Nuestro autor invitado Guillermo Názara nos ofrece un genial artículo sobre el musical Cats. Podéis seguirle en Twitter @MrNazara y en su canal de Youtube y leer más artículos e información sobre musicales en la revista digital que dirigehttp://primerafilarevista.com
Aquella noche comprendió que su vida estaba acabada… La fama y el lujo que la habían acompañado durante años se habían desvanecido por completo; ya no eran más que un fugaz recuerdo en su memoria, una fantasía intangible que ya nunca más se tornaría en realidad. El miedo y la angustia se habían apoderado de ella; no solo por el olvido del público, sino por el odio y el rechazo que los que tiempo atrás fueron sus amigos ahora profesaban hacia ella. Estaba sola y no tenía a dónde ir. Con el rostro empapado en lágrimas, bajo la gélida luz de una farola, se hacía una y otra vez la misma pregunta: “¿Qué ha sido de todo lo que yo conseguí ser? ¿Qué ha sido de Grizabella, la gata del glamour?”.
Andrew Lloyd Webber se había quedado fascinado con aquella trágica historia, olvidada en un viejo montón de papeles que la viuda de T. S. Eliot conservaba en el deshabitado escritorio del poeta. Ambos se habían reunido a petición del compositor, quien tenía intención de convertir la obra del autor galés en un espectáculo que estrenaría en el West End londinense. No obstante, ni la popularidad y el éxito que el músico británico había cosechado con Evita y Jesucristo Superstar ni la pasión que este sentía por los versos de su marido servirían para encandilarla; no autorizaría nada que supiera que su esposo habría desaprobado. Prueba de ello era la carta de rechazo que el propio Eliot escribió a los directivos de Disney, quienes también se habían interesado por sus peculiares felinos.
Sin duda, Lloyd Webber se enfrentaba al mayor reto de toda su carrera, no solo por la necesidad de escribir una partitura que convenciera a la reticente viuda de Eliot, sino por el enorme cúmulo de infortunios que esta producción estaba condenada a sufrir. El apoyo y el entusiasmo que había disfrutado durante la creación de sus anteriores musicales habían sido sustituidos por la desidia y la desconfianza; todo Londres estaba convencido de que el apodado como “rey Midas del teatro musical” se había vuelto loco. Hasta Trevor Nunn, el director, dudaba que la obra pudiera tener una buena acogida. Estaba convencido de que Lloyd Webber acababa de tener su primera mala –si no, pésima- idea para un show; y, lamentablemente, le había tocado a él lidiar con ella.
Ajeno a las constantes críticas que su obra recibía incluso antes de haber visto la luz, Andrew se centró en componer la partitura más ambiciosa que jamás había escrito hasta la fecha. Después de haber experimentado con una interminable lista de estilos musicales, que comprendían desde enérgicas canciones de rock duro hasta sugerentes tangos argentinos, el autor estaba convencido de que había llegado la hora de reunir todos sus registros en una única pieza; y los gatos de Eliot, únicos y completamente dispares entre sí, eran la perfecta excusa para llevar a cabo ese proyecto.
Después de largas y agotadoras semanas frente al piano, Lloyd Webber logró poner “nota y final” a la música que decidiría el futuro de un show como nunca antes había hecho otra composición. Si a la esposa del fallecido poeta no le convencía, todos los esfuerzos habrían sido en vano. No obstante, en aquel momento Andrew estaba más preocupado por uno de los solos que había escrito.
Aunque ya lo había creado hace años para una posible adaptación de Sunset Boulevard, obra maestra del cineasta Billy Wilder, hacía días que el artista temía haber plagiado a algún otro autor; probablemente, Puccini. Vacilante y presa de los nervios, Andrew decidió salir de dudas preguntándole a su padre, quien durante años había sido director del Royal College of Music de Londres. Tras interpretarla en el piano, Andrew preguntó exaltado: “¿No te suena a algo que ya hayas escuchado?”. Muy a su pesar, este asintió rotundamente.
Andrew no sabía cómo reaccionar; sus mayores temores acababan de hacerse realidad. Aquella pieza reflexiva y melancólica, quizás uno de las mejores melodías que jamás había puesto sobre papel, no era más que una imitación de lo que otro ya había concebido años –si no, siglos- atrás. Poco esperaba en ese momento la contestación que su padre estaba a punto de darle: “Hijo mío, esto suena a diez millones de dólares”. Se trataba de la mundialmente conocida Memory.
