Veinte cosas que te pasarán si eres maestro o profesor de Música

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—¿Naves de ataque incendiándose más allá del hombro de Orión? ¡Bah! Si yo te contara...

Pues vuelvo por aquí, que he tenido y sigo teniendo un motivo precioso para estar y seguir perdido: la llegada a mi vida de la cosa más preciosa y maravillosa del mundo, la galaxia y el multiverso: mi hija Ariadna. Dicho queda :-)

Como veis, estreno de paso diseño y lo unifico con mi MusiBlog de Aula, por si alguno pensaba que no era el mismo autor. Hasta tengo ya un about.me y todo: https://about.me/pablodelpozo. Y ojo, que cualquier día weeblizo Demasiadas Notas, el blog de música sin más al que también estáis invitados.

Bueno, a lo que vamos. A todos los profes y maestros nos han pasado cosas parecidas: hemos visto caligrafías y ortografías que habrían conmocionado a Rutger Houer el replicante, sabemos que las cosas son ciertas en función de si salieron en Los Simpson (benditos ellos), conocimos a padres de seres d̶i̶a̶b̶ó̶l̶i̶c̶  disruptivos que creen serlo, sin embargo, de ingenuos angelitos...

Todo eso es muy interesante, pero nada puede compararse a las experiencias de "el de música" o "la de música" de cada centro educativo. Sirva de homenaje a mis compañeros de armas el compendio de las mismas que a continuación recopilo:

1. Escucharás una y otra vez lo de ¿para qué voy a estudiar música si yo no voy a ser músico?

Por aquí hay que empezar, claro: ¿qué profesor o maestro de música no ha sufrido y sufre esta sentencia lapidaria, espetada o escupida en su cara cada cierto tiempo? ¿A que te has defendido a la desesperada preguntando quién de ellos va a ser matemático, biólogo o lingüista? ¿Y para qué vas a comer si nunca estudiarás para chef?

Confiésalo, te acuestas por las noches pensando que eres un proselitista, o peor, un elitista. Que igual habrías hecho mejor dedicándote a algo más útil para la sociedad. Qué sé yo... bombero, cartógrafo marino, numismático, cualquier otra cosa.

Vale, luego te pones la presentación hit de María Jesús Camino y tal vez te animas un poco, de acuerdo. Visitas más blogs de compañeros y piensas que, en efecto, hay más por ahí como tú, que no predicas solitario en tu desierto. Te acuerdas de los griegos, de la constitución suiza y hasta del quadrívium medieval. Paseas por la calle, enciendes la televisión, compruebas que hay música por todas partes, en todos los pueblos, en todas las culturas. Que los sonidos se saltan las fronteras, que la gente se tiende la mano con ellos, que un mundo sin música sería una película de terror: ¿y cómo no podemos ser útiles, entonces?

Pero tarde o temprano vuelve a aparecer ese lindo chaval que te da a entender que no piensa estudiar ni portarse bien clase "porque no va a ser músico". Ojo, que no es él el que te lo dice: son sus padres, amigo mío, es parte de la sociedad la que te habla...

2. ¿Tú también, Bruto?, pensarás en más de una ocasión.

... Pero lo que más te duele es cuando parte de esa sociedad la conforman tus propios compañeros: ¿quién no se ha sentido humillado en alguna reunión de evaluación al decir de aquel que considera que tu asignatura no es importante? Igual no lo hace de forma explícita, aunque también puede ser, pero sí presionándote con las notas que pones, y no me refiero a las musicales; en el mejor de los casos, haciendo ese recuento de cara a septiembre en el que a zutanito le quedan dos, pero una es música; o cuando creen que lo único que hacemos y, de hecho, lo único que debemos hacer, es organizar eventos y fiestas varias de cara a la galería.

3. Te aliarás con el o la de Plástica.

Menos mal que también hay profes melómanos y defensores de las humanidades en general. También están aquellos que te invitan a café a cambio de que les recomiendes un buen libro, un buen podcast o una buena escuela de música; esos que, ya crecidos, se dan cuenta de la mierda de educación musical que recibieron, y así, cortéstemente, te piden ayuda y de paso te demuestran cierta consideración y cariño.

