Alessandro Scarlatti es uno de los músicos que para ser identificados necesitan del nombre, además del apellido, para que no les confundamos con su hijo, como es el caso de Leopold Mozart, o de su padre, como les ocurre a Carl Philipp Emanuel, Johann Christian o cualquier otro de los numerosos hijos de Johann Sebastian Bach.
En efecto, Domenico es mucho más famoso que él, y aquí en España aún más, tanto por haber vivido aquí gran parte de su vida, hasta el final, por haber conocido, valorizado y empleado el folclore musical español en su música y por haber sido maestro de la reina Bárbara de Braganza y de Antonio Soler, quien continuó su brillante estilo clavecinístico.
Por otro lado, de Alessandro, del que hoy se cumplen los 350 años del nacimiento, se conoce sólo una mínima parte de su obra, a pesar de ser ésta impresionante, tanto por cantidad como por calidad: más de un centenar de óperas (algunas de las cuales se perdieron), decenas de oratorios y varios centenares de cantatas que han sido fundamentales en el desarrollo de la escuela napolitana y de dos formas musicales, la sinfonía u obertura italiana, precursora de la sinfonía clásica, y el aria col da capo.
Esta última tiene una estructura tripartita (ABA’): la parte central contrasta armónicamente con la primera sección, que a su vez vuelve, variada con adornos, para cerrar la pieza.
Un ejemplo bastante conocido de aria col da capo de Alessandro Scarlatti es O cessate de piagarmi, de la ópera Pompeo. La fama de esta aria se debe, más que a las muy raras representaciones o grabaciones de la ópera a la que pertenece, a estar incluida, junto con otras obras de la escuela napolitana, en una colección didáctica muy empleada en las clases de canto de todo el mundo, recopilada por Alessandro Parisotti y publicada por Ricordi en 1890 bajo el título de Arie antiche.
El texto, de Nicola Minato, es el lamento de un amante no correspondido (la traducción sólo quiere comunicar el significado del texto y no pretende transmitir su sentido poético):
O cessate di piagarmi,
o lasciatemi morir!
Luci ingrate,
dispietate,
Più del gelo e più de’ marmi
fredde e sorde a’ miei martir.
Più d’un angue, più d’un aspe
crudi e sordi a’ miei sospir,
occhi alteri,
ciechi e fieri,
voi potete risanarmi,
e godete al mio languir
¡Oh parad de herirme,
oh dejadme morir!
Ojos desagradecidos,
despiadados
Más que el hielo y más que los mármoles
fríos y sordos a mis martirios.
Más que una serpiente, más que un áspid
crudos y sordos a mis suspiros,
ojos altivos,
ciegos y fieros,
vos que podéis sanarme,
y gozad de mi languidecer.
Asistir a la interpretación de un niño prodigio no deja de ser una experiencia encantadora, aunque ya estemos acostumbrado a ver y oír a virtuosos tan pequeños que tocan el piano sin llegar a los pedales o el violín con instrumentos de tamaño reducido.
Pero estoy convencido de que a los que tuvieron la suerte de asistir al debut de Lorin Maazel al frente de una orquesta, ese espectáculo debió haberle resultado aún más que encantador, asombroso e increíble. No era para menos: sólo tenía 8 añitos y guiaba la orquesta universitaria de Pittsburgh. Y no le quitemos méritos por ser una orquesta de estudiantes, aventajados pero al fin y al cabo estudiantes: al año siguiente ya estaba moviendo la batuta al frente de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles, y luego, una tras otra, casi todas las mejores orquestas del mundo. Realmente impresionante, ya que la dirección de orquesta es una de las actividades musicales que más requieren de madurez, por una serie de requisitos imprescindibles, tanto técnicos como caracteriales, que tiene que poseer el maestro para poder liderar adecuadamente una orquesta sinfónica, un numeroso grupo de músicos que habitualmente es bastante exigente con su director.
Ha pasado mucho tiempo desde ese debut y Lorin Maazel, que cumple hoy mismo 80 años, sigue en activo como una de las más importantes figuras de la música a nivel mundial, siendo actualmente el director musical de la Orquesta de la Comunidad Valenciana (Palau de les Arts Reina Sofía). De corazón le deseamos un feliz cumpleaños y que cumpla muchos más y que nosotros disfrutemos de su música.
