácter histórico que quitan la razón a los públicos más frígidos, según Alex Ross. “Creo que ciertos rituales en las salas de conciertos deberían cambiar. Muchas convenciones se impusieron hacia 1900 y no han evolucionado. La prohibición de los aplausos resulta artificial y no tiene sentido en piezas como el primer concierto de piano de Chaikovski o el Emperador de Beethoven. En estas obras resulta raro y va contra su naturaleza que no se aplauda al final del primer movimiento. .Deberíamos fijarnos en la música y dejarnos llevar por nuestro sentimiento más que ceñirnos a normas abstractas”.
Como abstracción también es contar la música. Algo en lo que Alex Ross viene a ser de los pocos que consiguen la excepción de una comunicación sugerente, visceral, fascinante, divertida, jugosa. “Nunca vamos a lograr traducir la música a palabras, como tampoco se puede en otras artes. Aunque el lenguaje nos resulte insuficiente, nos urge compartir la experiencia y los periodistas representamos un papel fundamental en ese aspecto. Nuestra obligación es plantear una especie de conversación pública sobre los hechos que atestiguamos”.
Aunque ciertos géneros periodísticos anden en crisis hoy. La crítica, por ejemplo. “No está en su mejor momento, ni se la considera como en el pasado. Los periódicos ya no apuestan por ella y es un error. Se han convertido en meros espacios para el cotilleo en Internet y así se van condenando con mucha más rapidez de la que ellos mismos temen. Es hora de que ofrezcan a los lectores lo que les resulta difícil encontrar, una crítica reflexiva y extensa que les diferencie de los demás”.
“…This doesn’t happen to me ev’ryday (oh my)
Let’s spend the night together
No excuses offered anyway (oh my)
Let’s spend the night together…”
“Let’s Spend the Night Together” es una canción de The Rolling Stones escrita por Mick Jagger y Keith Richards. Apareció en la versión americana del álbum Between the Buttons de 1967.
Potente la versión de Muddy Waters que aparece en primer lugar… disfruten del maravilloso ruido de la aguja al caer sobre el vinilo, y luego déjense llevar por el gemido de esa guitarra, y por la fuerza de esa voz rajada, esos quejíos antiguos que aullan pidiendo auxilio, que constituyen la piel de todos los que temen, humanos, la llegada de la noche, y, con ella, de su mano, la soledad, esa mujer tan atractiva, cercana… y temida.
Y ahora, sus creadores, con esa frescura juvenil, que todavía conservaban antes de firmar su ya famoso pacto con el Diablo, para ser eternos, para atravesar océanos de tiempo, bailando, cantando como si nada fuera con ellos, aunque no, son muchas cosas las que van con ellos. La socarronería con la que impregnan sus movimientos es una de ellas y su idilio con el ecenario, también.
Y, por último, el Camaleón, David Bowie, el que quería adelantarse a todo para mostrarnos, él antes que nadie, todos los futuros de ciencia-ficción. Aquí estoy yo y el futuro, parece decir, de la mano de ese sintetizador que desde el principio quiere enfatizar que él nos va a mostrar otra cosa. Su travestismo estético se hace coherente, en Bowie, con el descaro rompedor que la canción no permite abandonar… a fin de cuenta ella es la que manda ( aunque Bowie, chulo como él solo, añade además partes suyas al texto original).
Letra:
My, My, My, My
Don’t you worry ’bout what’s on your mind (Oh my)
I’m in no hurry I can take my time (Oh my)
I’m going red and my tongue’s getting tied (tongues’s getting tied)
I’m off my head and my mouth’s getting dry.
I’m high, But I try, try, try (Oh my)
Let’s spend the night together
Now I need you more than ever
Let’s spend the night together now
I feel so strong that I can’t disguise (oh my)
Let’s spend the night together But I just can’t apologize (oh no)
Let’s spend the night together
Don’t hang me up just to let me down (don’t let me down)
We could have fun just groovin’ around around and around
Uno de nuestros lectores, Ismael Ponce Gordillo, nos deja esta estupenda aplicación hecha en JAVA SWT que nos sirve para registrar datos de nuestros alumnos (faltas, trabajos, exámenes…). En el archivo *.jar tenéis los archivos fuentes, el manual y el videotutorial. Funciona en Windows y Linux. Espero que os guste.
Buenas, por si tenéis ganas de probarla aquí os dejo una aplicación que he desarrollado bajo licencia de código abierto. No necesita de instalación solo tener ya instalado el JRE de JAVA, que se puede descargar gratuitamente de la página de java.com. Se puede ejecutar desde windows o linux.
En estos repositorios están las versiones para windows y linux, el manual y un video tutorial.
Ya se que está la LOPD y la LOE… y no se si puedo utilizar el nombre y apellidos de los estudiantes a los que imparto clase para realizar mi función docente.
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