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Aunque el verano haya empezado hace unos días, la fiesta popular que celebra la entrada de esta estación en el hemisferio norte fue anoche, acompañada de hogueras y, en los sitios de playa, de baños nocturnos y peticiones de deseos. Las raíces paganas de esta fiesta son muy evidentes, no sólo por el momento astronómico (el solsticio) y el protagonismo de fuego y agua (elementos purificadores), sino también por la celebración de la misma fiesta en muchos países tradicionalmente no cristianos, sobre todo del norte de Europa. Tal como ocurrió con otras festividades preexistentes, la Iglesia cristianizó la fiesta del solsticio dedicándola a san Juan, personaje que hoy destaca en el santoral.
No es el único caso en el que san Juan hace honor a su condición de bautista, es decir de “persona que pone nombre a algo“: también ha servido como pretexto para darle el nombre a las siete notas que componen la escala diatónica sobre la que se ha desarrollado nuestra tradición musical occidental.
Hasta hace aproximadamente 1.000 años, los sonidos de diferentes alturas se denominaban con las letras del alfabeto, de manera similar a la que todavía se emplea en los países anglosajones, empezando por el la (A) y terminando con el sol (G). El mayor inconveniente de este sistema es la imposibilidad de solfear las consonantes. La práctica del solfeo, bastante aburrida y frecuentemente árida desde el punto de vista pedagógico, tiene por otro lado una ventaja indiscutible: favorece la memorización de las notas de una pieza musical, algo particularmente importante para los monjes de hace un milenio, que necesitaban conocer un muy amplio repertorio de cantos litúrgicos para sus oraciones y no disponían de un sistema de notación musical suficientemente preciso.
Un monje de nombre Guido, nacido en la ciudad italiana de Arezzo, estuvo estudiando el problema del aprendizaje, el mantenimiento y la difusión del repertorio desde ambos puntos de vista: por un lado, mejorando el sistema de notación musical y, por el otro lado, inventando una forma de cantar la melodía que incluyera la información de la altura de las notas.
Los resultados de sus estudios fueron excelentes en ambas direcciones: entre sus inventos están el tetragrama -sistema muy moderno en su planteamiento ya que sólo necesitó ganar una línea para convertirse en el actual pentagrama- y la asignación de un nuevo nombre a las notas musicales, consistente en una sílaba que permitía vocalizarlas con su altura y duración exactas.
¿Cómo bautizó Guido las notas musicales? Echando mano a un himno dedicado justamente a san Juan, obra de Pablo el Diácono, que tiene una característica que lo hace especialmente adecuado para tal fin: cada nuevo verso del texto empieza con el siguiente grado de la escala diatónica.
Si observamos la partitura -en notación cuadrada sobre tetragrama- fijándonos en la clave de fa en tercera línea (se cuentan desde abajo) con la que se abre cada renglón, nos será fácil identificar la primera nota de cada verso: la nota de la sílaba UT es un do, la del RE de resonare es un re, mira tuorum empieza con un mi, y así siguiendo hasta llegar a labii reatum que comienza con un la. El si (nota menos usada en esa época por su difícil relación con el fa, hasta el punto que el intervalo resultante se solía llamar diabulus in musica) procede de las iniciales del santo, citado en el último verso: Sancte Ioannes.
El do mantuvo el nombre de ut (que sigue siendo utilizado en Francia) hasta el siglo XVII, cuando el musicólogo italiano Giovanni Battista Doni (otra vez nos encontramos con Juan el Bautista) cambió su nombre por la primera sílaba de su apellido (también hay quien afirma que usó la sílaba do pensando en la palabra domine, en referencia a la divinidad).
El siguiente vídeo es un fragmento de un documental sobre la historia de la notación musical de Howard Goodall, un compositor británico dedicado sobre todo a la música vocal y a las bandas sonoras. La película es un recurso muy útil para entender este momento fundamental dentro de la historia de la música, pues utiliza ejemplos muy claros y amenos, aunque contiene una pequeña inexactitud que no voy a desvelar, dejando que seas tú mismo/a quien se lo cuente a los demás lectores/as en un comentario.
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