Gavota de Corelli

La primera partitura para flauta dulce que os propongo para el 2010 es la transcripción de una gavota de Arcangelo Corelli (1653-1713), músico italiano de cuya muerte es hoy el aniversario.

El catálogo de las obras de Corelli no es muy extenso, ya que su producción oficial se limita a 6 colecciones entre las que destacan las últimas dos: las 12 sonatas para violín y bajo continuo op.V y los 12 concierti grossi op.VI.

Las primeras 6 sonatas del op.V son sonate da chiesa, esto es, composiciones en varios movimientos escritas con estilo contrapuntístico y la seriedad necesaria para poder ser tocadas en las iglesias. Por el contrario, las siguientes 6 sonatas son sonate da camera consistentes en varios movimientos de danza, con la única excepción de la última, una serie de variaciones sobre el tema de la muy célebre Folía de España.

La gavota que vamos a tocar con la flauta, y que pertenece a la sonata X, a su vez ha sido empleada por varios compositores como tema para variaciones: Fritz Kreisler es el autor de éstas, interpretadas impecablemente por David Oistrakh.

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El año de Pergolesi

Comienza un año pergolesiano: hoy mismo celebramos los 300 años del nacimiento de Giovanni Battista Pergolesi, músico por el que siento un aprecio muy especial no sólo por la belleza de su música, sino también porque hemos nacido en la misma región, las Marcas, en sendos pueblos que distan entre ellos alrededor de 50 kms, él en Jesi y yo en Tolentino.

Bastante famoso en vida, todavía lo fue más tras su muerte, ocurrida cuando sólo tenía 26 años, lo que hizo que se le atribuyeran obras que, según estudios recientes, en realidad no compuso. Así que su catálogo, ya muy corto debido a su muerte prematura, se redujo aún más. Las consecuencias de estas atribuciones equivocadas afectaron no sólo a la historia de la música del siglo XVIII, sino también a la del siglo XX: Igor Stravinsky abrió su período neoclásico en 1920 componiendo lo que tituló Pulcinella, ballet avec chant en un acte d’après Giambattista Pergolesi. Sin embargo varias de las arias que Stravinsky creía que eran obra del músico marquesano, son en realidad d’après Domenico Gallo u otros músicos menos conocidos.

No hay dudas sobre la autoría de las dos obras más importantes de Pergolesi: el Stabat Mater y La serva padrona.

Pergolesi compuso la primera de estas dos obras en sus últimos meses de vida. Enfermo de tuberculosis, trabajó febrilmente para poder completarla (lo que según la tradición romántica ocurrió el día mismo de su muerte). El Stabat Mater de Pergolesi, el más ejecutado entre los varios centenares escritos por más de 200 compositores diferentes sobre el texto de la secuencia gregoriana, se estructura en 12 números en los que dos voces solistas, una soprano y una contralto, cantan un lamento muy intenso que sin embargo nunca llega al desgarro, manteniendo una compostura que no hace sino amplificar la sensación de tristeza profunda que quiere transmitirnos el compositor: el dolor de la madre que contempla al hijo moribundo. La siguiente selección es una grabación de 1983, la primera versión que oí, hace muchos años. Las voces no son de mujeres: la parte de soprano está ejecutada por Sebastian Hennig, que en aquella época era un niño, mientras que el alto es en realidad un contratenor, René Jacobs. Tanto la elección de estos peculiares timbres vocales, ambos muy puros y el del niño particularmente cristalino, como de la instrumentación, limitada a dos violines y el bajo continuo, realizado por un chelo, un bajo y un órgano de cámara, refuerzan aún más esa sensación de drama interior y de sufrimiento íntimo que transmite la partitura, considerada como el testamento espiritual de Pergolesi.

Extremadamente diferente es la otra de las dos obras citadas, La serva padrona. Alegre y vitalista, esta opera buffa nació como intermezzo para entretener al público entre los actos de una opera seria del mismo Pergolesi, Il prigioniero superbo, es decir, para ejecutarse sobre el ruido de fondo de los operarios que cambiaban las escenas y frente a un público que descansaba de la tensión provocada por la atención prestada a la ópera. Sin embargo, mientras Il progioniero superbo no tuvo éxito y fue olvidada muy pronto, La serva padrona se emancipó en seguida como ópera per se y sigue siendo representada con mucha frecuencia. No sólo eso, sino que además tiene una importancia histórica que va mucho más allá de lo que seguramente podía imaginar su autor cuando la compuso, habiendo desencadenado una dura polémica en Francia entre los partidarios de la tradición operística gala, la tragédie lyrique, y los admiradores de la opera buffa, que traía nuevos aires tanto desde el punto de vista musical, con arias más sencillas y frescas, como argumental, con historias y personajes sacados de la vida cotidiana. Los dos años que siguieron al fatídico 1º de agosto de 1752, día en que La serva padrona se representó en la Académie royale de musique, “profanando” así el santuario de la ópera francesa, fueron un período de duros enfrentamientos entre los dos bandos que protagonizaron la que se vino a llamar la querelle des bouffons, la querella de los bufones, que fue apagándose progresivamente en la década posterior.

Los protagonistas de La serva padrona son tres: el viejo soltero Uberto (bajo) y sus criados Serpina (soprano) y Vespone (mimo). Serpina, con la ayuda de Vespone, encontrará la manera de suscitar los celos en Uberto que lo convencerán finalmente para casarse con ella, que lo celebra diciendo: “E di serva divenni io già padrona.” (Y siendo criada, me convertí en ama).

Podemos disfrutar de una selección de la ópera en el siguiente vídeo, en el que oiremos a los cantantes Patrizia Biccirè (otra marquesana) y Donato Di Stefano acompañados por La Petite Bande dirigida por Sigiswald Kuijken.

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