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¿Alguna vez has cometido errores de enseñanza? Si es así, ¿cómo te recuperaste? ¿Siguen agazapados en tu conciencia, como una mancha, o los has asimilado? ¿Aprendiste algo? ¿Seguiste adelante? ¿Y tus alumnos? ¿Alguna vez te han mal interpretado, o simplemente no te han entendido?
Todos aprendemos mejor de nuestros errores. Aunque pueda ser doloroso y duro reflexionar sobre ellos, estos son los momentos en que crecemos más. De igual modo, la actitud que tomemos con los errores que cometen nuestros alumnos dirá mucho sobre nosotros como maestros. ¿Nos reímos, o lo alentamos de alguna otra manera? ¿Nos estremecemos visiblemente, haciendo gestos de incomodidad cada vez que una nota no está perfectamente ejecutada? O, como observé una vez en una clase muy eminente, ¿dejamos caer nuestra cabeza entre nuestras manos, colapsamos sobre el escritorio y murmuramos, apenas audiblemente: “¡Oh Dios mío, qué horrible – no puedo escuchar una nota más.”?
Solemos decir a nuestros alumnos que preferimos que toquen de manera comprometida y comunicativa a pesar de los errores antes de que lo hagan de forma robótica, técnicamente perfecta. Y rara vez nos creen. ¿Hay algo en la cultura que están recogiendo que podríamos trabajar para eliminar? Dado que los alumnos están tomando ejemplo de cada detalle nuestros como personas y como músicos, ¿estamos mostrando que el error puede ser provechoso?. ¿O permitiendo que salga el perfeccionista que llevamos dentro?
Por supuesto, los estándares y la calidad son la clave de toda nuestra enseñanza. Y están ahí todo el tiempo, en el aire, donde la perfección clínica del estudio de grabación es la regla con la que se miden nuestros jóvenes estudiantes. Pero, ¿es la forma más saludable de guardar esos estándares? ¿Siempre luchando por, y sólo tolerando, la perfección? ¿Son los mejores músicos necesariamente los que cometen menos errores?
Recientemente, se ha planteado la cuestión de si los profesores son demasiado amables. Frente a ello, también se cuestiona si la crítica da lugar automáticamente a mejores intérpretes. Para mí, estos argumentos parecen sugerir que sólo hay un tipo de profesor que se adapte a todos los alumnos, y sólo un tipo de profesor es mejor en todas las etapas del desarrollo. Ambas ideas son sin duda absurdas. Aunque la alabanza inmerecida es por supuesto fatua, su opuesto puede dejar cicatrices.
Hay una escuela particularmente estéril de enseñanza, que funciona así. El alumno empieza a tocar una pieza preparada en casa, y toca hasta el punto en que el maestro identifica un error. El maestro advierte al alumno: “No. Eso está mal. Debe ser X. Vuelve a intentarlo.” El alumno suspira, vuelve al principio y hace un segundo intento, esta vez consciente de la equivocación potencial y anticipándose. Entonces ocurre una de estas dos cosas:
Toda la energía de la lección se centra en ese punto de negatividad, y todo el fraseo se pierde. La interacción entre maestro y estudiante se deriva totalmente de esta causa central, una especie de punto de cadencia deprimente y demasiado frecuente.
El “problema” se convierte en la lección. Y a menudo no sólo está el problema en su totalidad, sino localizado en un punto en particular y en una pieza particular de repertorio. Se necesitan años de experiencia para poder aplicar una solución a este problema, y la experiencia es exactamente de lo que nuestros alumnos (en la mayoría de los casos no han vivido tanto tiempo como nosotros) carecen.
Lógicamente hablando, el fin de esta dinámica de trabajo es que el alumno toque todo el repertorio delante del profesor hasta que lo haga perfectamente, el profesor ya no sea necesario, y el alumno sea por fin libre. Eso implica un montón de tiempo de aprendizaje – largos años de hecho, y potencialmente bastante tediosos.
“El ochenta por ciento de lo que enseñamos es quiénes somos”, dice Eric Booth, autor de The Music Teaching Artist’s Bible. La forma en que manejamos los errores, los nuestros y los de nuestros alumnos, es una parte importante de ese 80 por ciento. ¿Nos enfocamos en ser bueno, o en mejorar? Al luchar por la perfección, ¿estamos garantizando el fracaso? Al intentar evitar errores, ¿estamos perdiendo un montón de cosas maravillosas en el camino?”
Como músicos, somos seres humanos hablando entre nosotros a través del arte, y parte de eso, sin duda, está permitiendo que nuestra vulnerabilidad se muestre.
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