La conexión entre el cuerpo y el instrumento es la embocadura.
La embocadura también forma parte de la sujeción del clarinete y asegura una conveniente canalización del aire soplado dentro del instrumento, haciendo que la caña vibre, produciéndose el sonido.
Una buena embocadura debe ser firme para asegurar una buena sujeción de la boquilla y sellado de la cavidad bucal (para que el aire no se escape por las comisuras), y flexible para permitir la vibración de la lengüeta.
Este aspecto debe ser tenido en cuenta desde el primer momento, dada su importancia para el desarrollo instrumental posterior.
En este post quiero hablar sobre una de las maneras de trabajar este aspecto.
Como aprendí escuchando clases de la clarinetista Nerea Meyer, una de las mejores maneras de ilustrarlo es remitirse a una embocadura de viento-metal: la musculatura facial está activa, los labios, flexibles.
Esta imagen nos da el efecto deseado: control y flexibilidad al mismo tiempo.
Así que ha llegado el momento de aplicarlo al aprendizaje de la buena embocadura y emisión sonora en el clarinete.
Veamos una embocadura antes, durante y después:
La mejora es evidente. Se trata de un alumno al que se le ha modificado la embocadura.
Ahora veamos ejemplos de alumnos en su primer contacto con el clarinete:
La embocadura de “trompeta”, para entendernos, la conseguimos con una sencilla “vuvuzela” de plástico, adquirida en cualquier bazar asiático. Pido perdón a los amigos metales por esta aparente simplificación.
En cualquier caso, no se trata solamente de “imitar” una posición con la boca, los labios o la barbilla, sino de tener como resultado un sonido “correcto”. Sin vibración de los labios, la vuvuzela no suena a vuvuzela. Sin la embocadura adecuada, el clarinete, o bien pita, o bien no suena. Una sencilla manera de relacionar desde el principio causa-efecto: buena embocadura- buena sonoridad.
¡Gracias por leer!
Cecilia
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