Son muchos los pensamientos y las ideas que me vienen a la cabeza empaquetando libros, ropa, enseres, juguetes… Viendo cómo unos “extraños” desmontan tus muebles y los de tu familia y los meten en un furgón… Cómo unos señores pasan el día en tu nuevo hogar pintando las paredes, antes sucias y desconchadas, ahora lisas e impolutas… Limpiando la antigua vivienda vacía, hueca y con un ligero eco que pasaba desapercibido cuando vivíamos ahí… Ayudando a Figaro (el gato) a hacerse con su nuevo hogar… Y desde luego los niños, nerviosos y excitados por el cambio, en medio del “aparente” desorden… Y pensando, cómo no, cómo va a encajar la música en este nuevo espacio…
Se dice que el estrés que provoca un cambio de casa es uno de los peores tipos de estrés que hay. Entonces ni te cuento si la casa a la que vas está en obras.
Pero si te paras un momento y piensas (¡siempre en positivo!), la verdad es que es una ocasión única para profundizar en uno mismo, observando si los cambios que se producen en el exterior pueden tener una lectura interna interesante para aprender a conocerse mejor. De este modo, el proceso pierde parte de la incomodidad y se recibe como una oportunidad única.
Cambio, vivencia, experiencia, aprendizaje, desarrollo…
El agradecimiento. A la casa que dejas, al hogar al que acudes, a las muchas personas que trabajan para preparar la nueva vivienda. Cada “comodidad” que tenemos en casa lo es gracias al trabajo de mucha gente: la luz, el gas, el agua, las paredes, los lavabos, las puertas… Vivir sin estas comodidades durante horas, días o semanas hace darse cuenta de que lo que damos por sentado, en realidad no estaría ahí sin horas de trabajo de personas “anónimas” que conocen bien su profesión y la desempeñan con puntualidad, orden y entrega.
La convivencia. La falta temporal de comodidades hace que el comportamiento hacia los otros habitantes de la casa varíe. Lejos de estresarnos, surge la comprensión hacia las necesidades ajenas. Lejos de pelearnos, estamos más atentos a respetar el espacio del otro. Lejos de enfadarnos, encontramos nuevas maneras de relacionarnos y colaborar.
La paciencia. Con uno mismo, con la familia, con la situación “transitoria”… El tiempo nos enseña que nada permanece, que todo llega y que todo tiene su fin… También las obras y el polvo, también deshacer cajas y colocar, también lo provisional y la falta de intimidad (¡no tenemos puertas todavía!).
Así es como empieza mi nuevo curso. Cambios fuera y dentro, limpieza profunda externa e interna.
Lo mismo, distinto.
¡Gracias por leer!
Cecilia
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