Es probable que Django Reinhardt y Stéphane Grappelli, en los tiempos del Quinteto del Hot Club de Francia, festejaran juntos sus cumpleaños. Al fin al cabo, las fechas de nacimiento de los dos músicos sólo están separadas por tres días, los que faltaban para que el violinista tuviera exactamente dos años más que el guitarrista. Ya se están haciendo complicadas las cuentas, así que os las voy a evitar: hoy celebramos 102 años desde el nacimiento de Grappelli, uno de los más grandes violinistas de jazz de todos los tiempos.
La intensa colaboración musical de estos dos colosos del jazz manouche tuvo un paréntesis durante la Segunda Guerra Mundial, fue cada vez más esporádica tras la finalización del conflicto bélico y terminó debido a la muerte prematura de Django, con sólo 43 años. Por otro lado, felizmente, el violinista tuvo más larga vida: llegó muy cerca de cumplir los 90 años y se mantuvo musicalmente en activo hasta prácticamente el final: el siguiente vídeo es de un concierto que ofreció en Polonia a la edad de 88 años, en trío con Marc Fosset y Jean Philippe Viret.
Por su grandísima sensibilidad y virtuosismo, Grappelli gozó de gran estima y admiración en todo el mundo musical y colaboró no sólo con los más importantes jazzistas, sino también con grandes músicos ajenos al mundo del jazz, formando una lista demasiado larga para resumirla aquí, de la que cabe destacar Yehudi Menuhin.
Hoy celebramos el centenario del nacimiento de Jean Baptiste Reinhardt, más conocido como Django, guitarrista extraordinario y personaje realmente impresionante. Sus cualidades musicales saltan al oído y se pueden comprobar y disfrutar gracias a su extensa discografía, de la que tenemos una muestra en el reproductor de la columna de la derecha a partir de hoy y durante los próximos días.
Su música, paradigma del jazz manouche, desborda virtuosismo y creatividad, demostrando el grandísimo nivel de Django tanto en la ejecución como en la composición e improvisación musicales. Hasta aquí nos encontramos delante de un músico de altísimo nivel, lo cual es indudablemente fascinante. Pero lo que es realmente sorprendente, hasta rozar lo increíble, es que tocaba sus deliciosas melodías, hasta en los pasajes más endiabladamente rápidos, con sólo dos dedos de su mano izquierda.
En efecto, cuando sólo tenía 18 años salvó su vida de un incendio del que salió con la mitad de su mano izquierda gravemente quemada. Los médicos eran partidarios de su amputación, así como de la de una de sus piernas, también seriamente afectada. Sin embargo, a pesar del alto riesgo de gangrena y del consiguiente peligro por su vida, Django se negó rotundamente.
Felizmente su organismo pudo recuperarse, eso sí, tras una larga convalecencia durante la cual estuvo buscando sin cesar la manera de seguir tocando. Así desarrolló una técnica prodigiosa en la que usaba índice y medio para los solos dejando anular y meñique, cicatrizados juntos, para los acordes rítmicos, como podemos ver en algunos fragmentos del siguiente vídeo.
La más interesante unión artística de Django fue con el violinista Stéphane Grappelli, que también aparece en el vídeo y del que hablaremos un poco más dentro de unos días. Junto con Grappelli, en 1934 Django fundó el Quinteto del Hot Club de Francia, el primer grupo de jazz no americano de importancia mundial.
Hablando de Django Reinhardt no puedo evitar recordar y aconsejar una película de Woody Allen, Acordes y desacuerdos (Sweet and Lowdown), con la que el director estadounidense homenajea al guitarrista de una manera muy curiosa. El largometraje es una comedia con forma de falso documental sobre un personaje ficticio, el guitarrista Emmet Ray (Sean Penn), excelente músico y desastrosa persona, quien se autodefine como el segundo mejor guitarrista del mundo, claro está, después de Django. La banda sonora recrea las sonoridades propias del jazz gitano de Reinhardt y de su quinteto.
