En el día de hoy, 22 de Noviembre, se conmemora en todo el mundo el Día de la Música en honor a su patrona, Santa Cecilia. Por este motivo, quiero dedicar íntegramente este post a Hildegarda de Bingen, por romper importantes brechas marcadas por las diferencias de género prevalecientes desde la Antigüedad y por jugar un importante papel en la historia de la música desde la Edad Media.
Hildegarda de Bingen (1898-1179) nació en Bermersheim, en la región alemana de Renania-Palatinado, en el seno de una familia noble y acomodada. Fue la menor de diez hermanos y por eso fue considerada como el diezmo para Dios, entregada como oblata a los ocho años al monasterio benedictino de Disibodenberg. De esta manera, fue dedicada por sus padres a la vida religiosa y entregada para su educación a la abadesa Jutta de Spanheim, quien la instruyó en el rezo del salterio, en la lectura del latín, en la lectura de la Sagrada Escritura y en el canto gregoriano. A la muerte de Jutta en 1236, Hildegarda, a pesar de su juventud, le sucedería en el cargo de abadesa.
Considerada por los especialistas actuales como una de las personalidades más fascinantes y multifacéticas del Occidente europeo, se la definió entre las mujeres más influyentes de la Baja Edad Media, una de las figuras más ilustres del monacato femenino, dotada de una cultura fuera de lo común y una de las escritoras de mayor producción de su tiempo.
Santa Hildegarda y su comunidad de monjas en una miniatura del siglo XIII.
La música ocupó un lugar distintivo en la vida, la obra y el pensamiento de Hildegarda de Bingen, escribió numerosos tratados y magníficas composiciones. Sin embargo, en un pasaje autobiográfico Hildegarda afirma que componía cantos y melodías religiosas sin haber recibido nunca una formación musical específica y que los interpretaba sin ningún tipo de conocimiento de la notación neumática y el canto, por lo que su legado musical es fruto de su formación autodidacta.
Testimonio de su actividad musical son setenta y ocho composiciones, agrupadas en Symphonia armonie celestium revelationum (Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestes, 1140 – 1150): formada por 43 antífonas, 17 responsorios, 8 himnos, 1 Kyrie, 1 pieza libre y 7 secuencias para la misa. Además, compuso un auto sacramental musicalizado llamado Ordo Virtutum, 1150.
Vista parcial del del Códice de Wiesbaden (Riesencodex) con la notación del canto «O vis eternitatis» de Symphonia armonie celestium revelationum.
La música de Hildegarda fue innovadora para su tiempo. Mientras el canto gregoriano se desarrolla en una sola octava, las composiciones de Hildegarda abarcan dos. Las melodías las compone en función del texto, que contiene una teología y una espiritualidad profundas. Sin haber hecho estudios especializados, pintaba las miniaturas de sus libros, escribía himnos y poemas litúrgicos y los musicaba para el uso de las monjas de su comunidad.
Miniatura realizada por la abadesa
La vida de Hildegarda destaca por su peculiaridad frente al régimen masculino predominante durante la Edad Media. Alrededor de ella se conjugaron hechos poco frecuentes en la sociedad de la Baja Edad Media europea: era poco frecuente que una mujer se dedicara a tantas y tan variadas disciplinas; que fuera tomada como referencia y consejera por autoridades eclesiásticas y seculares; que presentara oposición e, incluso, amonestara al clero, a comunidades monacales y al emperador mismo; que compusiera música; que predicara públicamente y, en general, que se desenvolviera con tanta autoridad y suficiencia. Este hecho ha llevado a grupos feministas eclesiásticos y seculares a tomarla como un ejemplo relevante de reivindicación del papel de la mujer en la historia y de su importancia en la apertura de roles tradicionalmente masculinos al género femenino.