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Entre las obras de Antonio Vivaldi hay una cuyo título es Il cimento dell’armonia e dell’inventione, una colección de doce conciertos para violín y bajo continuo. Los primeros cuatro de esos conciertos son tan famosos que tanto las partituras como las grabaciones son casi siempre publicadas separadamente bajo el título de Las cuatro estaciones.
Esta “colección en la colección” no es arbitraria, pues esos primeros cuatro conciertos tienen en común una característica muy interesante: el músico veneciano los compuso basándose en otros tantos sonetos que él mismo escribió, intentando recrear con música las imágenes evocadas por el texto. Así, por ejemplo, el poema que dio lugar al tercer concierto, dedicado a la estación que hoy tiene comienzo en el hemisferio norte, nos presenta imágenes otoñales de la campiña, empezando con las fiestas y los bailes por la buena vendimia, siguiendo con los resbalones y el sueño de los que se han excedido con el vino y terminando con escenas de cacería, en las que aparecen armonías típicas de los cornos y disparos de escopetas.
La interpretación que he elegido es la de un violinista que está entre mis preferidos, un jovencísimo Nigel Kennedy, que ya hemos tenido ocasión de escuchar en este blog, tocando el concierto de otra estación, El invierno, y el doble concierto de Bach.
El estribillo del primer movimiento de este concierto lo he arreglado para flauta dulce de manera que mis alumnos y alumnas de primero de ESO puedan ensayar el si bemol de manera entretenida y agradable.
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Hoy día todos podemos comer deleitándonos, junto con nuestros huéspedes, con un fondo musical o, si estamos solos, podemos acompañar el rato en la mesa con una escucha atenta de algunas obras musicales. Obviamente eso ha sido posible por la invención y popularización de los aparatos de grabación y reproducción musical. Antes de que eso ocurriese, la música sólo alegraba las mesas de las clases altas, que podían permitirse disponer de músicos a su servicio para tocar cuando quisieran. En realidad también el pueblo llano podía disfrutar de momentos similares, pero sólo muy de vez en cuando, con ocasión de fiestas populares.
En ambos escenarios, tanto en las cortes y en los palacios como en las plazas y en las eras, la música era muy demandada para animar las reuniones gastronómicas y, en consecuencia, se creó un género específico, la música de mesa o, en alemás, Tafelmusik.
En este género destaca una obra de Georg Philipp Telemann, músico del que hoy celebramos el aniversario de su muerte, ocurrida en 1767, cuyo título es justamente Tafelmusik. Más que de una única obra, se trata de una colección de obras como sonatas a dúo, trío y cuarteto, suites de danzas y conciertos para instrumentos solistas. Justamente esta última es la forma de la obra contenida en el vídeo siguiente, el Concierto en Fa para tres violines, cuerdas y bajo continuo, interpretado por los y las estudiantes de los cursos de perfeccionamiento en instrumentos de cuerda del Osaka College of Music. La grabación es de hace un mes y medio.
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