ACERCA DE ‘LA DERIVA’, ÚLTIMO TRABAJO DE @vetustamorla, por Luis Enrique Ibáñez | Musikawa

Nuestro amigo Luis Enrique Ibáñez (@dueloliterae) vuelve a sorprendernos con el último de sus análisis. Esta vez, del dico “La deriva” del grupo Vetusta Morla (@vetustamorla), de sus canciones, de sus letras comprometidas… Espero que lo disfrutéis!!

“… la “ambigüedad premeditada” debe ser una premisa innegociable para el quehacer literario, pues sólo agarrados a ella podemos ofrecer al receptor la plurisignificación, y, a partir de ahí, el goce estético que supone el deseo de interpretar. Y creo que Vetusta Morla navega por ahí cuando se pone a escribir…

si oímos hablar de “las cartas de amor del banco…”, el mensaje se abre, el pensamiento se dispara, galopa, el análisis se regocija…

ACERCA DE ‘LA DERIVA’

 

Lo primero que nos llama la atención de este disco es el hecho de estar concebido como un sistema, como un conjunto de piezas interrelacionadas entre sí para cumplir una función determinada. Es evidente que el motivo central del disco, no el único, gira en torno a esta estafa que estamos padeciendo. Una estafa que ha provocado una crisis (sí, primero la estafa, luego las distintas crisis) que no es sólo económica, sino que ha sido capaz de envenenar diversos ámbitos de la realidad, de las relaciones personales, hasta penetrar, como si de una película de ciencia ficción se tratase, en el más íntimo estado psíquico de los individuos. Por eso, creemos que los distintos temas que constituyen este nuevo edificio de Vetusta Morla se muestran como habitaciones comunicadas entre sí que sirven para mostrarnos los distintos vórtices que han transmutado nuestra realidad. Sin embargo, no se trata de una obra simplemente descriptiva. Tiene una función apelativa omnipresente.
En cada rincón del disco se nos está llamando a la acción, al cambio, a la resistencia.

La base musical que sostiene la mayoría de la canciones nos obliga a tener la sensación de estar corriendo todo el rato, no se puede parar. Esa base musical, previa, se complementa con el significante visual, con ese hombre desnudo que corre constantemente, una imagen originalísima que fuerza esa intensidad poética, de movimiento, de huida, de acción,  que ya la música había anunciado. Creo que es uno de los discos en los que más pertinente se hace escucharlo todo seguido, como si cada tema fuera un párrafo que se va uniendo a los demás hasta constituir un texto completo. Pero también, como una moderna rayuela musical, permite la lectura parcial y el desorden receptor.

Sé perfectamente que es desde el territorio rap desde donde se están adoptando las posturas más guerreras, y arriesgadas, contra este sistema que ya no se sostiene. Sin embargo, he de reconocer que, desde un punto de vista estético, disfruto más con los textos que no son lineales. Creo, como afirmaban los simbolistas franceses, que “es preciso evitar que un sentido único se imponga de golpe” y que la “ambigüedad premeditada” debe ser una premisa innegociable para el quehacer literario, pues sólo agarrados a ella podemos ofrecer al receptor la plurisignificación, y, a partir de ahí, el goce estético que supone el deseo de interpretar. Y creo que Vetusta Morla navega por ahí cuando se pone a escribir.

Escuchar, por ejemplo, “Los banqueros son unos hijos de…” puede estar bien, incluso puede que sea necesario, urgente. Lo que ocurre es que cuando el último sonido de esa frase llega a nuestro oído, el mensaje ya se ha cerrado, no hay nada más que pensar. Por el contrario, si oímos hablar de “las cartas de amor del banco…” (‘La grieta‘), el mensaje se abre, el pensamiento se dispara, galopa, el análisis se regocija. Los mensajes que nos obligan a pensar perduran más tiempo en nuestra memoria, siempre.

Por todo ello, las líneas que siguen sobre algunas canciones de este disco suponen sólo el resultado de una lectura personal.

