Bolero

Maurice Ravel

Maurice Ravel (PD Wikimedia Commons)

¿Durante cuánto tiempo se puede mantener viva la atención del oyente con un material musical extremadamente pobre desde el punto de vista melódico, armónico y rítmico?

Tal vez Maurice Ravel (del que hoy celebramos el aniversario de su nacimiento) se preguntó eso mismo cuando decidió la estructura de una pieza de ballet que compuso para hacer frente a un encargo de Ida Rubinstein, que inicialmente consistía en la orquestación de seis piezas para piano de Iberia de Isaac Albéniz, que empezó pero no pudo llegar a completar por razones de copyright. Así, lo que fue un apaño debido a las prisas, llegó a ser una de las obras musicales más conocidas y apreciadas de todos los tiempos: su Bolero.

Cuando definimos como pobre el material utilizado por Ravel en esta obra, no exageramos en absoluto ya que sólo empleó:

  • una célula rítmica muy sencilla que se repite sin modificaciones por 169 veces:
Célula rítmica del Bolero de Ravel

Célula rítmica del Bolero de Ravel (CC Kokin en Wikimedia Commons)

  • una armonía constante, en tonalidad de do mayor, que aumenta, si cabe, el efecto obsesivo del ostinato. Única excepción es la brevísima modulación a mi mayor poco antes del final.

Sobre este acompañamiento:

  • una melodía muy sinuosa en la que se alternan dos temas: uno diatónico, que no se mueve de la tonalidad principal, y el otro cromático, que además contrasta armónicamente no sólo con el primer tema, sino con el acompañamiento. Ambos temas se repiten numerosas veces sin apenas modificaciones.

Quien conoce bien la obra sabe la respuesta a la pregunta inicial. Quien sólo conoce el famosísimo primer tema posiblemente se sorprenda cuando se entere de que esta obra dura más de cuarto de hora.

Sin embargo, lo más sorprendente en mi opinión no es sólo la cantidad; lo verdaderamente impresionante es que, gracias a su perfecto dominio de la paleta tímbrica y a su calculada dosificación de la dinámica, lejos de perder progresivamente esa atención finalizando antes de sea demasiado tarde, Ravel consigue intensificarla cada vez más, hasta culminar en un clímax tan alto del que no puede salir de otra manera que con un derrumbe.

Después de Ida Rubinstein, son varios los coreógrafos que han creado su versión del Bolero. Entre ellas, una de las que han tenido más éxito es sin duda la de Maurice Béjart, en la que un solista danza en una tarima circular alrededor de la cual se mueven los demás bailarines. Béjart asignó la parte del solista indistintamente a una mujer o a un hombre, de hecho las dos puestas en escena más memorable son las de la rusa Maya Plisetskaya y del argentino Jorge Donn.

He preparado un arreglo para la flauta dulce sin ninguna pretensión de conseguir mantener esa gran carga expresiva que tiene la obra original ―más bien al contrario, renunciando a ella de antemano debido a que esta versión no puede tener ni la riqueza dinámica ni la tímbrica de aquella― sino para darle la posibilidad a los aficionados a este instrumento de disfrutar tocando esa melodía tan sugerente.

Música acuática

Händel y Jorge I en el Támesis

Händel y Jorge I en el Támesis el 17 de julio de 1717, por E. Hamman (1819–88)

Hace 328 años nacía uno de los más importantes compositores ingleses de todos los tiempos, Georg Friedrich Händel. Aunque esta afirmación es totalmente cierta, es conveniente matizar que en ese momento, y durante los siguientes 42 años, Händel todavía no era inglés.

Efectivamente, Händel nació en Halle, una ciudad germana que dista menos de 200 kilómetros de Eisenach, la ciudad natal de Johann Sebastian Bach, que nació antes de que Händel cumpliera su primer mes. Pero mientras Bach permaneció toda su vida en Alemania, Händel con 21 años viajó a Italia, donde permaneció unos 5 años durante los cuales refinó su técnica compositiva y organística, además de su gusto por la ópera, y tras un breve paréntesis alemán en el que fue nombrado Kapellmeister por el príncipe elector de Hannover ―que muy pronto sería el rey Jorge I de Gran Bretaña― estableció definitivamente su residencia en Inglaterra en 1712 y quince años después, el 20 de febrero de 1727, adoptó la nacionalidad británica, hecho sancionado con un acta del parlamento.

