Admiro a Josep Martí, etnomusicólogo de pro cuya lectura siempre es tan entretenida como didáctica. Y como acicate para que abramos la mente al respecto de fronteras geográficas y ombliguismos varios. Para quien no lo conozca, recomiendo vivamente el libro Más allá del Arte, de carácter introductorio a su disciplina (aunque compruebo que, por desgracia, está actualmente agotado).
El siguiente pasaje está tomado de un módulo sobre Antropología de la Música que redactó para la Universidad de la Rioja. Es un texto fantástico para trabajar el relativismo cultural desde el aula de Música, pero también desde Sociales o Filosofía.
La actividad que propongo es responder una a una las preguntas que Kwan plantea en el segundo párrafo. Primero por escrito, como si le estuviéramos respondiéndole a él mismo; después, compartiéndolas en torno a un debate colectivo. Las conclusiones salen solas...
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Mi amigo Kwan Schwane, procedente de un país africano, visitaba por
primera vez Europa, y, sabiendo yo que le gustaba la música, quise llevarle al
concierto de la filarmónica. Según me confesó, era la primera vez que asistía a
una manifestación musical de tales características. Al entrar en la sala de
conciertos, lo primero que le sorprendió fue la disposición de las butacas. Me
preguntó si en realidad se trataba de una sala de conferencias. Si la gente
estaba sentada en butacas, no podría moverse ni bailar cuando sonara la
música. Le dije que no, que en realidad se trataba de una sala de conciertos.
Aquí no nos movemos cuando escuchamos este tipo de música -argumenté. La
escuchamos y basta. Me miró con cara de estupefacción. Cuando me empezaba
a explicar que para él sería incomprensible separar la música del movimiento
corporal, sus palabras quedaron interrumpidas por un clamoroso aplauso del
público congregado que así saludaba la aparición del director en el escenario.
Creo que esto también llamó la atención de mi amigo. Los músicos, con rostro
severo y vestidos en frac impecable se levantaron en señal de respeto. Cuando a
los pocos segundos el director alzaba ritualmente su batuta, toda la sala quedó
en el más impresionante silencio. Empezaron a sonar los primeros compases de
la sinfonía Júpiter de Mozart. Mi amigo hizo un ademán como para preguntarme
algo pero lo miré frunciendo el ceño y poniéndome el índice en los labios.
Entendió enseguida que había ciertas reglas, y una de éstas era precisamente la
de guardar ceremoniosamente silencio mientras sonara la música. La
interpretación de la orquesta fue realmente buena. Tras Mozart, vino Beethoven
y Prokofiev.
Al salir del concierto fuimos a tomar unas copas. Evidentemente, durante
todo el tiempo que había durado el concierto, mi amigo había reprimido sus
ansias de saber más sobre aquel evento musical que sin duda alguna también
había disfrutado. Empezó comentándome que aquel concierto tenía -según sus
impresiones- algo en común con la celebración ritual de la misa en las iglesias: el
comportamiento reverencial del público, la disposición de la misma sala de
conciertos, el carácter grave de los músicos.... Al tiempo que iba apurando su
bebida, me iba planteando sin solución de continuidad sus cuestiones, casi sin
esperar respuesta: ¿Lo que hemos escuchado hoy es exactamente lo mismo que
unos señores compusieron siglos atrás? ¿Cómo es posible que los músicos no
puedan moverse ni un ápice de aquello que les marca el papel? ¿Es que no
sienten su propia música? ¿Es normal que unos se dediquen a hacer música y
otros solamente a interpretarla? ¿Por qué se hacía tanto ruido con los aplausos?
¿Por qué iban vestidos los músicos de aquella manera tan diferente a la que se
ve en los protagonistas de los videoclips que se emiten por televisión? ¿Por qué
la sala de conciertos tiene una puerta de acceso para el público y otra diferente
para los músicos? ¿Cobran dinero los músicos? ¿Qué hay que hacer para poder
ser considerado ‘músico’ en Europa? ¿Qué significaba el comentario que había
oído en el entreacto de que el director estaba ‘realmente inspirado’? ¿Tiene la
inspiración algo que ver con el mundo sobrenatural? ¿Por qué el público de
platea iba mejor vestido que el de las galerías superiores? ¿Por qué había tan
pocas mujeres en la orquesta? ¿Por qué había gente esperando a que el director
les firmara un autógrafo? ¿Para qué sirve en realidad un autógrafo...?
Cuando ya no quedaba bebida en su copa me confesó que Beethoven,
aunque algo pobre de ritmo, en realidad, le había entusiasmado. Que si el
compositor alemán había compuesto nueve sinfonías, a él, si tuviese los
conocimientos necesarios le gustaría componer su décima sinfonía. Si la gente
disfrutaba tanto escuchando las nueve sinfonías, también podría disfrutar la que
Kwan Schwane podría componer siendo absolutamente fiel al estilo del gran
compositor. Le saqué la idea de la cabeza: Aunque tu/su décima sinfonía
estuviese tan bien hecha e inspirada como las últimas creaciones
beethovenianas nadie te tomaría en serio. Lo siento. Hay normas sociales que
también inciden en la composición. Difícilmente te aceptarán nunca como
compositor si no las conoces, y respetas. Hoy hay que componer de manera
diferente. Creo que mi amigo no lo acabó de entender: Entonces -me dijo ¿es
que la música en sí -los sonidos- no es lo más importante? En aquel momento
comprendí que hubiéramos necesitado a un antropólogo como compañero de
mesa para intentar dilucidar todas aquellas cuestiones...