En el primer tema ya desde el mismo título se nos dice directamente en qué situación nos encontramos ahora, la metáfora no puede estar mejor elegida, vamos a ‘La Deriva‘. Esta canción, que también da nombre al disco completo, se nos presenta como una especie de prólogo, en el que se explica, partiendo de la situación inicial, cuáles son las intenciones delibro completo. Se nos habla de cómo hemos perdido la niñez, la inocencia, “… ya cambié el balón por gasolina. Ha prendido el bosque al incendiar la orilla, feriantes poniendo precio a mi agonía…” Vamos a la deriva, “ya no hay timón en la deriva“, sí, pero siempre hay que mantener abiertas la puertas a la posibilidad, “habrá que inventarse una salida, una guarida“. Mantener, si no moriríamos, la esperanza, “hay esperanza en la deriva“.

El tema ‘Golpe maestro‘ supone un puñetazo seco en nuestra consciencia paralizada. Nos quiere hablar del golpe de estado financiero con el que nos han tumbado, un atraco perfecto, un golpe maestro. Seguimos corriendo, siempre corriendo, mientras se nos recuerda que Ellos(todos podemos imaginar que esa terrorífica tercera persona del plural esconde a los grandes bancos y empresas y compinches de atraco, los gobiernos lacayos y recompensados) “cambiaron paz por deudas… robaron la miel de las colmenas… vendieron humo y calma, lingotes de hojalata, palacios de ceniza… fundieron plomo y cobre, pusieron sal en sobres“.

También nos anuncian esa represión que ya habita con nosotros todos los días, “… y la patrulla nos detuvo por mirar…“. Y, probablemente, lo peor no fue todo lo que nos robaron (nos están robando), lo más grave fue que mientras lo hacían iban consiguiendo dejarnos a todos en estado de coma, como sin poder de reacción, “... no nos dejaron ni banderas que agitar… dejarnos sin ganas de vencer… quitarnos la sed… no nos dejaron mapas en la oscuridad“.

Y es que ahí reside la verdadera tragedia de todo los que nos está ocurriendo, en cómo gran parte de la población percibe lo que está pasando como algo inevitable, algo contra lo que no se puede hacer nada, dejarnos sin ganas de vencer. Esta idea quedará subrayada después en otro tema, ese pensar que tenemos lo que nos merecemos, que debemos arrepentirnos de pecados que no hemos cometido (ver ‘Arrepentíos‘, de Gustavo Dessal), ese creernos esa estupidez teledirigida de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, aquí lo único que ocurre es que nos están robando por encima de nuestras posibilidades.

En ‘Cuarteles de invierno‘ se dice “fue tan largo el duelo que al final casi lo confundo con mi hogar“. Y aquí, ahora, mucha gente está empezando a creer, o lo cree ya, que es normal que estemos así. Como en aquella viñeta de El Roto, la de esas personas dentro del túnel, en la que podíamos leer “Con el paso del tiempo, la gente se acostumbró a vivir dentro del túnel y dejó de intentar encontrar una salida…”. Esas personas (nosotros) llevaban tanto tiempo allí que también confundieron el túnel con su verdadero hogar.

Sin embargo, el final de ‘Golpe maestro‘ nos regala un giro ideológico, un ¡vamos! nadaliano irrenunciable, nos abre de nuevo la puerta a la esperanza, enlazando con el tema anterior, “… hay un testigo, nos han dejado vivos… nos queda garganta, puño y pies… dejaron un rastro, ya pueden correr, vuelve la sed… hay esperanza en la deriva“.

