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Pues bien, es muy probable que la relación de Santa Cecilia con la música tenga su origen en una mala traducción del latín, que tomó organis como órgano y no como instrumentos que bien podían ser musicales o, según otras fuentes, instrumentos de tortura… En tal caso, sin duda es mucho más bella la historia tal como quedó en un principio que, resumida, es la siguiente:
Cecilia era una joven muy religiosa que vivió entre los siglos II y III en Roma. Tan religiosa era ella, que decidió consagrar su virginidad a Dios. Pero su padre no vio en aquella forma de vida un buen futuro para su hija y le impuso matrimonio con otro joven llamado Valeriano —joven que, ¡encima! era pagano—. Así, nos podemos imaginar lo preocupada que estaba Cecilia el día del enlace cuando, mientras pensaba qué haría esa misma noche para librarse de sus obligaciones como esposa, se retiró a pensar junto a los músicos que amenizaban la ceremonia. Y aquí llega el error:
Venit dies in quo thalamus collacatus est, et, cantantibus organis, illa [Cecilia virgo] in corde suo soli Domino decantabat [dicens]: Fiat Domine cor meum et corpus meus inmaculatum et non confundar.
‘Vino el día en que el matrimonio se celebró, y, mientras sonaban los instrumentos musicales, ella (la virgen Cecilia) en su corazón a su único Señor cantaba [diciendo]: Haz, Señor, mi corazón y mi cuerpo inmaculados y no sea yo defraudada.’
Dicen que ese cantantibus organis que he resaltado en el párrafo anterior pudo ser un candentibus organis, es decir, herramientas candentes…
Pero sigamos creyendo que Cecilia, además de muy religiosa ella, tocaba el órgano y el laúd, tal como se le atribuyó en el siglo V.
Lo que viene después de la celebración del matrimonio, claro está, es la noche de bodas. Tras pensar en aquella esquinita junto a los músicos, Cecilia debió llegar a la solución: dijo a su marido que un ángel la protegía desde el cielo y que, si la tocaba como a su esposa, él sería castigado; sin embargo, si la respetaba, el ángel lo protegería igual que a ella. Valeriano, algo incrédulo, pidió pruebas de aquello a su mujer, quien le dijo algo así como
Si crees en Dios y recibes el agua del bautismo, podrás ver al ángel.
Valeriano obedeció y se convirtió al cristianismo, tras lo cual se apareció un ángel ante los dos jóvenes y los unió en matrimonio (esta vez, cristianos ambos) con rosas y azucenas.
La historia podía haber quedado ahí, pero quizá entonces Cecilia tan solo habría sido virgen y no mártir, como ocurrió más tarde cuando apareció en escena el hermano de Valeriano. Cuentan que éste último se convirtió también al cristianismo y se trasladó a la casa del matrimonio, donde por un tiempo los tres vivieron en paz y conservando su pureza.
Debió ser que ese trío no fue bien visto en la Roma de aquellos tiempos y por ello el prefecto Turcio Almaquio condenó a morir a los hermanos. De aquí se derivó una cadena de condenas a muerte en la que no me voy a parar pero que terminó, como he adelantado, en la de la propia Cecilia, quien mostró una resistencia inimaginable y en cuyos días de agonía se dedicó a las buenas acciones repartiendo limosnas entre los pobres de la ciudad. Pidió sólo una cosa a cambio: que a su muerte, su casa fuera convertida en templo.
Transcurrieron muchos años hasta su nombramiento oficial como patrona de los músicos, hacia finales del siglo XVI y la fecha elegida para su celebración fue el 22 de noviembre.
Entre las numerosas Odas a Santa Cecilia y obras similares, elijo para esta ocasión el Himno a Santa Cecilia de Benjamin Britten, que —menuda casualidad—, nació precisamente un 22 de noviembre.
¡Feliz Santa Cecilia!
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