Después de la difusión de la noticia de la muerte de Claudio Abbado, hace apenas unas horas, los perfiles sociales de los más grandes músicos en activo se han llenado de cariñosas palabras de recuerdo para el que ha sido uno de los más grandes directores de orquesta de todos los tiempos. Entre esos mensajes hay uno que me ha parecido realmente entrañable, el de Simon Rattle, que en 2002 le sucedió en el podio de la Orquesta Filarmónica de Berlín, una plaza que Abbado ocupó durante 13 años y que había sido previamente cubierta por otros pilares de la historia de la dirección de orquesta, músicos de la talla de Herbert von Karajan, Wilhelm Furtwängler, Sergiu Celibidache o Hans von Bülow.
En su post, Rattle ha usado dos veces una palabra que siempre he considerado imprescindible para definir a Abbado, más allá de todas las que puedan servir para describir su excepcional talento musical: generoso. La primera vez la usa describiendo la sorprendente actividad musical que nos ha regalado a todos durante los últimos 10 años, un período que Rattle define como veranillo (Indian summer), pues siguió al diagnóstico y a los primeros tratamientos, muy agresivos, de la enfermedad que finalmente le ha llevado al triste desenlace de esta mañana y que en ese momento parecía marcar el final de su carrera musical y de su vida.
En su breve pero intenso mensaje, Rattle nos cuenta unas palabras que el mismo Abbado le dijo hace pocos años: “Simon, mi enfermedad fue terrible, pero los resultados no han sido del todo malos: siento que de alguna manera ahora oigo desde el interior de mi cuerpo, como si la pérdida de mi estómago me hubiera dado oídos interiores. No puedo expresar esta sensación tan maravillosa. Y todavía puedo sentir que la música me salvó la vida en ese momento”. Un testimonio extremadamente conmovedor, en el que podemos entrever la fragilidad de una persona en lucha con la muerte y su agradecimiento con la música por darle la fuerza para superar esos terribles momentos. Su agradecimiento hacia la música y la vida fue tan profundo que dedicó sus últimos años a repartir ese gran don a los demás, no sólo en forma de inolvidables actuaciones como director de orquesta, sino también de gran dedicación a la formación de jóvenes músicos, ya fuera con la Orchestra Mozart de Bolonia, que él mismo fundó, o con la venezolana Orquesta Simón Bolívar, nacida dentro del Sistema y que Abbado dirigió con ilusión en numerosas ocasiones.
En la misma entrada de Facebook, Simon Rattle vuelve a usar la palabra generoso en un sentido más personal, refiriéndose a su relación profesional con el director italiano, que siempre le transmitió calor y cercanía. Y finaliza diciendo que Abbado “se queda en lo profundo de su corazón y de su memoria”, un sentimiento que compartimos muchos apasionados por la música.
Además de su indeleble recuerdo, nos quedan las grabaciones de algunos de esos momentos en los que con su preclara mente y sus nitidos gestos conseguía que una orquesta sonara de manera sublime, como en el vídeo siguiente, con la Orquesta del Festival de Lucerna interpretando una obra de la que hablábamos hace pocos días: la Sinfonía nº1 de Mahler, una de las interpretaciones más memorables de esa composición.