Me quedo mejor con la obra maestra de Roman Boed, pues mientras tanto, en primer plano, la apacible melodía del violín solista recoge esa atmósfera de calma hogareña al calor de una hoguera. De alguna manera, el prete rosso logró captar esa sensación que tenemos cuando llegan las bajas temperaturas y la humedad acecha: vale, salir a la calle es un fastidio para los frioleros y para aquellos que como yo siempre olvidan el paraguas... mas cuán placentero resulta rescatar edredones, o que tu gata ingrata vuelva a querer subirse a ti; o cuánto debe de ser que, por ventura, hasta cuentes con una buena chimenea, de esas que te quedas absorto mirándolas, activando cierto remanente de nuestra conciencia más ancestral (y qué envidia más insana me viene de pronto, por cierto).
Perfectamente sincronizado con estas fechas —ironía—, os propongo una versión para flauta dulce y acompañamiento, dedicada, por cierto, a quienes de momento solo pueden comprarse la leña. Como suele ocurrir, pues ha habido que transportar un pelín, octavar para arriba o para abajo (véanse las cabezas pequeñas) e incluso cambiar tres veces una misma nota, sí, cual hereje en riesgo de ser anatemizado (véanse cabezas en forma de rombo).
Espero que sea de vuestro agrado.