Fuego‘  es un tema enigmático que arranca otra vez con con ese ellos elíptico que ya nos pone en alerta, que nos incita a querer saber qué o quiénes se esconden tras la ubicua y plural tercera persona, siempre amenazante, “Trajeron ropas para impresionar, trapos y pieles en forma de abrigo…“. ¿Por qué nos quieren impresionar? ¿Acaso quieren cambiar el color de nuestros deseos? ¿O, sencillamente, quieren crearnos necesidades que no tenemos para que permanezcamos quietos de pensamiento, siempre con el deseo estúpido atado a la espalda, consumidores siempre, adictos al sistema, esclavos?

Es cierto, alguien no, nosotros hemos olvidado que lo mejor de nuestra existencia ya lo llevamos dentro, no está afuera, “el fuego lo guardo yo“. Pero ellos, malditos ellos, nos han hecho creer que tenemos otros enemigos que no son ellos, que debemos protegernos de otros que no existen, que no existen como enemigos, “¿quién quiere guardarse si no existe enemigo?“, que debemos temer aquello que no conocemos, “¿quién quiere ocultarse de lo desconocido?”  Por eso “cosieron ojos a mi espalda… y la vacunas de un recién nacido“, miedo, mucho miedo, para que olvidemos lo esencial, para que mientras estamos asustados, ellos puedan dar el golpe maestro, y olvidemos para siempre que el fuego es nuestro, lo llevamos nosotros, lo guardamos.

Lo único que tenemos que hacer es sacarlo otra vez.

Al principio mencionamos el tema ‘La grieta‘ para hablar del chispazo que supone la expresión “las cartas de amor del banco”, en contraposición con otros mensajes más planos. En esta canción volvemos sentir “la mima sed,  un hambre atroz, vacío en el desayuno… gas letal“.  Un paisaje vital que nos obliga a pensar que “parece tan oportuno escapar“, pero siempre “la misma pared“, y claro “parece imposible irse sin más“. Y es entonces cuando se hace inevitable el estallido, “… ese mundo pide a gritos un castigo, un insulto, una grieta, un vendaval, un shock profundo, pide a gritos un final“.

Puede que lo que se nos esté pidiendo a nosotros no sea otra cosa que la misma revolución, “¿no hace un día precioso para explosionar?” nos pregunta Nacho Vegas en su último disco,Resituación.

Una de las armas de destrucción masiva del pensamiento más utilizadas por el sistema de poder, en estos años de heridas sin cerrar, ha sido, era lógico, la continua perversión del lenguaje, el vaciamiento de las palabras, su adulteración. Cuando nos roban el lenguaje, y lo han hecho, lo están haciendo, nos dejan ciegos, confundidos en la niebla, sin armas, sin “mapas en las oscuridad“, sin “linternas“. Son muchísimos los artículos, sesudos y no tan sesudos, que se han escrito sobre esta horfandad provocada de palabras, sobre esa malvada prostitución de la comunicación, de los medios. Nosotros mismos, en un artículo de hace ya meses, pedíamos a los profesores de Lengua que alertaran sobre ese hurto lingüístico: “… ¿Nos vamos a resistir a hablarles de la perversión del lenguaje, de la manipulación de términos que el sistema de poder está ejerciendo ahora mismo, con una obsesión inaudita, pero necesaria para sus intereses? ¿No vamos a mencionarles ejemplos, como “optimización de recursos”, en lugar de “despidos masivos”? O cómo han conseguido que al oír la palabra “antisistema”, la imagen del demonio con cuernos y rabo se instale cómoda en nuestro pensamiento.”  (‘La voz de los maestros‘)

Pues bien, Vetusta Morla, en ‘Alto‘ también hace referencia a la necesidad de parar también la estafa lingüística, tan necesaria para la otra. Otra vez ese ellos, esa tercera persona invisible y fatal, esos hombres ¿de negro?, esos invasores de todo que “visten uniformes de alquiler, crean confusión; tienen un encargo… llevan por aquí demasiados años“. Esos hombres, creo que ya sabemos quiénes son, “vienen decididos a robar de cada expresión su significado“. Están consiguiendo que este infierno no acabe nunca, “la próxima vez ya dura demasiado“. Hay que ir con cuidado, “van a fumigar todos los campos,

