Cuando el viernes pasado, durante nuestra reunión semanal, el equipo de docentes implicados en el proyecto bilingüe del instituto en el que trabajo decidimos que el protagonista de la jornada que anualmente dedicamos a los países angloparlantes sería Canadá, tengo que confesar que de entrada me sentí un poco perdido. El año pasado trabajamos sobre Estados Unidos, así que fue relativamente fácil (1 y 2) encontrar no sólo música de la que hablar, sino lo más importante: música que hacer, con los requisitos adecuados para un alumnado de 1º y 2º de ESO. No llegué a decir que -aunque estoy convencido de que cualquier lugar del mundo es interesante, también musicalmente hablando- hubiera preferido Escocia, Inglaterra o Irlanda, cuya tradición musical da mucho más juego, porque en ese momento mis compañeros y compañeras estaban entusiasmados con la gran biodiversidad, la riqueza histórica, la variedad cultural o los recursos energéticos de Canadá, mientra que yo sólo conseguía evocar las sublimes notas de las Variaciones Goldberg interpretadas por Glenn Gould interrumpidas abruptamente por la voz de Céline Dion dando saltos de octava en el tema principal de la película Titanic.
Sin embargo ahora, tras una breve investigación, estoy igual de entusiasmado que mis colegas de Ciencias Naturales, Ciencias Sociales o Tecnología: además de otros recursos, he descubierto que Oscar Peterson, uno de los pianistas de jazz que más admiro pero del que desconocía su lugar de nacimiento, era canadiense. Y además, una de sus composiciones más famosas, Hymn to Freedom, tiene un ámbito adecuado para ejecutar con el instrumento que mis alumnos y alumnas tocan cada día con más seguridad y expresividad.
Hace una docena de años, él mismo explicaba cómo nació esta obra musical y cómo su música, junto con la letra que en un segundo momento le puso Harriette Hamilton (en karaoke en este vídeo), fue siendo cantada cada vez más como himno del Movimiento por los derechos civiles en muchas plazas americanas y europeas.
El siguiente vídeo -una grabación en vivo de hace poco más de 50 años, con el mismo Peterson al piano junto con Ray Brown al contrabajo y Ed Thigpen a la batería- nos demuestra que un himno, normalmente de estructura bastante rígida hasta llegar a lo marcial en los himnos nacionales, puede sorprendernos transmitiéndonos una gran sensación de libertad sin necesidad de ningún texto, gracias a la creatividad de los intérpretes y a las sonoridades de blues y de spiritual.
La versión para flauta dulce, acompañada de piano y batería, no ofrece especiales dificultades más allá de las dos notas más agudas (mi y fa), que habrá que cuidar para que no sean “chilladas”, y algunas notas sincopadas, que habrá que articular adecuadamente para no difuminar ese recurso rítmico tan eficazmente empleado en el jazz.