Tenía esta entrada guardada como borrador desde hace mucho tiempo. Quería publicar el prólogo de un libro que pero necesitaba contar con la aprobación de su autor. He contactado con él y me ha dado su consentimiento así que se acabó el dilema y lo comparto.
Se trata del prólogo de "Temas del Canto. La clasificación de la voz" de Ramón Regidor Arribas. Tal y como se aprecia en el título la temática del libro está centrada en el canto y en el prólogo cuestiona la relación entre alumnos y profesores de canto: la falta de confianza en el profesor, la búsqueda de un profesor promotor de carreras, etc.
Este libro tiene ya unos cuantos años (1/1/1977) y cabe esperar que los nuevos medios a nuestro alcance proporcionen al propio alumnado, de cierto nivel de formación, herramientas para desenvolverse de manera mucho más autónoma que entonces. Por ejemplo, en el apartado Bibliografía aparecen varios títulos que pueden servir de orientación profesional, como el que acabo de incluir, de Isabel Villagar, también profesora de canto. Es el número 81 y en él se incluyen estrategias de gestión musical.
De todos modos me temo que los ejemplos que se citan en el prólogo de Ramón Regidor, pueden muy bien resultar conocidos para todos incluso en nuestros días. Y que pueden aplicarse a la relación entre alumnado y profesorado de cualquier especialidad instrumental y no solamente de canto.
Es más, a son aplicables a cualquier especialidad artística. ¡Qué digo, a cualquier especialidad docente! Y resulta igual de extrapolable a otras disciplinas, como la deportiva (relación entrenador-deportista) o a los profesionales de la salud (relación médico-paciente).
Os dejo con el prólogo de este libro. Espero que os haga reflexionar y que os animéis a compartir vuestras conclusiones sobre el tema.
A guisa de prólogo
Parece lógico que, en la relación maestro-alumno, el aliciente de este último para permanecer bajo la guía de aquél debiera radicar en la solvencia pedagógica del preceptor, es decir, en la calidad de la técnica vocal que enseña y en el método que utiliza para inculcarla al discípulo, así como en la capacidad de orientar a éste en la interpretación musical, aunque esto último sea un problema secundario, por cuanto que entra también en las atribuciones de otros especialistas de la Música (vgr. pianistas de repertorio vocal y directores de orquesta). Sin embargo, la realidad es otra.
El estudiante de Canto en sus primeros pasos sí busca exclusivamente un maestro que le enseñe a utilizar su voz, pues su única obsesión consiste en extraer sonidos musicales de su aparato fonatorio con cierta comodidad y calidad. Pero, a medida que comienza a ser un poco consciente de su emisión vocal, surge otra obsesión que se agranda a la par que progresa el gobierno de su personal instrumento; quiere cantar en público, quiere empezar a ser profesional del Canto, desea el aplauso, desea hacer la gran carrera.
Llegado tal momento, el alumno empieza a requerir del maestro, de una forma más o menos abierta, según su carácter y el grado de confianza que le une a su preceptor, que le proporcione trabajo. Al discípulo ya no le basta dar buenas clases, exige de su mentor unas funciones de agente de conciertos, y si éste, por las circunstancias que sean, no cumple con este cometido, inicia una pérdida de puntos en el aprecio de aquél. El proceso psicológico que se desarrolla en el alumno es muy complejo, una mezcla de creer que el profesor no se interesa lo bastante por él, de que tiene favoritismos por otros, de que es un pedagogo del tres al cuarto, de que no tiene nombre de relevancia en el mundo de la Música, etc,... La consecuencia es una pérdida de receptividad del que aprende ante lo que trata de inculcarle quien le enseña. El discípulo comienza a desinteresarse de los consejos de quien trata de guiarle, las clases pierden eficacia y se convierten en negativas a veces, y aquél principia a pensar que su maestro no le entiende o que no da más de sí. Y es que, a la par, por la mente del alumno revolotea el nombre sonoro de otro profesor de Canto bien relacionado, hacia el cual, más pronto o más tarde, terminará por emigrar. El aprendiz de cantante dirá que va buscando la perfección de su técnica vocal, al someterse a este nuevo preceptor, pero busca a la par o con mayor interés el trampolín de lanzamiento profesional.