todas las palabras del lugar se han intoxicado
Por último, queremos hacer referencia al tema ‘Las salas de espera’. En principio, el mismo título nos lleva a pensar en los maltratados enfermos, en los despreciados hospitales que hoy parecen recuerdos de un sueño imposible. No obstante, enseguida advertimos que el valor semántico de “salas de espera” se ensancha, y ya no alude solo a las salas de esos edificios tan necesarios y denostados.
Son nuestras vidas las que se han convertido en infinitas salas de espera en “este otoño sin respiración” en el que “cada rostro es la cruz de un pastor sin rebaño“.
Pasamos por aquí, van a subastar calma, control y noches en vela… quieren (queremos)recordar cómo y por qué se vieron (nos vimos) en esta queremos olvidar nuestra condición de marionetasun artista más en el Festival de la Paciencia
Terminamos, no sin antes agradecer sinceramente a los chicos de Vetusta Morla, no sólo su compromiso social, sino, quizá sobre todo, su respeto por el lenguaje, por las palabras, su compromiso ineludible con ese decir distinto que, al ser diferente, se torna mucho más eficaz.
Ellos mismos lo afirmaron en un trabajo anterior:
Descubrimos al final, las palabras que no existen nos pueden salvar
Que así sea.

Más allá de las partituras, por Jesús Mantilla (crítica sobre el nuevo libro Alex Ross, “Escucha esto”) | Musikawa

Otro género periodístico que podemos diferenciar en nuestra prensa es la crítica. La critica cumple una labor de interpretación de diversos acontecimientos culturales. La crítica periodística cumple tres funciones simultaneas: informa, orienta y educa a los lectores. Suele estar escrita por especialistas en distintos ámbitos de la cultura.

Aquí tenéis un buen ejemplo de este género periodístico. Está firmada por Jesús Mantilla (para El País) y en ella comenta, con indisimulada admiración, el nuevo libro del crítico musical Alex Ross, “Escucha esto”.

Nos hemos permitido complementar el magnífico texto de Jesús Mantilla con algunos ejemplos de la música mencionada en la crítica.

 

“Puede que para muchos no resulte sorprendente, pero las similitudes que unen a un gran número de culturas con el lamento son impactantes. Se percibe una línea que conecta el Renacimiento, el barroco, el romanticismo, el flamenco o el blues con tantos otros. Parece como si se tratara de emular a través de la música los sonidos que el hombre emite cuando se encuentra sereno, en paz”.

Lo mismo pasará a la historia la virulencia del silencio iconoclasta que propone John Cage como el afán revolucionario popular de The Beatles. “Todos ellos y más. Las diferenciaciones han quedado obsoletas. También debemos ser conscientes de que en el siglo XIX, Beethoven era considerado serio, y Rossini, popular. Ahora, ambos son clásicos”.



“Deberíamos fijarnos en la música y dejarnos llevar por nuestro sentimiento más que ceñirnos a normas abstractas”.
(Alex Ross)

 

Más allá de las partituras

Encontrar y ahondar en las jerarquías sociales, montar desajustes económicos, quebrar sistemas con desigualdades configura nuestra mente de una manera un tanto pérfida y viciada. ¿Y si con la música hacemos un esfuerzo y no caemos en determinados vicios? Imaginen, como diría John Lennon, que no existe el paraíso. Resulta fácil si nos ponemos a ello. Ni tampoco el infierno… Que no hay simas, que no hay diferencias, que todo, en lo que se refiere a ese arte, viene de una imbricada y sutil conexión entre el alma, el sentido, el sentimiento y el intelecto…

Así trata de explicar la música Alex Ross, limpiando las fronteras. El crítico de The New Yorker consiguió en El ruido eterno raptar nuestra atención para la lectura y mostrarnos fuera de santidades, elitismos y clichés, alejado de los prejuicios y pegado escrupulosamente a la singularidad de los contextos, lo que aconteció creativamente entre los compositores del aparentemente arduo e indescifrable siglo XX. Y lo hizo con un rigor encomiable, con una altura de miras ambiciosa, pero con una capacidad de comunicación muy efectiva que convirtió el libro en superventas.