Y, por supuesto, menos mal que están también nuestros grandes aliados: los de plástica. Por afinidad artística y emocional, y por la cuenta que nos trae...

4. Te alegrarás más cuantos más frikis tengas en clase.

Metaleros de chupa negra, aficionados a los zombis, seguidores de series manga, vosotros que sí sabéis quiénes son Los Ramones y os reís de quienes se ponen la camiseta de marras sin tener ni idea de su existencia; vosotros, amantes de músicas no comerciales, amantes de lo desconocido, almas aventureras; vosotros, en definitiva, que también sufrís día a día el desprecio por mostraros autónomos...

¡Sed bienvenidos a clase de música!

Y los demás, ¡temed, que si os descuidáis os vamos a convertir!

5. Intentarás que tus alumnos interioricen que hay más de dos compositores en la historia.

Los dos no son otros que Mozart y Beethoven. Pon cualquier día del año cualquier audición al azar: da igual que sea un madrigal de Monteverdi, una ópera de Wagner o un saltarello medieval... y entonces, pregunta a la clase: ¿de quién creéis que es esto?

—¡De Mozart!

Siempre hay varios que dicen eso. Da igual que ya lleves un año con ellos, no te frustres, es así. Puedes hasta poner la película de Amadeus, que al principio también creerán que Mozart es Salieri; y hasta José II será Mozart en su primera aparición, que es con peluca y ante un pianoforte, claro.

Beethoven también se oye en las menciones, pero menos: de hecho, los hay que ni siquiera tienen claro si es un ser humano (ver punto siguiente).

6. ¿Pero Beethoven no era un perro?, oirás todos los años...

Y mira que la película original tiene ya más de dos décadas, malditas sean las reposiciones navideñas. Pero claro, luego vienen también las continuaciones (creo que son cuatro más).

De acuerdo, la mayoría lo dice de broma. Pero es que, pasados los años, empieza a estar uno ya un poco harto del maldito san Bernardo; que los alumnos vienen nuevos pero tú no, caramba. Y alguno hay, como decía antes, que hasta piensa que sí, que el perro de las narices es el Beethoven genuino. Al menos, en un primer momento, sin pensarlo mucho.
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Hete aquí al culpable de que siempre tengamos que soportar la misma bromita.

7. ... Y tendrás que explicar muy bien lo de su sordera (la del compositor, no la del perro).

Ya sabemos que es la única característica reconocible y memorable del Beethoven no cánido: de profesión, sordo. A un lado dejo quienes piensan que fue de nacimiento —mayoría aplastante—, o quienes piensan de él que su atributo era más bien la ceguera. Mozart es el que componía de niño, y ya. Las obras musicales, como que dan igual. Si son todas de ellos dos.

Ante eso, es lógico que lleguemos a Bach y lo primero que contemos es que tuvo muchos hijos, o que Handel dejó tirado a su patrón y luego este acabó siendo su rey, o que a ambos los cegó  el mismo cirujano psicópata. Que no, que Bach o Handel no son ni Mozart ni Beethoven, no tienen nada que hacer.

Ah, bueno, también existe un tal Vivaldi, pero ese solo compuso cuatro conciertos con nombre de pizza.

8. Sabrás lo que puede pasar si nombras a Antonio de Cabezón.

Así las cosas, igual uno está deseando contarles lo de este gran músico, que si es por ciegos, que no quede; pero luego no digas que no te advertí que, tras la inevitable carcajada a cuento del segundo, las risas se tornarían crueles hacia ese chavalín; sí, ese, el que ya apodaban con el apellido del célebre organista.

Igual has propiciado mobbing hablando de Renacimiento, ole tú. Pero, de momento, hay una solución para cambiarles de tema de forma brusca: mostrarles a Ibrahimovic, ese jugador de fútbol en el que don Antonio se reencarnó. Descubrí tal hecho gracias a este vínculo, juzguen ustedes con google imágenes.

9. Sucumbirás ante el himno de los Champiñones.

Y hablando de pizzas con champiñones, de fútbol y de Handel... Resulta que uno va con toda su buena voluntad buscando de nuevo complicidad con los fondos Sur y Norte de la clase, y en efecto, Zadok the priest triunfa, claro que sí. Pero luego haces una prueba de audiciones en la que pides el autor y la época, y entonces dará igual la de veces que hayas insistido en que Handel fue un autor del siglo XVIII, de cuando el fútbol no estaba ni inventado. Y a pesar de tus advertencias, guiños y/o súplicas, pues alguno va y lo pondrá, sí, no hay forma de evitarlo:

—Eso es la Champiñons Lig.

