Esta tarde me llegaba un video de una experiencia en Finlandia (otra vez esta utopía), en la que se ve a niños de 7 años en un aula con su profesora haciendo una actividad lectora, de comprensión y creativa al mismo tiempo. La profesora proyecta una carta secreta en la que se les dan distintas instrucciones a los alumnos. Entre ellas, y con la ayuda de un teléfono móvil, debían fotografiar objetos que aparecieran en el relato leído con el fin de comprobar que la lectura y el vocabulario estaban asimilados.
En un segundo momento, agrupados de tres en tres, debían representar un fragmento de la lectura con la ayuda de una cartulina que debían colorear, y unos pequeños personajes recortados de sus libros de texto. Mientras que uno de los alumnos leía el fragmento, otro representaba la escena y un tercero lo grababa en video.
La experiencia es, por su sencillez, increíble. Los alumnos fomentan la lectura, hacen la comprensión lectora a través de las fotos (y la profe no necesita “hacer 10 preguntas” para saber si los alumnos se han enterado), fomenta la creatividad con la expresión oral (para leer su fragmento) y artística al tener que representar la escena mediante la cartulina y los personajes. Reforzado con el uso del móvil (sencillo, táctil…) y la motivación que conlleva. A mi me parece genial!!.
Este es el video:
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Por otro lado, en los “saraos” educativos a los que puedo asistir de vez en cuando, hay compañeros que tengo constancia que los usan a diario en clase. Por ejemplo, José Luis Gamboa (@jlgj) nos presentaba una experiencia parecida, con alumnos de secundaria en las jornadas Andatic12 celebradas en Córdoba el pasado febrero. Otros comienzan a utilizar la realidad aumentada (con Aumentaty por ejemplo), los códigos QR para codificar información, twitter y otras redes sociales para la comunicación con sus alumnos, determinadas aplicaciones para tareas concretas y proyectos (afinadores cromáticos, metrónomos, correctores ortográficos, calculadoras científicas…).
Con todo el potencial que poseen los dispositivos móviles (conexión a internet, aplicaciones específicas, conectividad, inmediatez…), ¿por qué seguimos persiguiéndolos en clase?
Algunos compañeros (y les pongo cara, nombre y apellidos) me contestarían que los alumnos no saben usarlos responsablemente, que se dedican a atentar contra la intimidad de los que les rodean o que sólo saben chatear y jugar.
Creo que nuestra responsabilidad como profesores debe pasar por la educación, incluida la referente al uso de estos “maliciosos y perniciosos juguetitos” y que debemos aprovechar todo aquello que nuestro tiempo (no olvidemos que estamos en el siglo XXI y que nuestros alumnos merecen una enseñanza acorde al momento que les ha tocado vivir) nos pone al alcance (siempre que las posibilidades lo permitan).
Queda dicho. Yo seguiré permitiendo el uso del móvil en clase para la realización de determinadas tareas, seguiré usando y prestando el mío propio (los congresistas tienen iPads hasta para perder y reponer, pero los profesionales de la educación no tenemos presupuesto para “pamplinas” y nuestros sueldos siguen bajando), aunque esto, no sea Finlandia.