En su anterior ensayo, Alex Ross trazaba un recorrido fascinante por ese mundo desde que Richard Strauss estrenara su impactante Salomé hasta nuestros días. Ahora, en Escucha esto (Seix Barral), el escritor va más allá de las barreras impuestas y los géneros. Ahonda en la finísima línea que fluye y conecta de manera fascinante los cinco siglos que aparentemente separan a Monteverdi de Björk o a Bach de Led Zeppelin y a Vivaldi de Radiohead. ¿Alguien lo duda? Pues lo prueba.


EL OTOÑO
, VIVALDI

LET DOWN, RADIOHEAD

Sin límites, sin exclusividades, derribando la premisa de que existen músicas superiores o más complejas que otras. No hay clases. Históricamente. Entre el barroco y el rock, entre el Renacimiento y el pop, entre los alardes románticos de Schubert y Beethoven, y el jazz o el blues, todos somos más o menos iguales.

Al fin y al cabo, venimos de la chacona. Es decir, de un baile popular elevado a los escenarios y santificado ahora por los atentos silencios de los públicos más exclusivos cuando suena desde la caja de un chelo en una suite de Bach. Pero por mucho que algunos paguen a 120 euros la entrada por disfrutar de una chacona y sea el colmo del refinamiento, esa música tiene un origen bastardo. Bach adaptó un estilo que en su día, allá por 1598, el soldado Mateo Rosas de Oquendo, después de haber pasado una década en Perú, incluyó en una lista que agrupaba dentro de las cosas con nombres que el demonio había designado. Eso fue en sus orígenes la perversa y pecaminosa chacona.

Desde esa raíz hasta nuestros días, esa danza ha efectuado un viaje interestelar a través del tiempo hasta poder apreciarse en conciertos de rock o melodías de Broadway. En un solo de guitarra de Ritchie Blackmore o de Jimmy Page, príncipes del hard rock con Deep Purple o Led Zeppelin, a las diabluras con la flauta de Ian Anderson, líder de Jethro Tull. O del jazz, también, en su carácter improvisatorio, pero sobre todo en los grupos de música antigua que la someten a intensas y emocionantes variaciones, como es el caso de Jordi Savall con su viola de gamba.

AMAZING GUITAR SOLO
, RITCHIE BLACKMORE


AQUALUNG, IAN ANDERSON


Pero existe otra conexión más íntima, más pegada a los sentidos y a los silencios del alma que la música termina por exorcizar. Y es lo que Alex Ross califica como el gusto por el lamento: “Puede que para muchos no resulte sorprendente, pero las similitudes que unen a un gran número de culturas con el lamento son impactantes. Se percibe una línea que conecta el Renacimiento, el barroco, el romanticismo, el flamenco o el blues con tantos otros. Parece como si se tratara de emular a través de la música los sonidos que el hombre emite cuando se encuentra sereno, en paz”.

Se entabla un inmenso diálogo sin fin, un eco eterno de sonidos en busca de sentimiento, de estados de ánimo que relativizan el tiempo, porque son los mismos que han configurado nuestra sensibilidad desde las cavernas. “Es un proceso fascinante y misterioso, que nunca sabremos por qué se produce así ni a qué razones se debe”.

“Me encantaría que el término música clásica desapareciera de nuestro vocabulario y fuéramos capaces de encontrar otro”

Por eso, Alex Ross se adentra en las profundidades de los orígenes. Aunque la música popular está en la raíz de muchas cosas, las procedencias son incontables, enormes, inabarcables. “No creo que la música proceda de una única raíz común, aunque es cierto que nuestros orígenes como especie no se diferencian tanto. Pero desde ahí hasta ahora se han desarrollado multitud de lenguajes distintos dependiendo de los sistemas, las creencias, las religiones. Me gusta adentrarme en esas diferencias sobre todo cuando alejan al individuo de su reducto más seguro, más local, más familiar. Creo que en música deberíamos ser todos auténticamente cosmopolitas”.

