Me encuentro delante del ordenador, y hace un rato estaba pensando de qué puedo hablarte hoy.
Estoy bastante cansada y mi cerebro no quiere colaborar…
Sin quererlo, me he puesto a pensar en la batalla que tuve ayer con la calefacción de mi casa.
No hace mucho que vivo aquí, y aún no había necesitado encender la calefacción. Siempre prefiero optar por abrigarme un poco más.
Pero este año… uff… ¡hace muchísimo frío!
Total, ayer me lié la manta a la cabeza y me puse a ver cómo encenderla.
Lo primero que hice fue encontrar el manual de instrucciones de la caldera. Un compañero de trabajo de donde trabajaba hace muchos años, me enseñó que se pueden encontrar por Internet.
Aunque parecía que mi periplo iba a acabar rápido y satisfactoriamente, la maldita caldera no quería colaborar.
¡Le dije de todo a esa lucecita parpadeante! En teoría indicaba que la caldera se estaba encendiendo, pero me estaba tomando el pelo.
Al principio pensaba «jeje, que graciosa, se cree que no voy a poder hacer que funcione».
Después de 30 minutos intentando cosas, cada vez que se encendía la lucecita ya no veía una bombilla, veía como la caldera me levantaba el dedo
Yo no soy mucho de decir tacos ni de insultar, pero la caldera estaba sacando lo peor de mí.
Entonces recordé que una amiga de mi infancia también tenía calefacción por radiadores, y recuerdo un día en el que empezó a hacer mucho calor en su habitación y pudimos apagar el radiador girando una ruedecilla que tienen.
Ahí empezó el segundo (o diecisieteavo) round. Me paseé por todos los radiadores, los cerré y sólo abrí uno para tenerlo bien controlado todo.
Pero la caldera sólo decía una cosa:
Bueno, eso son tres cosas, …
Estaba llegando al límite y me iba a enzarzar a mordiscos con la caldera.
Yo me quedaría sin dientes, pero ella se iba a quedar con una cicatriz toda su triste vida.
Entonces vi un aparatito pegado en la pared. Estaba en una habitación diferente, pero me llamó la atención cuando lo vi. ¿Eso ha estado ahí siempre?
¡Aaah! ¡Desde aquí se regula la temperatura! La batalla estaba ganada. La caldera no tenía nada que hacer. Le gustase o no, tendría que ponerse a currar de inmediato.
Oh oh… el regulador no tiene pilas. La madre que lo… trajo a este maravilloso mundo…
Gracias al cielo, alguien me descubrió hace años el fantástico mundo de las pilas recargables, así que tenía algunas perdidas por casa y también conseguí encontrar el cargador (te ahorro los detalles, pero también tuve que hacer que el cargador colaborara utilizando unos alicates).
Le pongo las pilas y… ¡BAM! ¡¡Encendido!!
Un momento… ¡¡se acaba de apagar!!
Después de investigar un poco, veo que las pilas no hacen contacto del todo porque el aparatito es muy viejo y está dado de sí.
Entonces me vino un recuerdo de la escuela, donde aprendí que el estaño es conductor, así que fui a buscar el rollo de estaño de soldar que tengo por ahí, corté unos trozos y se los enganché a las pilas.
¡BAAAAAM! ¡¡Encendido y funcionando!
La caldera se moría de rabia, pero tuvo que aguantar y hacer su trabajo.
El caso es que pude ser autosuficiente gracias a las cosas que había aprendido a lo largo de toda mi vida, y eso es lo que deberías buscar tú al entrenar tu voz.
Yo podría haber llamado a alguien para que lo arreglara, pero eso me hace dependiente. Además, ¿qué pasa si están de vacaciones? ¿Qué pasa si es domingo y no trabajan?
Cuando te formes vocalmente, tienes que asegurarte de dedicar tiempo a entender el proceso y las herramientas que hay a tu disposición, porque tu vocal coach no va a poder estar siempre contigo.
De hecho, la idea es que acabes siendo independiente, que seas capaz de hacer los cambios necesarios para arreglar el problema que puedas estar teniendo con tu voz.
No, no es fácil llegar a eso, y yo te recomiendo que siempre tengas sesiones de seguimiento con tu vocal coach, pero de nuevo… ¿y si tu vocal coach está de vacaciones?
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Pero siempre, siempre, trabaja para obtener tu independencia vocal (¡¡y que les den a las calderas!!)
Este artículo La rebelión de las máquinas ha llegado pertenece a VoKalo.