Reflexión para 2012 y para siempre

“Os deseo un Año 2012 de silencio e interiorización, de donde saldrán la creatividad, el amor y la prosperidad, con mi primer artículo de Espacio Humano de este año: ¡Silencio, se rueda!

Cuando el ayudante de dirección de una película golpea la claqueta y dice “¡silencio, se rueda!”, todo el mundo contiene la respiración y pone su atención en la escena que se va a rodar. Es una especie de conjuro por el que cesan ruidos y distracciones y solo cuenta el guión previsto. Cada mañana al levantarnos, podríamos invocar el silencio para contemplar la vida despertándose en nosotros y a nuestro alrededor. Incluso antes de recordar los planes del día, las obligaciones a cumplir y los objetivos que nos marcamos. Recomenzamos el guión de nuestra vida sin distraernos por el escenario que nos rodea.

En enero empieza un nuevo año y es un periodo especial para hacer limpieza y definir propósitos. Dejar atrás lo inservible: el ruido, el barullo, el bullicio y la barahúnda internos y externos. Teléfonos, televisión, radio, conversaciones insustanciales que nos alejan de ese lugar profundo e inalterable tan menudo olvidado. Es como sumergirse buceando unos metros en el mar en medio del oleaje. Allí abajo, únicamente el rumor de la arena arrastrándose y la imperceptible comunicación de delfines y ballenas.

¡Qué buen propósito para el 2012 sería reclamarnos silencio después de un año de ruido y furia! Tal vez veríamos los acontecimientos que nos asustan de otro modo. Los individuales y los colectivos. El temor a suspender un examen, a no encontrar trabajo una vez acabados los estudios, a perder el trabajo conseguido, a no llegar a final de mes con el sueldo tan costosamente trabajado, a que nos deje la pareja, al futuro. Porque los miedos siempre están en el futuro. Son proyecciones desde nuestro presente de todo lo que podría salirnos mal. Y si el miedo es recurrente y obsesivo puede degenerar en ansiedad, que no es sino un enorme abismo subjetivo entre el aquí y el ahora y el allí y el entonces.

Y fuera de nosotros, la crisis, el paro, ineficaces e interminables debates políticos, regímenes que caen, guerras, calentamiento global del planeta, el hambre que no cesa y, de fondo, el monótono zumbido de que si la prima de riesgo sube o baja, la deuda soberana es o no impagable, los “mercados” que tumban gobiernos… como si no hubiera vivido el ser humano sobre este planeta más de quinientos mil años sin todo ello y como si eso fuera el máximo progreso del “homo economicus”.

Pero no hay ansiedad que se resista a diez respiraciones profundas. Tal como respiramos, así pensamos y así sentimos. Es imposible controlar totalmente los pensamientos, que van y vienen como nubes pasajeras más allá de nuestra voluntad o sentirnos mejor o peor según el día y lo que nos sucede. Pero sí es posible ser consciente de la respiración, respirar a pleno pulmón, vaciar el aire viciado y oxigenar las neuronas y todas las células del cuerpo.

En todas las épocas y en todas las culturas, el silencio ha sido una de las vías de progreso interior y de desarrollo personal y espiritual. Retirarse al desierto como los eremitas, a un monasterio o simplemente subir a lo alto de la montaña como en la cultura de los indios americanos para aquietar el espíritu y tener la visión y, con ella, volver a la tribu y compartirla. Hoy día bastaría con hacer una respiración profunda antes de responder al teléfono y vernos sumergidos en el territorio de quien llama. O dedicarnos “un minuto básico”, que explica muy bien Martin Boroson en su libro “Respira. Relax para personas ajetreadas” (Ed. Urano) y también en un excelente power point de cinco minutos llamado “one-moment meditation, con subtítulos en castellano. (http://www.youtube.com/watch?v=F6eFFCi12v8&feature=player_embedded)

Tal vez sea significativo que el primero de los cinco sentidos que se desarrolla en el vientre materno es el oído, uno de los caminos más directos a la emoción, porque sonidos y palabras evocan recuerdos y experiencias, a veces remotas y olvidadas, incluso antes de que tuviésemos la capacidad de hablar. Curiosamente el cine mudo nunca fue mudo, porque mientras se desarrollaba la cinta sin sonido, pianista solía poner la música, algún presentador iba explicando y, posteriormente, técnicos de efectos especiales iban añadiendo los sonidos pertinentes conforme a la acción que se estaba desarrollando. Luego vinieron las bandas sonoras con sonido estereofónico y altavoces atronadores.

No es de extrañar que hoy día casi todo el mundo tema el silencio embarazoso que puede producirse en un café, en un ascensor, antes de una reunión de trabajo o de una conferencia. La mayoría de las personas se sienten nerviosas y se entablan conversaciones superficiales. ¿No será que para muchos el silencio está asociado a la soledad? ¿Será que creen que profundizar en su interior es encontrar un gran vacío que les recuerda la silenciosa Señora de la Guadaña? El silencio de los cementerios. No obstante, también existe el silencio de una noche estrellada o de un amanecer en el campo antes de que despierten los pájaros. Y puede ser muy bello y profundo si simplemente se le deja estar sin llenarlo inmediatamente por miedo a lo inhabitual y desconocido.

Esta invitación al silencio no tiene nada que ver con su imposición. A lo largo de toda la historia, y aún actualmente, el silencio impuesto recuerda la censura de los poseedores de la verdad, de los regímenes dictatoriales o simplemente de quien ejerce su poder a través de la palabra sobre el oprimido amordazado. Este no es un verdadero silencio, porque el deseo de expresarse, de liberarse de la mordaza no produce paz mental ni éxtasis corporal. El verdadero silencio interior es un silencio de las mismas células en el que uno no se identifica con pensamientos, deseos, planes ni miedos. Como tampoco lo es el silencio que viene del aburrimiento, de la perplejidad o del no atreverse a expresar. El auténtico silencio es mental, emocional y corporal. Y más allá, espiritual: la contemplación en donde no hay objetivos que conseguir ni separación alguna entre el observador y lo observado.

El silencio no es un fin en sí mismo, sino un requisito indispensable para que las palabras que surgen de él sean veraces, sanadoras y oportunas. No romper el silencio si no es para mejorarlo, sería una buena máxima. Y en el silencio hay muchas profundidades y calidades. Y cuando se llega al silencio profundo se pasa de las técnicas de meditación al estado meditativo. Es entonces cuando podemos decir con el gran poeta y místico Rumi: “Dejadme ahora sentarme aquí, en el umbral de los dos mundos, perdido en la elocuencia del silencio”.”

Por Alfonso Colodrón Gómez-Roxas 


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