Hola, Donlunáticos. Hoy vuelvo a colaborar con María José Sánchez Parra@mjpedagogiamusical para traeros una actividad navideña muy fácil y divertida con instrumentos de pequeña percusión. Podéis adaptarlo a vuestras necesidades. Esperamos que os guste mucho y si es así, no olvidéis suscribiros a nuestros canales y dejarnos algún comentario que siempre nos anima a crear más cositas.
Valeria Dávila es una cantante, compositora, artista visual y mercadóloga de Monterrey, Nuevo León, del género indie pop/pop latino, buscando ser una propuesta emergente que demuestre que la exposición del talento mexicano femenino debe de ser escuchado.
La cuarta y última canción del Op. 27 de Richard Strauss (1884-1949), compuesto en 1894, se titula ¡Morgen!, y contiene características típicas del lied romántico alemán: Pieza vocal breve y de carácter íntimo. Melodía sencilla, sin ornamentaciones ni pasajes virtuosísticos … Seguir leyendo →
Hace unos cuantos días te contaba la historia en la que le partí la cabeza con una silla a un profesor que tuve en el instituto.
Hoy te cuento una historia en la que verás lo mal amigo que soy, y lo que puedes aplicar en tu voz por esa razón.
Primavera o verano del año 2.000. Estaba ensayando en la escuela de música con mis amigos Albert y Borja. Éramos batería, guitarra y guitarra, respectivamente.
Teníamos 15 años y hacíamos mucho el payaso. También hacía mucho calor.
MUCHO calor.
En la sala de ensayo en la que estábamos había un ventilador roñósisimo, lleno de polvo. Era el ventilador del puto castillo del conde Drácula.
En una de esas pausas entre canción y canción, mi amigo Albert cogió una baqueta y empezó a putear a la hélice del ventilador, que estaba a toda potencia.
Por algún motivo, le hacía gracia el ruido que hacía la baqueta al chocar con las hélices en movimiento.
A mí también me hacía gracia, para qué voy a mentir.
¡Ji ji! ¡Ja ja!
¡BOOM!
Las hélices se partieron de golpe y todo el polvo que había en ellas y en el ventilador llenó la sala en un microsegundo.
Fue como si un elefante hubiera saltado encima de un colchón de contrabando de Pablo Escobar.
2 segundos de silencio. Borja y yo nos miramos… y la fiesta de la risa empezó para no terminar.
En cambio, mi amigo Albert tenía la cara blanca. Yo creo que gran parte de la sangre de su cuerpo se evaporó… y por una buena razón: teníamos que decirle al dueño de la escuela de música que habíamos roto el ventilador.
Aquí se vio lo CABRONAZOS que fuimos Borja y yo, porque dejamos a Albert completamente solo y nos fuimos a reír a otro lado, para que Albert pudiera convencer al dueño de que fue un accidente de lo más absurdo.
A día de hoy aún nos acordamos de aquel momento. Yo estoy llorando de la risa mientras escribo estas palabras. Fue un gran recuerdo.
Lo curioso del tema es que, a pesar de que Albert pensaba que su vida había llegado a su fin, cuando recordamos aquel momento se ríe como Borja y yo nos reíamos aquel primer día.
De hecho, ha sido él quién me ha dado la idea de escribir este correo con este planteamiento.
Estas fueron sus palabras durante nuestra conversación por WhatsApp:
Te cuento todo esto porque, si tienes dudas, “lo que hoy te parece una putada, seguro que ríes en un tiempo”.
Hace unos cuantos días te contaba la historia en la que le partí la cabeza con una silla a un profesor que tuve en el instituto.
Hoy te cuento una historia en la que verás lo mal amigo que soy, y lo que puedes aplicar en tu voz por esa razón.
Primavera o verano del año 2.000. Estaba ensayando en la escuela de música con mis amigos Albert y Borja. Éramos batería, guitarra y guitarra, respectivamente.
Teníamos 15 años y hacíamos mucho el payaso. También hacía mucho calor.
MUCHO calor.
En la sala de ensayo en la que estábamos había un ventilador roñósisimo, lleno de polvo. Era el ventilador del puto castillo del conde Drácula.
En una de esas pausas entre canción y canción, mi amigo Albert cogió una baqueta y empezó a putear a la hélice del ventilador, que estaba a toda potencia.
Por algún motivo, le hacía gracia el ruido que hacía la baqueta al chocar con las hélices en movimiento.
A mí también me hacía gracia, para qué voy a mentir.
¡Ji ji! ¡Ja ja!
¡BOOM!
Las hélices se partieron de golpe y todo el polvo que había en ellas y en el ventilador llenó la sala en un microsegundo.
Fue como si un elefante hubiera saltado encima de un colchón de contrabando de Pablo Escobar.
2 segundos de silencio. Borja y yo nos miramos… y la fiesta de la risa empezó para no terminar.
En cambio, mi amigo Albert tenía la cara blanca. Yo creo que gran parte de la sangre de su cuerpo se evaporó… y por una buena razón: teníamos que decirle al dueño de la escuela de música que habíamos roto el ventilador.
Aquí se vio lo CABRONAZOS que fuimos Borja y yo, porque dejamos a Albert completamente solo y nos fuimos a reír a otro lado, para que Albert pudiera convencer al dueño de que fue un accidente de lo más absurdo.
A día de hoy aún nos acordamos de aquel momento. Yo estoy llorando de la risa mientras escribo estas palabras. Fue un gran recuerdo.
Lo curioso del tema es que, a pesar de que Albert pensaba que su vida había llegado a su fin, cuando recordamos aquel momento se ríe como Borja y yo nos reíamos aquel primer día.
De hecho, ha sido él quién me ha dado la idea de escribir este correo con este planteamiento.
Estas fueron sus palabras durante nuestra conversación por WhatsApp:
Te cuento todo esto porque, si tienes dudas, “lo que hoy te parece una putada, seguro que ríes en un tiempo”.
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