Heterogéneos, eclécticos, imprevisibles, instintivos y menos racionales, impulsivos y poco reflexivos… Libres, desinhibidos, poco acomplejados, abiertos al sentimiento y no al entendimiento, que llegará —o no— después. Para eso, quizás las tecnologías nos ayuden, o nos estén educando los mecanismos neuronales para apreciar la música de modo diferente de como la hemos venido percibiendo.

Pero no hay que temer los cambios en ese sentido. Siempre ha sido igual. Cada época ha tenido y se ha adaptado a su propia manera de escuchar la música. De las fiestas populares y las iglesias a los salones del XIX, y de la intimidad del cuarto de estar con el gramófono al ensimismamiento con los auriculares y el dejarse llevar por nuestros iPods cuando conectamos el sistema aleatorio hay un mundo. “Ahora vivimos un cambio profundo en ese sentido”, avisa Alex Ross. Tiene que ver con la acumulación, con la avaricia musical. “Con todo lo que guardamos en nuestros aparatos, ya sean MP3, teléfonos u ordenadores, podemos trasladarnos de un género a otro con un clic, fácilmente. Eso hace que prestemos menor atención, que nos concentremos menos en lo que escuchamos. Y resulta un cambio profundo, pero por el momento no afecta a la actitud que el público muestra en las salas de conciertos. Allí, según aprecio, siguen prestando mucha atención incluso a las piezas de larga duración”.

Quizás los teatros, los rituales para la música en directo sean esos lugares donde no admitimos aún la profanación de las prisas, el altercado constante de la aceleración. Pero a quienes sí afecta es a los creadores. Activamente, buscando la manera de adaptarse a los nuevos soportes. Renovarse o morir. “Utilizan esos soportes incluso para componer. Pero eso no es nuevo, no hay más que recordar que los compositores, a lo largo de la historia, siempre se han mostrado líderes respecto a la tecnología, en los sistemas de sonido, en el uso de ordenadores, en las posibilidades que les ha brindado Internet. Es el resto del mundo quien ha tenido que seguirles en muchos casos”.
Leonard Bernstein dirigiendo ‘Resurrección’, de Mahler, interpretada por la Boston Symphony en Tanglewood (Massachusetts) en 1970. / Foto: Bettmann / Corbis

La lucha por la originalidad ha movido millones de partituras. La búsqueda de la diferencia ha distinguido a los grandes de los pequeños. Luego, la historia juzga. Y muchas veces en contra de las intenciones de los creadores. Muchas veces incluso injustamente, caprichosamente. En esta época de confusa catarsis general quizás resulte complicado adivinar quiénes serán nuestros grandes clásicos. Cada disciplina, cada modo y cada género tendrán los suyos. No debería imponerse un pensamiento único, un canon inapelable, se diversificarán los futuros clásicos y la música tendrá varios en cada una de sus expresiones. Lo mismo pasará a la historia la virulencia del silencio iconoclasta que propone John Cage como el afán revolucionario popular de The Beatles. “Todos ellos y más. Las diferenciaciones han quedado obsoletas. También debemos ser conscientes de que en el siglo XIX, Beethoven era considerado serio, y Rossini, popular. Ahora, ambos son clásicos”.

