Cuánto ruido, por todas partes. El tráfico, la tele de los vecinos, la publicidad que se cuela cuando oyes música o ves vídeos, el chunta chunta del bar de la esquina o las notificaciones, propias o ajenas. La gente hablando fuerte, los y las alumnas que no paráis, y diciendo "no estoy hablando, le estoy diciendo que...", los profesores/as con nuestra cháchara... Y el arreglo del ascensor, el taladro que empieza a sonar justo cuando estáis preparados para empezar a escuchar una audición que hemos tardado veinte minutos en preparar...
Cuando hablamos de contaminación acústica y ponemos de ejemplo a las personas que viven cerca de un aeropuerto, y enumeramos las enfermedades que puede generar el exceso de ruido, parece que pasamos página y que el tema del ruido desaparece de nuestra vida. Nada más lejos de la realidad. El timbre del recreo, el volumen de las conversaciones, las puertas que se cierran de golpe por una corriente de aire, la interrupción constante...
Un poco de silencio, por favor, "partimos de una situación de silencio", decimos antes de empezar a tocar. Necesitamos el silencio no solo para empezar a hacer música, sino también para poder ordenar las ideas y pensar, imaginar, crear, entender lo que leemos, plantear, escribir, revisar, para poder equivocarnos y rectificar, para escuchar a los demás, para estar tranquilos, en paz, a gusto, contentos.