El gran público lo conoce sobre todo por haber dirigido nada menos que por 10 veces a los Wiener Philharmoniker en el tradicional Concierto de Año Nuevo. En la última de estas actuaciones, que fue en 2005, obviamente no podía faltar el vals An der schönen blauen Donau, El Danubio azul, de Johann Strauss.
Sin embargo, la faceta menos conocida de Maazel quizás sea su actividad como compositor, realmente muy interesante: su obra más importante es la ópera 1984, basada en la homónima novela de Georg Orwell, mientras que la que propongo a continuación es una obra concertante para violonchelo y orquesta: Music for Violoncello and Orchestra, Op. 10, con la solista Han-Na Chang acompañada por la Bavarian Radio Symphony Orchestra dirigida por el mismo Lorin Maazel.
Happy birthday, Philip Glass.
Happy birthday to Philip Glass.
A happy birthday to Philip Glass.
Wish a happy birthday to Philip Glass.
We wish a happy birthday to Philip Glass.
We all wish a happy birthday to Philip Glass.
From we all, a happy birthday to Philip Glass.
From we all: “Happy birthday to Philip Glass”.
From we all: “Happy birthday, Philip Glass”.
We all say: “Happy birthday, Philip Glass”.
We say: “Happy birthday, Philip Glass”.
Say: “Happy birthday, Philip Glass”.
Say: “Happy birthday” to Philip Glass.
Let’s say: “Happy birthday” to Philip Glass.
Estas humorísticas, aunque muy sinceras y afectuosas felicidades al compositor estadounidense, que cumple hoy 73 años, nos sirven de introducción al minimalismo, un género musical de tipo experimental en el que podemos adscribir la mayor parte de la obra publicada por Philip Glass.
En el minimalismo, tal como sugiere su nombre, incluímos:
[...] cualquier música que se implementa con una pequeña, mínima o limitada cantidad de recursos musicales: piezas que emplean una pequeña cantidad de notas o frases musicales [...] que sostienen ritmos básicos y repetitivos [...] que varían lentamente a lo largo del tiempo y que migran gradualmente a otras melodías. (Wikipedia)
La audición de Metamorphosis, una obra para piano en 5 movimientos que Glass escribió en 1988 para una puesta en escena del homónimo relato del escritor checo Franz Kafka, nos aclarará cualquier duda que nos pueda haber quedado tras la lectura de la breve definición.
Autor de óperas, música sinfónica, de cámara y de cine, Glass es conocido por el gran público sobre todo por esta última: entre sus bandas sonoras, con las que estuvo tres veces a punto de conseguir un Óscar, destacan las que compuso para El show de Truman (con la que consiguió un Globo de oro), Las horas (que le proporcionó un BAFTA), El ilusionista y Diario de un escándalo.
Comienza un año pergolesiano: hoy mismo celebramos los 300 años del nacimiento de Giovanni Battista Pergolesi, músico por el que siento un aprecio muy especial no sólo por la belleza de su música, sino también porque hemos nacido en la misma región, las Marcas, en sendos pueblos que distan entre ellos alrededor de 50 kms, él en Jesi y yo en Tolentino.
Bastante famoso en vida, todavía lo fue más tras su muerte, ocurrida cuando sólo tenía 26 años, lo que hizo que se le atribuyeran obras que, según estudios recientes, en realidad no compuso. Así que su catálogo, ya muy corto debido a su muerte prematura, se redujo aún más. Las consecuencias de estas atribuciones equivocadas afectaron no sólo a la historia de la música del siglo XVIII, sino también a la del siglo XX: Igor Stravinsky abrió su período neoclásico en 1920 componiendo lo que tituló Pulcinella, ballet avec chant en un acte d’après Giambattista Pergolesi. Sin embargo varias de las arias que Stravinsky creía que eran obra del músico marquesano, son en realidad d’après Domenico Gallo u otros músicos menos conocidos.
No hay dudas sobre la autoría de las dos obras más importantes de Pergolesi: el Stabat Mater y La serva padrona.