¡Esto es ritmo! (Rhythm is it!) es el título de una película que no dudo en definir como imprescindible. Se trata de un documental que narra un proyecto pedagógico de la Filarmónica de Berlín, una de la mejores orquestas del mundo, cuyos planteamientos iniciales son tan fascinantes como aparentemente irrealizables: subir al escenario a 250 escolares totalmente ajenos al mundo de la danza para que, tras semanas de duros pero apasionantes ensayos, bailen nada menos que La Consagración de la Primavera, la obra maestra de Igor Stravinsky.
¡Esto es ritmo! – final
El título me gusta, pero aún más me gusta el subtítulo: Una clase de baile para cambiar la vida. A lo largo de los 100 minutos que dura el filme, seleccionados entre más de 200 horas grabadas principalmente durante el período de los ensayos, los directores Thomas Grube y Enrique Sánchez Lansch nos demuestran algo que nunca deberíamos dudar: el talento y la fuerza que los adolescentes poseen y que con demasiada frecuencia no utilizan por falta de autoconocimiento o, aún más frecuentemente, de autoconfianza. Aprender a utilizar esa fuerza y a aprovechar ese talento, a conocerse uno mismo y a apreciar y valorar sus propias cualidades, a fijar metas y a imponerse una disciplina que les permita alcanzarlas es algo que sin duda transformaría la vida de muchísimos adolescentes desmotivados y actualmente encaminados a engrosar las filas de lo que se suele llamar “fracaso escolar”. Pero también de muchísimos otros que se conforman con los resultados mediocres que están bastante por debajo de sus posibilidades.
En la cinta, todas las palabras están cargadas de emoción: las del coreógrafo Royston Maldoom, cuando nos cuenta su infancia difícil y el inicio de su pasión por la danza o cuando, con una severidad cargada de profundo afecto, exige a los jóvenes la seriedad necesaria para conseguir un trabajo bien hecho; las de Marie, una chica de 14 años que confiesa alternativamente sus ganas de abandonar y las de seguir adelante con el proyecto, eligiendo definitivamente esta opción con gran satisfacción personal; las de Martin, que a sus 19 años habla de los bloqueos emocionales que está superando gracias a la danza; las de Olayinka, nigeriano de 16 años, huérfano de guerra y refugiado en una nación de la que desconoce el idioma: su testimonio me ha resultado especialmente emocionante. Finalmente, las palabras de Simon Rattle, el director de orquesta: fascinantes y encantadoras, tanto cuando habla de la partitura de Stravinsky, intentando describir la energía que emana de esa obra, como cuando habla de la música y del derecho innato del ser humano a disfrutar de ella.
En efecto, Rattle tiene una concepción totalmente democrática de la música, demostrándolo con su participación en actividades pedagógicas (por ejemplo esta misma o su colaboración con el Sistema venezolano) y divulgativas. En la película manifiesta explícitamente su convicción de que la música es patrimonio universal y el acceso a ella debe ser un derecho de todos y no un privilegio de pocos con las siguiente palabras: “Esta música es para todo el mundo, uno no tiene que avergonzarse de ello. No es algo que esté allí, no es sólo para hombres de negocios ricos de cierta edad y sus mujeres. La Filarmónica de Berlín no es una diva a la que soñamos alcanzar, es un lugar donde se interpreta la más extraordinaria música emocional, a la que todos tienen derecho.”
En este sentido, la BFO (con esta sigla se conoce a la orquesta) se abre al mundo con varias iniciativas que la acercan al público gracias a la tecnología: además de estar en la web, está en Twitter, en YouTube y en Facebook. Pero la modalidad más innovadora y espectacular de asomarse en las casas de la gente a través de su conexión a Internet es su Auditorio digital (Berliner Philharmoniker Digital Concert Hall), espacio en el que es posible asistir a sus conciertos en directo, previo pago de una entrada más que razonable, o bien a las grabaciones de los mismos. De la misma manera que para la asistencia presencial a los conciertos, es posible comprar abonos, mensuales o de temporada, con un descuento considerable. Entre los archivos, además de las grabaciones de los conciertos, hay también una sección con vídeos educativos gratuitos, pero son en alemán y por el momento sin subtítulos.