BEETHOVEN

LET IT BE, THE BEATLES

Pero entre las ventajas que nos brinda la posmodernidad, hay que decir que los grandes no se dan la espalda. Se buscan, se excitan creativamente, se inspiran. ¿Qué tiene que ver Karlheinz Stockhausen con Björk o con Lennon y McCartney? Que les inspira una evidente veneración. “Les une la curiosidad y la voluntad de explorar nuevos caminos. Ninguno de los tres se queda parado, ninguno ha repetido machaconamente una idea, una fórmula que les haya funcionado y se haya convertido en algo popular. Lo profundamente artístico se busca sin descanso. Son lo contrario a aquello que marca una corriente mayoritaria y se deja convertir en una marca”.Alergia al encasillamiento es lo que define a unos y a otros. Por eso se han buscado.

Ejemplos de esa rabia diferencial son lo que Ross propone en su libro. Lo que él llama la violenta elegancia de Mozart, el éxtasis de la tristeza que nos brinda Schubert, las canciones de un folk abstracto e imaginario que busca Björk, la excesiva sabiduría que encontramos en Dylan… A todos ellos les une una obsesión particular del autor. “Los creadores sobre los que he escrito están en el libro porque hacia cada uno de ellos he sentido la necesidad de ahondar, de saber más. Tanto sobre su arte como sobre sus personalidades, sin importar que estuvieran vivos o muertos”, asegura el crítico.
Entre esas obsesiones, existen rasgos comunes que le mueven a ahondar sobre ellos: “Me atrapan quienes van más allá de la esencia del género que han escogido, o quienes han roto con los cánones de manera traumática, personajes como John Luther Adams, que se retiró a Alaska para crear su vasto universo, en ejemplos como el suyo hallamos otra integridad, la de esa gente fundamental y singular que huye de todo conformismo”.

Pero esas singularidades no deben apartarnos de las corrientes que hoy, desde lugares alejados del centro de Occidente, van adueñándose de territorios supuestamente lejanos para ellos. Fenómenos que vienen de Asia o América Latina y que han conquistado la globalidad de la música más eterna con sus interpretaciones más frescas, más espontáneas, distintas.“Los públicos de la música clásica se han multiplicado en todo el mundo. Son mucho más numerosos hoy que hace cien años. El crecimiento en Asia y América del Sur es un ejemplo. Casos como el pianista chino Lang Lang o el director venezolano Gustavo Dudamel prueban que la gran tradición de la música europea puede echar raíces en distintas culturas y producir talentos extraordinarios. Me gustaría ahora conocer a los compositores de esos lugares, no solo a los intérpretes”.

Un nuevo tiempo para nuevos aires donde se trasladan los centros de gravedad. Y quizás sea el momento adecuado también para redefinir conceptos. ¿Por qué reducir la música a simples categorías y paradigmas anticuados cuando lo que nos atrapa es la mezcla, el mestizaje? “Me encantaría que el término música clásica desapareciera de nuestro vocabulario y fuéramos capaces de encontrar otro. Pero aún no he logrado hallar algún término que me convenza. A lo mejor nos hemos encallado en él. El problema más grave es que se refiere a música del pasado, a música que huele a muerto. Existen muchos creadores en activo que exploran esas tradiciones y que se convierten en invisibles porque el término clásico no puede englobarles a ellos”.

Como tampoco estaría mal que desterráramos ciertas convenciones en las salas de conciertos. Ciertas rigideces que nos alejan de la música y nos la convierten en algo antipático. Cuándo, o no, se debe aplaudir en una sala nos lleva a reflexiones de carácter histórico que quitan la razón a los públicos más frígidos, según Alex Ross. “Creo que ciertos rituales en las salas de conciertos deberían cambiar. Muchas convenciones se impusieron hacia 1900 y no han evolucionado. La prohibición de los aplausos resulta artificial y no tiene sentido en piezas como el primer concierto de piano de Chaikovski o el Emperador de Beethoven. En estas obras resulta raro y va contra su naturaleza que no se aplauda al final del primer movimiento. .Deberíamos fijarnos en la música y dejarnos llevar por nuestro sentimiento más que ceñirnos a normas abstractas”.