10. Te verás obligado a insistir en que los contratenores y los sopranistas no han sido mutilados en modo alguno.

Volviendo a Handel de nuevo, si pones ese pasaje del Lascia ch'io pianga de la película Farinelli, alguno de tus alumnos pensará, además, que el que sale en el vídeo es un castrato grabado en pleno siglo XVIII.

Pero da igual que luego les pongas a Jaroussky vestido del siglo XXI. También preguntarán si...

11. Pondrás trampas con el piano y con la flauta travesera.

¿Hablamos de más advertencias, guiños y súplicas? Deja a un lado tu venilla de antropólogo musical relativista: me refiero a que no me digas ahora que en realidad esto son clasificaciones occidentales y tal... Que sí, que yo opino como tú, pero prueba, prueba: ponles un examen en la que tengan que clasificar al piano o una flauta construida en metal. Así sabrás rápidamente quién te atiende y quién no.

Si lo has hecho con el saxofón es que ya no tienes alma alguna, pedazo de pérfido, Gargamel de las aulas.

12. Acabarás harto de los palos de lluvia y de los cocos helados.

Si, de los cocos helados, he dicho bien.

Hablando de instrumentos, que seguro que también te ha pasado: resulta que si propones la típica actividad de construcción de cotidiáfonos sin advertir ni suplicar, te encontrarás a media clase con una botella de plástico rellena de garbanzos (las mejores, adornadas con papel coloreado); y a la otra mitad, con dos trozos de coco helado del Mercadona iguales que este, aunque sin el helado:
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El coco helado, antes de ser vaciado cual Michelangelo a su David.
De la unión de ambas mitades nace una especie de cocoplatillo, cuya elaboración, ardua y sufrida, consiste en vaciar el elemento comestible de cada una de ellas, pudiendo hacerlo mediante la ingesta del mismo en forma de postre o de merienda. Después, hay que cargarlo hasta el colegio o el IES y presentarlo cual vendedor de licores, con la debida demostración práctica de su idiófona solvencia sonora.

Si adviertes y suplicas te librarás de algunos palos de lluvia de plástico y de algunos cocos helados; pero siempre, siempre habrá alguien a quien veas aparecer con el palo o el coco, tan pancho y orgulloso de su hazaña como lutier.

13. Aprenderás polisemia musical.

Hablando de palos, no creas que todo debe acabar en los de lluvia: ¿qué es eso, dime, de intentar que distingan entre baquetas, batutas y arcos? ¡Al garete la variedad léxica! Quédate con la economía del lenguaje: llama "palo" a todo lo que puedas, que te harás entender mejor.

Y luego están, por ejemplo, los "bongos". Los "bongos", no los bongós. Los que no llevan tilde y se pronuncian como palabra llana (y que aún no los ha recogido la RAE, aunque igual debería). A ver, aclaro: si dices bongós te estarás refiriendo a esos membráfonos caribeños tan típicos de la salsa y la bachata. Pero si dices "bongos", podrás con ellos referirte a cualquier membráfono en pareja, de los timbales de una sinfónica al tabla indio. Se constata, empero, que "bongo" en singular se está volviendo, al menos en algunas zonas, pues casi tan genérico como "tambor" o "membranófono".

14. Defenderás a los directores de orquesta, esos que no sirven para nada, que solo mueven las manos.

Hablando de baquetas, aunque ya son legión quienes sin ellas se apañan. Que no digo que no los haya inútiles, ¿eh? Resulta que también hay conjuntos demócratas que no tienen ningún problema en prescindir de dirección alguna. Pero...

15. Sufrirás en tus carnes que lo de ayer ya es antiguo, y que lo antiguo es malo (por antiguo, claro).

Ya ves, y uno queriéndoles enseñar el fascinante epitafio de Seikilos, no ya Mozart. Pero es que los Beatles también son carpetovetónicos, qué te crees. Si unimos a todo esto al lío que los chavales suelen tener con los siglos, tenemos una especie de masa infusa en la que cabe todo. Y si indagas, descubrirás con sorpresa que algunos piensan que Bach pertenece a la época de sus abuelos.

