Si los violines pudieran hablar…

Felix Mendelssohn-Bartholdy (PD Wikimedia Commons)Hace dos años celebrábamos el segundo centenario del nacimiento de Felix Mendelssohn-Bartholdy. En esa ocasión publiqué una entrada en la que inserté una línea de tiempo que aconsejo tanto a los que todavía no conozcan Dipity, la herramienta que empleé para diseñar dicho eje cronológico, como a los que quieran saber algo más sobre la biografía y la obra de este compositor alemán, pues hoy sólo hablaremos de su Concierto para violín en mi menor (clic para descargar la partitura).
He especificado la tonalidad porque Mendelssohn compuso dos conciertos para ese instrumento, pero si no lo hubiera hecho creo que nadie hubiera pensado en el otro, y no sólo porque el alemán lo escribió con sólo 13 años, sino porque éste, el en mi menor op.64, es uno de los más populares e interpretados de todo el repertorio concertístico para violín.
Es un concierto que nada más empezar nos advierte que estamos frente a una caja de sorpresas: tras sólo un compás y medio de una introducción aparentemente banal (un acorde arpegiado de violines y violas implanta la tonalidad principal mientras los timbales y los pizzicato de las cuerdas graves marcan el rítmo) entra con fuerza y expresividad el violín solista presentando el primer tema, de amplia y airosa melodía. A partir de este momento y hasta el final de la obra, el solista no para de demostrar su virtuosismo que, aunque muy espectacular y avanzado para la época, siempre está supeditado a la coherencia musical, con el resultado de una intensidad expresiva fuera de lo normal.
Prueba de su mayor interés por la música que por la técnica instrumental es el hecho de que aunque Mendelssohn sabía para quien estaba componiendo, nada menos que el gran violinista Ferdinand David, prefirió escribir la cadenza de la primera a la última nota en vez de dejar que el solista improvisara esa sección que tradicionalmente es su momento de lucimiento donde, sin más límites que su habilidad, despliega todo su arsenal de artificios técnicos para asombrar al público. En este caso no es así: la primera cadenza termina con unos acordes rebotandos en las cuatro cuerdas sobre los que la orquesta reexpone la primera sección.
El acorde perfecto que cierra el primer movimiento también incluye una sorpresa: cuando el director cierra ese acorde, un instrumentista desobedece, prolongando su nota que enlaza el segundo movimiento al primero sin solución de continuidad.
Aquí tampoco el violín solista tiene la paciencia de esperar a que sea la orquesta quien presente el primer tema, deleitándose y deleitándonos con su amplio fraseo hasta que, introducido por los metales y los timbales, llega el segundo tema, en el que el solista toca simultáneamente la melodía y su acompañamiento en forma de trémolo.
Sólo una respiración separa (o sería mejor decir une) el segundo y el tercer movimiento, formado por una brevísima sección introductoria con la cual el solista, acompañado sólo por las cuerdas, prepara el cambio de modo del menor al mayor, pues junto con el nuevo tempoAllegro molto vivace, la nueva tonalidad de mi mayor marcará el carácter del frenético final de la obra.
No tenemos grabaciones del estreno, obviamente, pero sí algo que de alguna manera nos lo puede evocar: una grabación histórica de Jascha Heifetz, uno de los más grandes violinistas de todos los tiempos, de cuyo nacimiento ayer mismo se cumplían 110 años, acompañado por otro peso pesado de la música del siglo XX: Arturo Toscanini.
El violín que usa Heifetz en esta interpretación podría ser el Guarneri del Gesù con el que Ferdinand David estrenó este concierto el día 13 de marzo de 1845 en Leipzig. Digo podría porque no puedo estar seguro de este dato, ya que Heifetz también tenía un Stradivari.
He encontrado otra versión muy interesante, esta completa, la de la violinista holandesa Janine Jansen, una interpretación cargada de energía, expresividad y precisión técnica. Además, en la parte inferior de la pantalla aparece una útil guía de la audición en un inglés básico.

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Bohemian Rhapsody

Al final de un día algo raro, en el que he batido mi récord personal de horas dormidas durante el día (más de siete), la fiebre ha remitido lo suficiente como para devolverme las ganas de mirar a la pantalla del ordenador, lo que me ha permitido dedicarme a algo aparentemente poco productivo: navegar sin rumbo por los vídeos de YouTube.

Sugerencia tras sugerencia, he llegado a un vídeo con una versión muy peculiar de uno de los mayores éxitos del rock, Bohemian Rhapsody de la banda británica Queen.

Esta canción, compuesta por el inolvidable Freddie Mercury, tiene una estructura muy diferente de las que suelen utilizarse para las canciones de música rock: una forma muy libre o como justamente dice el título, rapsódica. Se suceden, de hecho, seis secciones de muy distinto carácter: una introducción coral a cappella -algo posible gracias a la capacidad canora de los miembros del grupo, destacando sobre todas la voz prodigiosa de Mercury- deja paso a una balada que, oportunamente modificada, servirá para dar vida a la coda. Entre medias se alternan estilos tan variados como un solo de guitarra, otra parte vocal -esta vez acompañada- imitando la ópera (por algo el álbum que contiene esta canción se llama A Night at the Opera) y una sección de hard rock.

Cuando hablaba de una versión muy peculiar, obviamente no me refería al vídeo que acabamos de ver, sino el siguiente, que ha sido realizado por Joe Edmonds, un joven violinista estadounidense que ha transcrito esta canción para cuatro violines e interpretado sucesivamente las cuatro voces. En la fase de montaje, además de sobreponer las distintas grabaciones, Joe ha duplicado la parte más grave a la octava inferior, para reforzar la base armónica.