Y sucede, en gran número de casos, que el aspirante cantante progresa vocalmente de forma notoria al lado del nuevo maestro. Y es que, independientemente de la capacidad pedagógica de éste (que no hay porque negar), el alumno se entrega por completo a recibir los consejos de su nuevo profesor, con plena confianza en él y lleno de euforia, motivadas por la promesa de próximas actuaciones públicas, o por la realidad de algún contrato firmado o de alguna intervención profesional ya efectuada por su mediación. Porque, para quienes enseñamos a cantar está clara la extraordinaria importancia que tiene, en la captación de nuestras normas por parte del discípulo, el grado de confianza que él nos tenga y la altura de su estado anímico, que funcionan en proporción directa sobre su sensibilización para asimilar todas las sensaciones que constituyen el aprendizaje del Canto.
Por este proceso, nos encontramos a menudo con maestros de Canto de fama mundial, adquirida por el lanzamiento de grandes cantantes, cuyo método pedagógico no es mejor que el de otros que permanecen en un semianonimato y, en ocasiones, hasta inferior. Maestros de fama que se aprovechan de las bases técnicas que ya traían muchos de sus alumnos de otros profesores anónimos, y que con cuatro consejos dados por ellos se han adjudicado todo el mérito de la calidad de emisión vocal de estos alumnos. Esto, naturalmente, favorecido por la ingratitud de los propios aprendices que, en su <<currículum>>, se han limitado a citar al último profesor, olvidando la parte, muchas veces más importante, que a su formación aportaron otros.
Muchos cantantes, que habían adquirido ya una técnica vocal bastante sólida con un maestro sin nombre, apenas han aprendido nada, después, de ese otro maestro-promotor (podríamos llamarle así), pero le han concedido todo el mérito a cambio de un apoyo en las relaciones profesionales. Incluso, algunos han salido perjudicados en su técnica vocal, tras su contacto con un maestro afamado. Muchos han tenido la sinceridad de decirlo, otros han preferido no descubrirlo, por motivos fáciles de comprender.
Resulta curioso observar, en muchos casos, cómo el alumno de Canto queda impresionado por el descubrimiento que de sus defectos hace el maestro afamado y por las indicaciones que le ofrece para resolverlos, cuando esos mismos defectos e indicaciones fueron ya descubiertos por el anterior maestro y también expresados, tal vez con distinto lenguaje; pero el alumno, entonces, tenía su atención menos despierta, y , ahora, cautivado por el fulgor del maestro famoso y por lo que éste va a hacer en su favor profesionalmente, se ha convertido en intensamente receptivo a todo lo que se le diga.
De todo lo anterior no podemos deducir que esos maestros-promotoressean más lo segundo que lo primero. Habrá muchos con excelentes cualidades pedagógicas, que pueden formar magníficos cantantes, pero conviene dejar bien aclarado que en la fama del maestro intervienen muy a menudo factores que no pertenecen al terreno de la enseñanza y que, en ocasiones, cualifican más que los de pura pedagogía.
Tampoco podemos ser tajantes, afirmando que todo alumno de Canto que corre hacia un preceptor del tipo que ahora tratamos, pretenda exclusivamente el lanzamiento profesional, pues a veces busca también y esencialmente que le aclare el embrollo vocal, que un maestro anterior no a sabido despejarle o que, incluso le ha causado. Pero sé de muchísimos casos de estudiantes de Canto que, yendo bien guiados vocalmente por un profesor en España (es un ejemplo), se han trasladado a estudiar a Italia o a tierras alemanas, buscando la proximidad de los teatros de Ópera, de que en nuestro país carecemos.
