Hoy es un día de fiesta para el mundo del flamenco, que acaba de entrar en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. La alegría es tanto mayor en cuanto llega cinco años después de la decepción por el rechazo recibido a la primera candidatura. Esta vez el expediente presentado por la Junta de Andalucía cumplía con todos los requisitos así que no quedó ningún obstáculo que impidiera la inclusión del flamenco dentro de esta lista, que pretende garantizar la conservación y la continuación de las más importantes manifestaciones surgidas de la diversidad cultural y la creatividad de los pueblos del mundo.
En verano culmina en Andalucía la temporada de las ferias, comenzada en abril en Sevilla. Con ocasión de estas fiestas populares, cuyo escenario va desplazándose por prácticamente todas las ciudades y pueblos andaluces, las plazas y las calles se llenan de música y de baile.
Recuerdo que cuando llegué a España, hace ya casi veinte años, en las ferias sólo había un tipo de baile durante horas y horas, muy raramente interrumpido por otros ritmos. Las sevillanas estaban de moda con una fuerza tan grande que no sólo eran las protagonistas incuestionables de la Feria de Sevilla, sino que habían desplazado totalmente los bailes típicos de las otras provincias y localidades de Andalucía, que, pasadas dos décadas, todavía no han conseguido hacerse un espacio dentro de sus lugares de origen.
Entre las consecuencias más importantes de ese período de gran popularidad quiero destacar dos, una positiva y otra negativa: la positiva, además de muy personal, fue que me apunté a clases de sevillanas; la negativa fue la proliferación de un montón de sevillanas del montón (valga la redundancia) compuestas e interpretadas en serie y sin la más mínima originalidad por personajes cuyos nombres es preferible omitir. Todo eso ha causado cierto desprestigio de las sevillanas dentro del mundo flamenco, hasta el punto de que muchos aficionados y ciertos flamencólogos les niegan el derecho a ser consideradas un palo flamenco, relegándolas a la única condición de baile regional. Una simple búsqueda por la Red demostrará que la polémica todavía no está resuelta y las dos tesis conviven en la actualidad.
Personalmente estoy convencido de que las sevillanas sí tienen que estar en el árbol genealógico del flamenco. Más que palabras, voy aportar un sólo argumento de mucho peso: la voz de Camarón de la Isla, uno de los más grandes cantaores de la historia, fallecido hace exactamente 18 años, acompañado al toque por Tomatito, cantando Mi barrio/Dame la mano/Toma que toma/Pa qué me llamas prima, sevillanas compuestas por Isidro Muñoz y José Miguel Évora, hermanos de Manolo Sanlúcar.
En esta interpretación, extraída de la película Sevillanas de Carlos Saura, podemos disfrutar de la variedad de matices expresivos del cantaor, que va del pianissimo más sugerente al grito más desgarrado, y del virtuosismo del guitarrista, que complementa de manera perfecta el cante, ajustando la armonía y el ritmo hasta al más pequeño de esos matices.
Desde luego, una excelente interpretación puede dar vida a una obra vacía, pero no es este el caso: baste fijarse en su riqueza armónica, que culmina en la última copla con un brusco cambio de registro, conseguido a través de una modulación inesperada, y una nueva melodía.
Si pides a cinco andaluces que canten el himno de su comunidad autónoma, muy probablemente escucharás cinco versiones un poco diferentes entre sí. Obviamente no me refiero a la letra de Blas Infante, sino a la melodía.
La razón es muy simple: esta obra, estrenada una semana antes del golpe de estado militar que arrastró a España a la Guerra Civil, estuvo relegada a la clandestinidad y a la transmisión oral hasta finales de los años 70. Fue entonces, durante la transición democrática, cuando volvió a sonar públicamente, a grabarse y a transcribirse en varias versiones muy diferentes: para bandas, coros o solistas, con estilo de copla o aflamencadas, en fin, para todos los gustos.
Entre tanta variedad, destaca por su coherencia musical la revisión que hizo Manuel Castillo Navarro. No hay parentesco (por lo menos cercano) sino que sólo compartía apellido con el autor de la melodía, José Castillo Díaz, director de la Banda Municipal de Sevilla, quien, a su vez, se basó en un canto popular.