Esta entrada está dedicada a unos blogueros incipientes a los que esta mañana no he podido ver debido a la gripe: mis alumnos y alumnas de 1ºA y G.

Actualización (31/01/2011). Muchas gracias a Araceli, que me ha señalado otra versión sorprendente de esta canción, también realizada por una sola persona, aunque en este caso en directo (en TED2010) y sin ayuda tecnológica. Se trata de Jake Shimabukuro, virtuoso del ukelele, quien consigue evocar las voces y los instrumentos de la banda de rock británica sin emplear más recursos que las cuatro cuerdas de ese instrumento hawaiano.

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Profesores Innovadores

img-logo-educaredEl portal Profesores Innovadores, de EducaRed, ha publicado hoy una entrevista sobre mi experiencia con las TIC como herramientas educativas, con ocasión del reconocimiento que el Ministerio de Educación, a través del Instituto de Tecnologías Educativas (ITE), ha concedido recientemente a este blog.

Desde aquí agradezco cordialmente su interés y consideración.

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Los parámetros del sonido

El sonido se puede clasificar únicamente en base a los cuatro parámetros siguientes: la altura (agudo o grave), la intensidad (fuerte o débil), la duración (largo o corto) y el timbre (qué o quién emite el sonido).

No hay más parámetros que analizar que estos cuatro: en esto coincidimos tanto los músicos como los físicos. En lo que nos diferenciamos es en la manera de analizarlos, que  es bastante distintas dependiendo de si quien realiza la medición son los instrumentos del físico o los oídos del músico.

De hecho, mientras en el campo de la acústica, la rama de la física que estudia el sonido, se utilizan valores numéricos que cuantifican ciertas características de las ondas sonoras, como por ejemplo su amplitud o longitud, en música utilizamos sistemas cualitativos, algunos de los cuales son totalmente subjetivos: así, por ejemplo, los hercios se convierten en notas, escalas e intervalos, los decibelios en una serie palabras italianas, como forte, piano o crescendo, y los segundos en blancas, negras o corcheas.

El pasado otoño asistí al curso del ITE  Flash para la enseñanza, cuyos materiales pueden descargarse libremente para su empleo autoformativo; como tarea final realicé la siguiente sencilla aplicación, cuya finalidad es representar gráfica y acústicamente esos cuatro parámetros para facilitar su comprensión al alumnado.

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Mamá, me han robado…

CanicasYo también, al igual que Pilar Bardem, tengo algo que confesar: nunca la he visto actuar en una palícula, sólo en un cortometraje en el que se limitaba a leer. Por esto no puedo opinar sobre su calidad como actriz.

Sin embargo, no tengo ninguna duda sobre su gran calidad como madre. No ha soportado los lloriqueos de su hijo, quien lamentaba ser víctima de robo, y ha bajado a la calle, brazos en jarras, a regañarles a los que han rebatido sus feroces acusaciones ridiculizándole.

Pues no, señora, usted debería saber que ni yo ni otros le hemos robado nada a su hijo ni a usted. Y si creen que alguien lo ha hecho, denúncienlo, que para eso en una sociedad democrática están los jueces.

Pero ustedes siguen acusándome de ladrón y exigen (y consiguen… lo que cunde un simple corto) que cada vez que compro una bolsita de canicas tenga que darle dos o tres a su hijo, por si acaso le hubiera robado alguna de las suyas.

Al contrario que a usted, a su hijo sí le he visto actuar en un par de películas (una en la tele, pagada con mis impuestos y aguantando publicidad, y otra en el cine, pagando mi entrada y aguantando el ruido del vecino comiendo palomitas). Además le he pagado, a su hijo y a usted, cada vez que me he comprado un ordenador que sólo contiene software libre y contenidos originales o copyleft, un disco duro para respaldar dichos contenidos, un teléfono con sistema operativo libre conectado a servicios de música y vídeos online gratuitos y totalmente legales, una cámara de fotos y una tarjeta de memoria para retratar a mi familia y mis amigos, un CD o DVD virgen para guardar mis trabajos y un largo etcétera. Y encima, no satisfecho con aprovecharse de esa norma totalmente injusta, su hijo me llama ladrón, a mi y a muchos millones más de usuarios de la Red.

Hay otra cosa que me extraña: que usted, con las cinco o seis horas diarias que pasa en Internet, no haya leído la respuesta de la Asociación de Internautas a Alejandro Sanz, otra persona convencida de que a su alrededor todos vivimos deseando disfrutar gratis de sus creaciones. Aquí tengo que hacer otra confesión: sí que he escuchado gratis las canciones de este señor, más de una vez y muy a mi pesar, pues con frecuencia salen de los potentes altavoces de ciertos coches tuneados de los que es difícil decir si son más dañinos para la vista o para el oído.

En fin, señora Bardem, la solución al problema de la industria del entretenimiento audiovisual no consiste en cerrar las webs sin orden judicial, esto es, de manera totalmente antidemocrática, sino en reformar adecuadamente la Ley de Propiedad Intelectual, anclada a una época que terminó hace mucho y que, en la actual sociedad de la información y el conocimiento, perjudica gravemente al derecho universal a la cultura sin favorecer en absoluto a los creadores, sino sólo a ciertas organizaciones que, de manera totalmente arbitraria y nada transparente, se reparten la mayor parte de los beneficios de esas injustas recaudaciones.

P.S.: Mis lectores habituales me perdonarán estas aparentes divagaciones del tema principal de este blog. En realidad, la razón para insistir sobre este tema en este lugar es que mis alumnos y alumnas necesitan una Internet libre y neutral para conseguir una plena ciudadanía digital.

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