Concluyendo, ¿por qué el aprendiz de cantante reclama esta faceta de relaciones públicas a su maestro y no se conforma con que le enseñe a cantar bien? La explicación es muy humana. El aspirante a profesional del Canto no tiene otro medio más positivo, para introducirse en los círculos casi cerrados de esta profesión, que el de su maestro (salvo excepciones de estudiantes bien relacionados por raíces de familia o de amistad). Las posibilidades de <<sacar la cabeza>> por sí mismo (salvo que sus condiciones vocales y musicales sean de excepción) son muy escasas, pues las ocasiones para poder demostrar sus aptitudes en esta carrera no abundan y, las pocas que existen, están muy mediatizadas por intereses que excluyen la imparcialidad y la justicia. Las primeras oportunidades de cantar profesionalmente habrá de basarlas, en un alto porcentaje, en el prestigio del maestro, cuya opinión puede tener mucha fuerza para quienes contratan al desconocido, que el cantante es entonces.
Así pues, todo maestro de Canto ha de tener en cuenta que, si no está bien relacionado con medios de contratación artístico-vocal y no puede ayudar al lanzamiento profesional de sus alumnos, estará expuesto a perderlos, antes o después, (salvo excepciones) en beneficio de otros maestros con virtudes promotoras. Y si, a pesar de esta emigración de sus discípulos, le queda el reconocimiento y agradecimiento permanente de alguno de éstos, ¡dese por contento!
En el fondo, el maestro ha de resignarse a la idea de que la única satisfacción que nunca podrá fallarle, será el reconocimiento de su propia conciencia del deber pedagógico cumplido con competencia y amor.
De todo lo anterior no podemos deducir que esos maestros-promotoressean más lo segundo que lo primero. Habrá muchos con excelentes cualidades pedagógicas, que pueden formar magníficos cantantes, pero conviene dejar bien aclarado que en la fama del maestro intervienen muy a menudo factores que no pertenecen al terreno de la enseñanza y que, en ocasiones, cualifican más que los de pura pedagogía.
Tampoco podemos ser tajantes, afirmando que todo alumno de Canto que corre hacia un preceptor del tipo que ahora tratamos, pretenda exclusivamente el lanzamiento profesional, pues a veces busca también y esencialmente que le aclare el embrollo vocal, que un maestro anterior no a sabido despejarle o que, incluso le ha causado. Pero sé de muchísimos casos de estudiantes de Canto que, yendo bien guiados vocalmente por un profesor en España (es un ejemplo), se han trasladado a estudiar a Italia o a tierras alemanas, buscando la proximidad de los teatros de Ópera, de que en nuestro país carecemos.
Concluyendo, ¿por qué el aprendiz de cantante reclama esta faceta de relaciones públicas a su maestro y no se conforma con que le enseñe a cantar bien? La explicación es muy humana. El aspirante a profesional del Canto no tiene otro medio más positivo, para introducirse en los círculos casi cerrados de esta profesión, que el de su maestro (salvo excepciones de estudiantes bien relacionados por raíces de familia o de amistad). Las posibilidades de <<sacar la cabeza>> por sí mismo (salvo que sus condiciones vocales y musicales sean de excepción) son muy escasas, pues las ocasiones para poder demostrar sus aptitudes en esta carrera no abundan y, las pocas que existen, están muy mediatizadas por intereses que excluyen la imparcialidad y la justicia. Las primeras oportunidades de cantar profesionalmente habrá de basarlas, en un alto porcentaje, en el prestigio del maestro, cuya opinión puede tener mucha fuerza para quienes contratan al desconocido, que el cantante es entonces.
Así pues, todo maestro de Canto ha de tener en cuenta que, si no está bien relacionado con medios de contratación artístico-vocal y no puede ayudar al lanzamiento profesional de sus alumnos, estará expuesto a perderlos, antes o después, (salvo excepciones) en beneficio de otros maestros con virtudes promotoras. Y si, a pesar de esta emigración de sus discípulos, le queda el reconocimiento y agradecimiento permanente de alguno de éstos, ¡dese por contento!
En el fondo, el maestro ha de resignarse a la idea de que la única satisfacción que nunca podrá fallarle, será el reconocimiento de su propia conciencia del deber pedagógico cumplido con competencia y amor.
Ramón Regidor Arribas
Madrid 8 de marzo 1975