Como abstracción también es contar la música. Algo en lo que Alex Ross viene a ser de los pocos que consiguen la excepción de una comunicación sugerente, visceral, fascinante, divertida, jugosa. “Nunca vamos a lograr traducir la música a palabras, como tampoco se puede en otras artes. Aunque el lenguaje nos resulte insuficiente, nos urge compartir la experiencia y los periodistas representamos un papel fundamental en ese aspecto. Nuestra obligación es plantear una especie de conversación pública sobre los hechos que atestiguamos”.

Aunque ciertos géneros periodísticos anden en crisis hoy. La crítica, por ejemplo. “No está en su mejor momento, ni se la considera como en el pasado. Los periódicos ya no apuestan por ella y es un error. Se han convertido en meros espacios para el cotilleo en Internet y así se van condenando con mucha más rapidez de la que ellos mismos temen. Es hora de que ofrezcan a los lectores lo que les resulta difícil encontrar, una crítica reflexiva y extensa que les diferencie de los demás”.

“Let´s spend the night together”, Muddy Waters / Rolling Stones / David Bowie | Musikawa

“…This doesn’t happen to me ev’ryday (oh my)
Let’s spend the night together
No excuses offered anyway (oh my)
Let’s spend the night together…”
Let’s Spend the Night Together” es una canción de The Rolling Stones escrita por Mick Jagger y Keith Richards. Apareció en la versión americana del álbum Between the Buttons de 1967.
Potente la versión de Muddy Waters que aparece en primer lugar… disfruten del maravilloso ruido de la aguja al caer sobre el vinilo, y luego déjense llevar por el gemido de esa guitarra, y por la fuerza de esa voz rajada, esos quejíos antiguos que aullan pidiendo auxilio, que constituyen la piel de todos los que temen, humanos, la llegada de la noche, y, con ella, de su mano, la soledad, esa mujer tan atractiva, cercana… y temida.

Y ahora, sus creadores, con esa frescura juvenil, que todavía conservaban antes de firmar su ya famoso pacto con el Diablo, para ser eternos, para atravesar océanos de tiempo, bailando, cantando como si nada fuera con ellos, aunque no, son muchas cosas las que van con ellos. La socarronería con la que impregnan sus movimientos es una de ellas y su idilio con el ecenario, también.

Y, por último, el Camaleón, David Bowie, el que quería adelantarse a todo para mostrarnos, él antes que nadie, todos los futuros de ciencia-ficciónAquí estoy yo y el futuro, parece decir, de la mano de ese sintetizador que desde el principio quiere enfatizar que él nos va a mostrar otra cosa. Su travestismo estético se hace coherente, en Bowie, con el descaro rompedor que la canción no permite abandonar… a fin de cuenta ella es la que manda ( aunque Bowie, chulo como él solo, añade además partes suyas al texto original).

Letra:

My, My, My, My

Don’t you worry ’bout what’s on your mind (Oh my)

I’m in no hurry I can take my time (Oh my)

I’m going red and my tongue’s getting tied (tongues’s getting tied)

I’m off my head and my mouth’s getting dry.

I’m high, But I try, try, try (Oh my)

Let’s spend the night together

Now I need you more than ever

Let’s spend the night together now

I feel so strong that I can’t disguise (oh my)

Let’s spend the night together But I just can’t apologize (oh no)

Let’s spend the night together

Don’t hang me up just to let me down (don’t let me down)

We could have fun just groovin’ around around and around

Let’s spend the night together

Now I need you more than ever

Let’s spend the night together

Let’s spend the night together

Now I need you more than ever

You know I’m smiling baby

You need some guiding baby

Now I need you more than ever

Let’s spend the night together

Let’s spend the night together now

 

This doesn’t happen to me ev’ryday (oh my)

Let’s spend the night together

No excuses offered anyway (oh my)

Let’s spend the night together

I’ll satisfy your every need (every need)

And I now know you will satisfy me

Let’s spend the night together

Now I need you more than ever

Let’s spend the night together now

Vía: DueloLiterae