Me quedan dos cosas antes de cerrar este post: la primera es desearle muy sinceramente un feliz cumpleaños a Simon Rattle, que hoy mismo cumple 55 años; la segunda es transcribir aquí algunas de las maravillosas palabras que el mismo Rattle pronuncia en ¡Esto es ritmo! para recomendar su lectura y reflexión sobre todo a mis alumnos y alumnas: “Muchas personas tienen este deseo, también en la escuela, ojalá estuviera en el grupo principal, ojalá fuera popular. Y no se dan cuenta en ese momento de que esa es una cosa muy transitoria: a menudo los que son más populares tienen unas habilidades muy convencionales y los que están un poco al margen son los que frecuentemente pueden ir más allá.”
Como todos los años, cuando falta poco más de un mes para el Día de Andalucía, en clase empezamos a hablar de flamenco. Así que en las próximas semanas veremos, escucharemos y escribiremos sobre cante, baile y toque. Empecemos con el último de estos tres aspectos del flamenco.
El tocaor -así se le llama al guitarrista flamenco, de manera similar a como se llama a los otros protagonistas del tablao, el cantaor y el bailaor- ha sido una figura de segundo plano, un mero acompañante del cantaor. Sin embargo, la internacionalización del flamenco empezó justamente de la mano (o mejor sería decir de los dedos) de un guitarrista que además tiene el mérito de la emancipación de su instrumento: hablo de Sabicas.
Agustín Castellón Campos, ese era su verdadero nombre, aprendió a tocar así gracias a su predisposición y su esfuerzo autodidacta, que empezó cuando tenía sólo 4 años. El gran virtuosismo que supo desarrollar, sumado a su creatividad en la composición, le permitió llegar a actuar como solista en algunos de los más importantes teatros mundiales. Desde el exilio al que le empujaron la guerra civil y la posterior dictadura, Sabicas dio a conocer la música flamenca en el continente americano, empezando por el sur para luego trasladarse al norte, estableciéndose en Nueva York, donde vivió hasta su muerte, que ocurrió en 1990.
Sabicas fue el primero en grabar un disco con una guitarra flamenca actuando en solitario: fue Flamenco puro, publicado en 1961. Una pequeña muestra podemos escucharla durante los próximos días en el widget de la columna de la derecha: la primera de las obras en la lista, cuyo título es Guadalquivir, pertenece a ese disco.
La influencia de Sabicas, junto con la de otros dos grandes tocaores, Ramón Montoya y Niño Ricardo, fue fundamental para la aparición de una nueva generación de guitarristas flamencos. Entre éstos destacan Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar, dos músicos extraordinarios que merecen ser tratados en un post aparte. El director de cine Carlos Saura los reunió en su película Sevillanas dejándonos estas espectaculares sevillanas a dos guitarras.
Poco antes de las vacaciones conocí La Ciencia es Divertida, el blog de José Luis León Sánchez, mi compañero de Física y Quimica en el IES Vega de Mijas. en el cual su autor viene publicando desde hace casi dos años vídeos y descripciones de “Juguetes y artilugios cuyo funcionamiento está basado en fundamentos físicos”, todos ellos curiosos e interesantes, además de, como promete el título del blog, divertidos.
Algunos de ellos, además, nos llaman particularmente la atención porque tratan de una materia que pertenece al currículo tanto de su asignatura como de la nuestra, es decir la acústica, clasificados bajo la etiqueta Ondas. Con palabras sencillas, imágenes claras y vídeos elocuentes, José Luis nos explica el funcionamiento de algunos objetos sonoros muy curiosos, como la varilla cantarina, las cintas habladoras, los tubos sonoros, la bocina de aire o las cajas de música, y hasta llega a hacernos “ver el sonido” con unas llamas que bailan acompañadas por O Fortuna, de Carmina Burana del compositor alemán Carl Orff.
Gracias a José Luis por compartir sus esfuerzos y ánimo para seguir haciéndolo.
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