No hay problema en desliar el barullo, que para eso somos profes. El desafío de verdad es quitarles de encima esa dinámica consumista y cruel en la que las modas lo dictan todo, y en la que lo que no está de moda puede ir directamente a la basura. Abuelos incluidos. Y los próximos somos nosotros, que cada año que pasa somos también más viejos... ¡pero ellos no!

16. Te justificarán el ruido dándote donde más te duele.

Volvamos al lindo angelito del que hablábamos más arriba. Ese que justifica su mal comportamiento aduciendo que tu amada asignatura no sirve para nada. Ese, ese es el que luego te explica que estaba haciendo ruido sobre la mesa con aquello de es que estamos en música, ¿no?

Ay, ese admirador de Luigi Russolo, ese lector incansable de Robert Murray Schafer, ese creador de paisajes sonoros infernales... lo que más duele es que hasta puede tener algo de razón. Que sí, que una cosa es la música y otra el respeto, a sus compañeros y a ti mismo, y que para parecerse a Mayumaná con la ratio como está pues hace falta eso mismo, precisamente eso. Pero uno tiene su corazoncito.

17. Te sorprenderás escondiendo algunos instrumentos del aula.

Esto sí que es cutre. Tú soñando con esa orquesta escolar, con ser el profesor Holland redivivo, y en esto que llega el viernes a última hora, toca ese primero de miniñús en el que está tu angelito preferido, ese grupo que suele escucharse venir en estampida desde la otra punta del pasillo... y piensas: ¡el bombo! ¡Hay que esconder el bombo! Ponerlo bien alto, bajo llave o en el departamento: ¡corre!

18. A principios de curso, odiarás el maldito palito verde que viene con las flautas nuevas.

Eh, que todavía hay algo más sobre palos. Dicen que el supuesto limpiador (o palo) de las flautas Hohner solo está ahí para imitar a los de las flautas de madera, que ni siquiera sirve para nada. Yo creo que igual puede ayudar raspar esos mocos resecos que intuimos que están ahí cuando un alumno nos dice que su flauta no suena bien; esos que, tras pedir una demostración, nos evocan ese nosequé a roce rústico que ni los shakuhachis de bambú.

El caso es que ni de lejos lo suelen usar como complemento al agua del grifo, sino como florete con el que iniciar duelos espadachines con el compañero de al lado. Rodarán por todos lados, los verás hasta en la sala de profesores, no sabes cómo. Bueno, paciencia, ya los perderán del todo.

Y, sobre todo, piensa que mejor que se den con el inocente palito, de buen rollo, que con la durísima flauta, y de mal rollo. Eso algo que también pasa de vez en cuando, sí, convertida la dulce aerófona en baqueta asesina (es decir, en palo asesino)... y convertidas las cabezas de tus alumnos en idiófonos bajo riesgo.


19. Tendrás mucho cuidado al generar frases con "tocar", "flauta" y "me" de por medio.

Hablando de flautas, no se nos puede olvidar esto, muy importante, en principio, para profesores y maestros en particular, quizás no tanto para profesoras ni para maestras. Por decoro, no transcribiré las soeces que se le pueden escapar a uno si no se tiene el debido cuidado al hablar.

20. Y ante todo, encontarás la belleza musical donde nadie más la encuentra.

Qué profesor Holland ni qué ocho cuartos... ¡el mismísimo señor Mathieu, o mejor aún, el maestro de música que retrató Telemann! Ese eres tú, capaz de ver sacar de los chavales lo mejor de ellos mismos, de explorar su creatividad como nadie más hace, como nadie más comprende.

Como cuando improvisan esas notas a contratiempo sobre karaokes enlatados, o cuando les pides que canten el Sacatún a partir de Chimo Bayo y ellos te lo devuelven fusionado con las Atmósferas de Ligeti. Qué preciosidad cuando se acopla el sonido de los metalófonos más agudos y se crean esos clústers orientalizantes, tan relajantes. Como relajantes son los sones de treinta flautas dulces y de plástico a la vez, sobre todo dulces.

​¡Feliz curso!



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