Cuando uno hojea cualquier programación descubre que hay objetivos y contenidos interesantísimos, pero que resulta difícil ubicarlos en el horario habitual del aula generalmente por falta de tiempo. Por ello, con la preocupación de estar dejando de lado aspectos importantes de la formación, intenté buscar una fórmula para poder desarrollar la capacidad autocrítica y de autoevalución dentro del calendario, que fuera “rápida” en su forma de realizar, pero diera pie a abordar determinados aspectos de manera continuada (al menos, mes a mes).
El concierto no lo constituyen exclusivamente los instantes que se pasan en el escenario, son muchas más cosas. Consiste igualmente en ser conscientes de la importancia de la constancia del trabajo y del esfuerzo para conseguir lo que se propongan, así como tomar un segundo para disfrutar de las sensaciones positivas que experimenten tras un experiencia musical en público, o transformar las negativas en oportunidades de mejora.
La denominada ficha-pre, es la fórmula que utilizo para que los alumnos se detengan unos minutos en los que pensar cómo llegamos a este momento, con qué objetivos, qué preparación o si existe algún problema que podamos anticipar y resolver. Analizando todas las circunstancias que rodean al momento de actuar en un concierto, me pregunté cómo hacer desaparecer esas sensaciones parasitarias que a menudo bloquean a los alumnos, (generalmente muy perfeccionistas, con un nivel de autocrítica que normalmente no es propia de su edad). Y sobre todo, qué método es más efectivo y les ayuda a entender que algunos “fracasos” son en realidad puntos de partida para conseguir cosas.
¿Quién no ha experimentado en alguna ocasión la frustración que se siente cuando después de mucho trabajo se sufre un ataque de pánico y uno se desmonta en el escenario? A través de experiencias cercanas y propias fui consciente de que al proponerse un objetivo concreto y concentrarse en él durante toda la interpretación el nivel de satisfacción, de concentración y de disfrute aumentaban considerablemente, lo que generalmente se traducía en mejores resultados. De esta forma, aunque se descontrolen pasajes o notas, sigue habiendo algo sobre lo que mantener la concentración y poder, a pesar de todo, sentir que se ha alcanzado alguna meta: “Bueno, no ha ido muy bien, pero el fraseo ha tenido más contrastes y las respiraciones las he realizado donde quería… Perfecto, ¡a por lo siguiente!”.
Esta herramienta se inserta en una programación de aula en la que cada alumno puede disfrutar de unos 8 ó 9 conciertos al año. Cada trimestre tiene una temática musical principal distinta y que a su nivel comparten todos los alumnos, desde 1º de EEEE hasta los cursos más elevados de enseñanzas profesionales (por ejemplo: “el trimestre de los solos orquestales”, “de las técnicas contemporáneas”, “de los tríos y cuartetos”, etc). Con ello se pretende que puedan sentir múltiples resultados y que el escenario no sea un punto de encuentro de sensaciones negativas, sino parte de la actividad cotidiana de un instrumentista. Además, esto crea una relación estupenda de confianza, camaradería y ayuda mutua entre los alumnos de distintos cursos (por el alto nivel de actividades conjuntas), de manera que se viven y se disfrutan los conciertos con otra predisposición por parte de todos.
3. Hay una tercera parte que es previsualizar que es lo mejor que podría pasar y también “qué cosas terribles podrían suceder”, y si esto ocurriera, qué sentirías.
Por un lado, verbalizamos los miedos y los relativizamos como fórmula de minimizar aquellas cosas que puedan sentir como terroríficas. Y por otro, buscamos soluciones si sus temores fueran fundados.
4. Finamente, hay un apartado abierto para que los alumnos puedan expresarse al margen de las pautas dadas mediante comentarios personales, sugerencias, etc.
[Continuará…]
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