En el sitio de la Junta de Andalucía podemos consultar y descargar las partituras y particellas para diferentes formaciones de esa revisión, así como escucharlas interpretadas por el Coro San Felipe Neri y la Orquesta Bética de Sevilla.
Finalmente una versión que no podía faltar: para la flauta dulce, para que mis alumnos y alumnas la puedan estudiar para tocarla el último día de clase del mes de febrero, que será cuando celebraremos juntos el Día de Andalucía.
Como todos los años, cuando falta poco más de un mes para el Día de Andalucía, en clase empezamos a hablar de flamenco. Así que en las próximas semanas veremos, escucharemos y escribiremos sobre cante, baile y toque. Empecemos con el último de estos tres aspectos del flamenco.
El tocaor -así se le llama al guitarrista flamenco, de manera similar a como se llama a los otros protagonistas del tablao, el cantaor y el bailaor- ha sido una figura de segundo plano, un mero acompañante del cantaor. Sin embargo, la internacionalización del flamenco empezó justamente de la mano (o mejor sería decir de los dedos) de un guitarrista que además tiene el mérito de la emancipación de su instrumento: hablo de Sabicas.
Agustín Castellón Campos, ese era su verdadero nombre, aprendió a tocar así gracias a su predisposición y su esfuerzo autodidacta, que empezó cuando tenía sólo 4 años. El gran virtuosismo que supo desarrollar, sumado a su creatividad en la composición, le permitió llegar a actuar como solista en algunos de los más importantes teatros mundiales. Desde el exilio al que le empujaron la guerra civil y la posterior dictadura, Sabicas dio a conocer la música flamenca en el continente americano, empezando por el sur para luego trasladarse al norte, estableciéndose en Nueva York, donde vivió hasta su muerte, que ocurrió en 1990.
Sabicas fue el primero en grabar un disco con una guitarra flamenca actuando en solitario: fue Flamenco puro, publicado en 1961. Una pequeña muestra podemos escucharla durante los próximos días en el widget de la columna de la derecha: la primera de las obras en la lista, cuyo título es Guadalquivir, pertenece a ese disco.
La influencia de Sabicas, junto con la de otros dos grandes tocaores, Ramón Montoya y Niño Ricardo, fue fundamental para la aparición de una nueva generación de guitarristas flamencos. Entre éstos destacan Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar, dos músicos extraordinarios que merecen ser tratados en un post aparte. El director de cine Carlos Saura los reunió en su película Sevillanas dejándonos estas espectaculares sevillanas a dos guitarras.
Aquí en Andalucía no hay una sola persona que no sepa lo que son las castañuelas. Bueno, a lo mejor alguien puede dudarlo un momento, para luego decir: “¡Ah, los palillos!”, que es como también se les conoce en muchas comarcas andaluzas.
En efecto, este instrumento se utiliza tanto en el folclore español que, fuera de nuestras fronteras, su sonido se asocia a esta tierra, a pesar de que ni fue inventado ni se usa exclusivamente en España: fueron los fenicios los que lo crearon y difundieron en muchos países de la cuenca mediterránea.
Lo que puede sorprender a muchos andaluces, y españoles en general, es ver a una mujer ocupando la posición del solista, al lado del director de una orquesta sinfónica, con sólo un par de palillos, “igualitos a los que toca mi niña cuando va a clase de sevillanas…”.
Uno de estos momentos de protagonismo de un instrumento, por otro lado, tan humilde, se lo debemos a Manuel de Falla, uno de los más importantes compositores españoles, quien nació hace exactamente 133 años en Cádiz. Allí fue donde, jovencísimo, recibió una influencia, la de su niñera, que le marcó de por vida:
[...] en mi primerísima infancia, cuando yo sólo tenía dos o tres años [...] los cantos, las danzas y las historias de la Morilla me abrieron las puertas de un mundo maravilloso.
En La vida breve, una ópera escrita por Falla en su juventud, nos adentra dentro de ese mundo maravilloso, el de la música popular andaluza, dentro del granadino barrio del Albayzín, declarado por el UNESCO Patrimonio Mundial de la Humanidad con este nombre.
Lucero Tena es la intérprete de castañuelas en la Danza española nº1 de esa ópera.
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