Pergolesi compuso la primera de estas dos obras en sus últimos meses de vida. Enfermo de tuberculosis, trabajó febrilmente para poder completarla (lo que según la tradición romántica ocurrió el día mismo de su muerte). El Stabat Mater de Pergolesi, el más ejecutado entre los varios centenares escritos por más de 200 compositores diferentes sobre el texto de la secuencia gregoriana, se estructura en 12 números en los que dos voces solistas, una soprano y una contralto, cantan un lamento muy intenso que sin embargo nunca llega al desgarro, manteniendo una compostura que no hace sino amplificar la sensación de tristeza profunda que quiere transmitirnos el compositor: el dolor de la madre que contempla al hijo moribundo. La siguiente selección es una grabación de 1983, la primera versión que oí, hace muchos años. Las voces no son de mujeres: la parte de soprano está ejecutada por Sebastian Hennig, que en aquella época era un niño, mientras que el alto es en realidad un contratenor, René Jacobs. Tanto la elección de estos peculiares timbres vocales, ambos muy puros y el del niño particularmente cristalino, como de la instrumentación, limitada a dos violines y el bajo continuo, realizado por un chelo, un bajo y un órgano de cámara, refuerzan aún más esa sensación de drama interior y de sufrimiento íntimo que transmite la partitura, considerada como el testamento espiritual de Pergolesi.
Extremadamente diferente es la otra de las dos obras citadas, La serva padrona. Alegre y vitalista, esta opera buffa nació como intermezzo para entretener al público entre los actos de una opera seria del mismo Pergolesi, Il prigioniero superbo, es decir, para ejecutarse sobre el ruido de fondo de los operarios que cambiaban las escenas y frente a un público que descansaba de la tensión provocada por la atención prestada a la ópera. Sin embargo, mientras Il progioniero superbo no tuvo éxito y fue olvidada muy pronto, La serva padrona se emancipó en seguida como ópera per se y sigue siendo representada con mucha frecuencia. No sólo eso, sino que además tiene una importancia histórica que va mucho más allá de lo que seguramente podía imaginar su autor cuando la compuso, habiendo desencadenado una dura polémica en Francia entre los partidarios de la tradición operística gala, la tragédie lyrique, y los admiradores de la opera buffa, que traía nuevos aires tanto desde el punto de vista musical, con arias más sencillas y frescas, como argumental, con historias y personajes sacados de la vida cotidiana. Los dos años que siguieron al fatídico 1º de agosto de 1752, día en que La serva padrona se representó en la Académie royale de musique, “profanando” así el santuario de la ópera francesa, fueron un período de duros enfrentamientos entre los dos bandos que protagonizaron la que se vino a llamar la querelle des bouffons, la querella de los bufones, que fue apagándose progresivamente en la década posterior.
Los protagonistas de La serva padrona son tres: el viejo soltero Uberto (bajo) y sus criados Serpina (soprano) y Vespone (mimo). Serpina, con la ayuda de Vespone, encontrará la manera de suscitar los celos en Uberto que lo convencerán finalmente para casarse con ella, que lo celebra diciendo: “E di serva divenni io già padrona.” (Y siendo criada, me convertí en ama).
Podemos disfrutar de una selección de la ópera en el siguiente vídeo, en el que oiremos a los cantantes Patrizia Biccirè (otra marquesana) y Donato Di Stefano acompañados por La Petite Bande dirigida por Sigiswald Kuijken.
El mercado central de Valencia se transformó repentina e inesperadamente durante unos minutos en un auditorio. Una voz tenoril se levanta encima del ruido causado por el gentío: es un frutero que empieza a cantar un fragmento de la Traviata, el dúo Parigi, o cara. La sorpresa no acaba aquí: hemos dicho que es un dúo, así la soprano entra cuando lo pide la partitura, acercándose desde otro puesto en el que estaba despachando a sus clientes. Finalizada la sorpresiva actuación, el aplauso del público, sincero y apasionado, cesa bruscamente cuando desde otra zona del mercado se oyen las primeras notas de la escena del brindis de la misma ópera, entonadas por otro tenor, al que se añaden, uno tras otro, más cantantes, hasta llegar a seis en el acorde final.
Es en este momento cuando aparece el letrero del título, guiñando al público todavía maravillado ese sugerente: ¿Ves como te gusta la ópera?
No tuve la suerte de encontrarme en tan emocionante performance, pero gracias a un tweet de @jmonteo pude conocer esta iniciativa que pretende derribar los prejuicios que mucha gente tiene contra la ópera.
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