En aquel instante, cualquier atisbo de inseguridad en su obra se disipó por completo. Andrew se había dado cuenta de que la partitura estaba lista para que ser puesta a prueba. Había llegado la hora de averiguar si aquellos versos infantiles que habían pasado de puntillas por la Historia de la Literatura se convertirían en reclamo para miles de espectadores en las bulliciosas calles de Covent Garden. Acompañado de un pequeño elenco de actores y cantantes, Andrew organizó un concierto en su casa de campo de Sydmonton, cuya invitada de honor era la responsable de decidir el destino del musical.
Apenas hicieron falta unos minutos tras la función para que esta se acercara al compositor para darle un rotundo ‹‹sí››. “Estoy impresionada”, le comentó, “Es totalmente diferente a lo que Disney le presentó a mi marido. Tú lo has hecho callejero; es justo lo que él habría querido”.
Andrew no podía creer lo que estaba oyendo. El colosal esfuerzo que había supuesto musicalizar aquellos poemas había dado sus frutos. La esposa de T. S. Eliot no solo estaba convencida, sino ilusionada con el proyecto. Parecía que después de haber tenido que enfrentarse a un sinfín de obstáculos de todo tipo, las cosas empezaban a cambiar. Además, ya había encontrado el teatro perfecto para montar el espectáculo; un antiguo plató de televisión, cuyo escenario se adaptaba a la perfección a las necesidades del show. Ya solo quedaba encontrar a un coreógrafo capaz de diseñar dos horas y media de baile y el musical estaría listo para abrir en el West End.
Fue entonces cuando Andrew recibió una llamada del productor: “No sé cómo decirte esto, pero los inversores han retirado todo el dinero. Creen que tu idea los arruinará”. Andrew se quedó helado; toda la ilusión y el trabajo que había puesto en la creación Cats y, sobre todo, en conseguir los derechos para realizarlo parecían haber sido en vano. ¿De verdad iba a dejar que aquello en lo que había invertido tantas horas y sacrificio muriera tan fácilmente? No estaba dispuesto a consentirlo. Sabía que este musical supondría un punto de inflexión no solo en su carrera, sino en la Historia del teatro británico; y si era preciso invertir toda su fortuna para llevarlo a cabo, así sería.
Fuentes:
"Sondheim & Lloyd Webber" de Stephen Citron. Documental "The Making of Cats" Documental "The History of Musical Theatre " "Andrew Lloyd Webber - 40 years of Music" TS Eliot "Old Possum's Book of Practical Cats"
Hay tres entradas de este blog en las que podemos ver y escuchar sendos episodios de las películas Fantasía y Fantasía 2000, concretamente los que contienen obras de Respighi (las ballenas voladoras), Saint-Saëns (los flamencos y el yoyó) y Ponchielli (los hipoótamos en tutú).
Hoy es el turno de Edward Elgar, por ser el 155º aniversario de su nacimiento: su famosa marcha Pompa y circunstancia sirve de fondo musical para la narración de la historia bíblica del diluvio universal, con la actuación estelar del pato Donald en el rol de Noé.
El proceso creativo de este episodio -de manera similar a todos los demás que componen las dos películas- es el inverso del habitual: a partir de la música pregrabada y sin modificar un solo compás, los estudios Disney han diseñado la animación sincronizándola perfectamente con la banda sonora.
Mientras navegaba en Internet buscando el vídeo anterior, me encontré con otra película muy curiosa que me ha sorprendido gratamente. Un compositor de música de cine cuyo nombre es Sherief Abraham ha vuelto a invertir el proceso: ha sustituido la banda sonora de ese fragmento de Fantasía 2000 por una obra musical compuesta por él únicamente con el fin de acompañar la animación. El mismo autor nos cuenta que la motivación para este trabajo ha sido realizar un divertido ejercicio para seguir aprendiendo:
“This is a fun re-score of Disney’s fantasia segment Pomp and Circumstance. I did so for my own education.”
La ejecución no está a cargo de una orquesta real, sino que el mismo autor la ha realizado enteramente por ordenador utilizando una tecnología de software llamada VST (Virtual Studio Technology) con un resultado bastante bueno.
Además de agradecerle a Sherief su generosidad por compartirlo libremente en la red y permitirnos así disfrutarlo, también quiero felicitarle por su gran habilidad para dar sonido a las imágenes.
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