Pero ahora volvamos atrás hasta los 5 años después de su llegada para conocer algo de la historia de una de sus obras más famosas. Por encargo del monarca tocayo y paisano suyo, Händel compuso una suite para amenizar una excursión real en barca por el río Támesis. El estreno se realizó en una fecha tan intrigante como el 17/7/1717. Los músicos, una orquesta de medio centenar de instrumentistas, tocaron en una barca que navegaba próxima a la del rey. El título de esta obra, que por su duración se catalogó subdividiéndola en tres diferentes suites, es Water Music, traducida al español como Música acuática. Uno de sus movimientos más célebres es Alla Hornpipe, que os propongo en la fresca y brillante versión de la Amsterdam Baroque Orchestra dirigida por Ton Koopman.

El hornpipe, además de un instrumento musical, es una danza de origen irlandés. Sin embargo en este caso ―y también en otro de Purcell que empleó Britten como tema para su Guía para orquesta para jóvenes―, se trata de un hornpipe barroco, más probablemente de origen cortesano que popular.

Como en otras ocasiones, también esta entrada termina con la versión para flauta dulce, esta vez para dos de estos instrumentos (soprano y contralto) y piano.

La Puerta de Tannhäuser

Tannhäuser en el Venusberg

Jacques Wagrez: Tannhauser dans le Venusberg

En la Edad Media se creía que la diosa Venus vivía con su corte en una caverna de una montaña, Venusberg, cuya localización era mantenida en secreto para que los humanos no se acercaran, ya que el acceder a ella supondría su perdición. Hoy en día se identifica esa montaña con el Hörselberg, en Turingia, muy cerca de Eisenach, la ciudad alemana en la que nació Johann Sebastian Bach.

Cuenta la leyenda que Tannhäuser, un poeta que vivió realmente en el siglo XIII y de cuya biografía se conocen muy pocos detalles, entró en esa montaña y pasó allí un año de lujuria desenfrenada con la diosa, contraviniendo sus votos caballerescos. Arrepentido de su comportamiento, fue en peregrinación a Roma para pedirle la absolución al papa Urbano IV, quien se la denegó diciéndole que sólo podría perdonarle si ocurría un milagro: que de su férula brotaran hojas verdes. El milagro ocurrió, pero demasiado tarde: Tannhäuser había emprendido el camino de vuelta a Venusberg y nadie más le volvió a ver.

La triste situación de Tannhäuser durante ese regreso, en desgracia a los ojos de los dioses y de los humanos, es muy similar a la de Roy Batty, el replicante de Blade Runner que, en su monólogo final evoca las cosas más sorprendentes que vio en su breve vida, entre las cuales cita una ficticia Puerta de Tannhäuser.

Richard Wagner, del que hoy conmemoramos los 130 años de su muerte (y dentro de unos meses los 200 del nacimiento), compuso una ópera sobre Tannhäuser, en cuyo final añadió la intervención de una mujer, Elizabeth, que salva al poeta de la condenación eterna sacrificando su propia vida.

La obertura de esta ópera, compuesta entre 1843 y 1845, se ejecuta frecuentemente en concierto, de manera independiente. Empieza con el Leitmotiv de los peregrinos, solemne y majestuoso, que se alterna al del perdón, caracterizado por saltos de octava ascendentes seguidos de cromatismos descendentes, en una estructura ABABA. Sigue una sección central totalmente contrastante, el tema de Venusberg, que contiene la representación musical de los personajes mitológicos que habitan esa montaña. Finalmente, de nuevo los motivos de la primera sección vienen a decir que el amor puro prevalece sobre el amor sensual.

