Los alumnos, actualmente, son trabajadores por cuenta ajena. Trabajan para la sociedad. La moneda de cambio es el tiempo. La sociedad les permite tiempo fuera de la escuela a cambio del que pasan dentro de ella. A todos, sin excepción. Y en este trabajo los alumnos tienen dos superiores jerárquicos, uno dentro de la escuela y otro fuera: padres y profesores.
Los alumnos van a trabajar cada día, algunos al salir del trabajo son pluriempleados y acuden a otros trabajos bajo el nombre de instituciones educativas. Dependiendo del país el trabajo de los alumnos puede durar entre 5 y 8 horas diarias durante 5 días a la semana. Con lo que a cada hora de trabajo del alumno, la sociedad se la devuelve con 2 horas fuera del trabajo. Es decir, pasan un tercio de los días en la escuela, cuando van a la escuela. Aunque los números totales no son esos.
Haciendo unos sencillo cálculos, 8(horas) x 5(días) x 35(semanas escolares), obtenemos que pueden llegar a trabajar unas 1400 horas al año, siendo 7360 las que pasan fuera del trabajo. Es un 16% del tiempo vital en un año. Así que estos cálculos matemáticos, hechos ya por el Doctor Xavier Melgarejo en “Gracias, Finlandia”, nos vienen a demostrar la imposibilidad del sistema de formar a alumnos estandarizados, pese a su empeño.
Sin embargo, los alumnos trabajan en una empresa que quiere que todos sus empleados trabajen de la misma forma. Atendiendo como único criterio diferenciador de localización en una progresión rectilínea un momento tan azaroso como en el que las células sexuales de sus padres se encontraron. Pensar que todos los empleados de una empresa tienen las mismas competencias, capacidades e intereses adecuados para un trabajo concreto en un momento dado basándonos en el anterior criterio es como afirmar lo mismo tomando como referencia el color del iris ocular. Y no pensemos ya en el revuelo que pueden causar los trabajadores con heterocromía a la hora de asignarles tareas.
Sin embargo, no cesamos en nuestro empeño de diseñar el mejor camino posible para un alumno modelo, que por propia definición es inexistente.
Ahora bien, ¿estamos dispuestos a transformar nuestras instituciones empleadoras de la juventud para que cada uno pueda trazar su camino, guiado por sus superiores jerárquicos? Ya que actualmente son los superiores jerárquicos los que trazan el camino, supuestamente guiados por las características de ese alumno/trabajar modelo.
De nuevo, ¿sabremos enfrentarnos a la difícil tarea de no abandonar la necesaria evaluación del sistema, evaluando a los alumnos con respecto al camino trazado por ellos y no por sus superiores?
Dicen que las herramientas del amo nunca desmontan la casa del amo, por lo que es muy difícil que un sistema cuya máxima preocupación sea la capacidad de ocupar un puesto de trabajo preexistente y vacante (llámese empleabilidad) , cuyo profeta sea una evaluación del sistema (llámese PISA) creada por una organización económica (llámese OCDE), y que se decide de forma centralizada el porcentaje de qué inteligencias debe insuflarse a todos sus trabajadores (llámese currículo), pueda evolucionar hacia otro con criterios más científicos y útiles para la felicidad de sus miembros.
Léase en el orden que se quiera, pero: ¿son mulas o cívicos alumnos?