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Los Ángeles, Hawái e incluso Filipinas; el equipo tuvo que recorrer caminos casi interminables para avanzar en su cada vez más desesperante búsqueda. Un creciente sentimiento de angustia y frustración se iba haciendo poco a poco con cada uno de los creadores; la impotencia y la rabia que sentían por no haber encontrado todavía a esa chica no dejaban de aumentar, y los autores comenzaban a temer que, quizás, esa joven simplemente no existiera.
Pero aquel día en Manila lo cambió todo. Después de una pila infinita de eternas y densas audiciones y posteriores rechazos, una adolescente menuda, de rostro aniñado y mirada ingenua, entró en la sala. Llevaba el pelo recogido en una larga coleta negra, y en sus manos portaba una pequeña carpeta que no tardaría en abrir; en su interior, había un cartel de Los Miserables. La joven no se había podido resistir; ansiaba conseguir el papel, pero si eso no era posible, al menos quería volver a casa con el autógrafo de aquel hombre cuya música tanto admiraba. Tras haber satisfecho su pequeña ilusión, Claude-Michel se sentó al piano y le tocó el un tierno dueto compuesto para Kim y Chris, titulado Sun and Moon. Después de interpretar la pieza dos veces más para asegurar de que la melodía le había quedado clara, llegó el turno de la chica; era el momento de demostrar que realmente merecía aquel rol. Ante la fija y atenta mirada de todo el equipo creativo, la joven comenzó a cantar, luchando constantemente contra los nervios que recorrían su cuerpo. Tras entonar el último compás, se produjo un silencio rotundo durante un mínimo instante, que ella vivió como si hubiera durado varias horas. Acto seguido, aplausos y felicitaciones invadieron la sala. Miss Saigón había salido de su escondite y acababa de presentarse a los autores, quienes, exhaustos después de meses recorriendo medio mundo, se dieron cuenta de que su búsqueda había finalizado.
Se iniciaba así un nuevo viaje comprendido entre los muros del prestigioso Drury Lane Theatre. Con tan solo unas pocas semanas antes del primer preestreno, más de un centenar de personas ensayaban durante jornadas kilométricas para dar vida a la exigente pieza de Boublil y Schonberg. Sobra decir que el proceso no fue para nada un camino de rosas; los autores tuvieron que reescribir varios números que no funcionaban, varias piezas de escenografía sufrieron averías y, para colmo de males, un bailarín resultó herido por un decorado durante una prueba técnica. Parecía que la obra estaba destinada al fracaso, sin embargo los autores no iban a dejar que esto les afectara; si algo habían aprendido tras su agotador trabajo en la producción original de Los Miserables, es que no debían dejar que ningún contratiempo los echara para atrás.
El 20 de septiembre de 1989, el telón de Miss Saigón se elevó ante los ojos de casi 2000 espectadores. En cuestión de un par de horas, cientos de londinenses fueron testigos, incluso partícipes de aquella trágica historia de amor condenada a desaparecer. Tras su devastador final, el auditorio se inundó de aplausos y gritos de admiración procedentes de un público cautivado por el talento de dos grandes artistas que cuatro años atrás ya habían logrado seducirlo en el Barbican Theatre. Su éxito y popularidad eran evidentes y así se demostraría día tras día durante los 10 años que la obra se mantuvo en cartel.
Ahora, 25 años después de su triunfal aterrizaje, esta maravillosa adaptación de una de las más grandiosas óperas de Puccini ha regresado al West End. Después de medio siglo hospedándose en los teatros de las principales ciudades del planeta, no son pocos los premios y reconocimientos que esta obra ha obtenido. Sin embargo, seguramente estas hazañas no son las que más han satisfecho las aspiraciones de sus autores. Después de todo, fue esa mujer anónima y anodina la que les inspiró y empujó a escribir una de sus mejores piezas; fue esa pequeña fotografía en el interior de una revista la que los obligó a seguir adelante durante dos extenuantes años de creación y constantes correcciones; y, probablemente, compartir con todo el mundo esa generosidad y valentía tan poco usuales hoy en día es lo que, en lugar de tantos galardones, les ha hecho sentirse realmente orgullosos.