El día en el que golpeé a mi profesor con una silla

Mi amigo Albert, que lee este blog, ya se estará riendo…

Sólo leer el título de este correo sabe exactamente qué historia voy a contar.

Pero yo me acuerdo de otra historia que tiene que ver con una baqueta de batería y un ventilador lleno de polvo a toda potencia.

Pronto contaré esa historia también.

Una historia que demuestra que a veces es mejor tener enemigos que amigos.

Al grano.

Año 1.999 en el Instituto Joan Pelegrí, Barcelona. Yo tenía 15 años.

Eran las 8 de la mañana, no recuerdo de qué día, pero hacía frío. Supongo que sería enero, porque estaba empezando a amanecer.

A primera hora teníamos lengua catalana, con el demonio/profesor Cubero. Un cabronazo de esos que se dedican a la enseñanza cuando deberían haber sido cobradores de impuestos.

Todo el mundo le tenía miedo. Hasta el más gamberro de todos.

El caso es que yo no tenía silla (las habían movido) y tenía que pasar por detrás de Cubero para coger una.

Aún no habíamos empezado la clase y todo el mundo estaba hablando. Había mucho ruido.

Total, voy, cojo la silla, me la subo a la cabeza con la mala suerte de poner el respaldo hacia abajo en vez de hacia arriba.

Paso por detrás de Cubero de nuevo y… ¡¡¡BOOM!!!

Noto que la silla choca con algo, pero no me enteré de con qué. Me extrañó que todo el mundo se callara de golpe, pero seguí mi camino hasta mi sitio.

Silencio sepulcral…

Me siento y veo a Cubero con la cabeza entre las manos y encima de la mesa. Algo helado recorrió mi espina dorsal de arriba a abajo.

Tío, le has abierto la cabeza con la silla.

Ya me podía dar por muerto.

Fui como un loco a pedirle perdón (realmente me sabía mal), pero gritó que me sentara y empezó la clase con normalidad.

Al día siguiente los compañeros de otras clases que lo tuvieron me dijeron que tenía el ojo derecho lleno de venas rojas.

En el cambio de clase, a la hora siguiente, no sabía cómo pero todo el instituto lo sabía.

Campañaaaa, ¡craaaack! – Cómo te has pasado con el Cubero, ¿eeeeh?

¿Por qué? Porque todo nadie soportaba a Cubero.

De repente todo el mundo sabía quién era yo, y además me llamaban por mi apellido (señal de respeto).

Nada nombres de pila, nada de apodos (como aquel al que llamaban «Culo de pera» porque rimaba con su apellido).

Siempre pasé desapercibido, hasta ese día… aunque no me siento orgulloso, por poco me gustara Cubero.

¿Por qué te cuento esta historia?

Esta entrada del blog no es para los que cantan. O al menos no directamente.

Es para las personas de alrededor de los que cantan.

He visto mil veces cómo familiares y amigos machacan a los que cantan. Da igual si lo hacen bien o si lo hacen mal. Siempre tienen algo malo que decir

Así que a esas personas les digo: no seas un Cubero.

Siendo un Cubero no ayudas a nadie. No se “es un cabrón” para ayudar a los demás.

Si eres un Cubero, la gente se alegrará cuando sufras.

En vez de eso, conviértete en el apoyo que la gente necesita. Esto no quiere decir pintar todo de color de rosa. Si hay que decir verdades, adelante.

Y si hay que apuntarse a nuestra lista de correo. Adelante. Bueno, abajo.

Este artículo El día en el que golpeé a mi profesor con una silla pertenece a VoKalo.




Los comentarios están cerrados.