La siguiente grabación corresponde a la puesta en escena del verano pasado en el Festival de Bayreuth, bajo de dirección de Christian Thielemann.

Arreglando para la flauta dulce la primera sección de esta obertura, la he transportado a una tonalidad más adecuada a este instrumento (do mayor) renunciando a los saltos de octava del tema del perdón ―de todas formas presentes en el piano― para facilitar al alumnado de la ESO, y a todas las personas aficionadas a la flauta dulce, la posibilidad de tocar una de las piezas más famosas de Richard Wagner.

Un compositor… de cine

John Williams, by Alec McNayr en Flickr

John Williams, by Alec McNayr en Flickr

La lista de las películas cuya banda sonora es obra de John Williams es muy larga, y hasta aquí no tenemos por qué sorprendernos: al fin y al cabo estamos hablando de un compositor que cumple hoy 81 años y que empezó a escribir música de cine hace más de 55. Pero el asombro llega cuando nos enteramos que del más de un centenar de sus partituras casi la mitad han sido nominadas para el premio Óscar, obteniéndolo en 5 ocasiones (cifra que quizás haya que actualizar dentro de muy poco tiempo, ya que en un par de semanas sabremos si consigue el 6º por la película Lincoln, la enésima de su intensa colaboración con Steven Spielberg).

Los largometrajes que han recibido ese prestigioso galardón son: El violinista en el tejado (1971), Tiburón (1975), La guerra de las galaxias (que en 1977 compitió con otra banda sonora del mismo Williams, Encuentros en la tercera fase), E. T., El extraterrestre (1982) y La lista de Schindler (1993). El tema principal de esta última banda sonora ―que además del Óscar recibió también el BAFTA y el Grammy―, contiene una melodía muy emotiva, interpretada con exquisita sensibilidad al violín por Itzhak Perlman, al que podemos escuchar en el siguiente vídeo, con el mismo Williams dirigiendo la orquesta.

Volviendo a la lista de la que hablábamos al comienzo de esta entrada, la de las bandas sonoras compuestas por John Williams ―aún sabiendo que la brevedad que le conviene a una entrada de blog desaconseja citar aunque sea sólo los más famosos entre los títulos que esta lista contiene― para que realmente se vislumbre la grandeza de este músico y de su obra no podemos dejar de citar algunos más de sus grandes éxitos, como SupermanParque Jurásico, la saga de Indiana Jones, las tres primeras películas de la saga de Harry Potter o Salvad al soldado Ryan, y aquí paramos a pesar de conocer que nos quedamos cortos, remitiendo a la Wikipedia a quien quiera conocer los demás.

No puedo hacerle un regalo a John Williams por su cumpleaños, ni algo material, por estar demasiado lejos de mi físicamente, ni algo musical, por estar demasiado por encima de mi musicalmente. En su honor, para felicitarle el cumpleaños y desearle muchos más años con salud, felicidad y éxitos, el presente se lo hago a mis alumnos y alumnas de primero de ESO del IES Vega de Mijas, a los que he tenido que dejar para lo que queda de curso, después de disfrutar en su compañía durante más de 4 meses haciendo música juntos, para volver al CEP Marbella-Coín: un arreglo del tema principal de La guerra de las galaxias.

¡Felicidades, maestro Williams!

¡Gracias por estos 4 meses, chicos y chicas!

Ravi y Anoushka

Ravi y Anoushka Shankar

Ravi y Anoushka Shankar in Vienna Opera House, by Patrick van IJzendoorn (CC BY)

Aunque hasta mediados del siglo pasado el sitar era prácticamente desconocido en el mundo occidental, hoy en día no hace falta haber viajado a la India para saber reconocerlo. Gracias a su peculiar aspecto exterior (una caja de resonancia hecha con media calabaza, un mango muy largo y ancho con más de 20 cuerdas repartidas en dos puentes -uno para las 6 o 7 cuerdas tocadas directamente por el ejecutante y el otro para las restantes cuerdas, que resuenan por simpatía cuando las anteriores producen un unísono o una octava con ellas- y un gran número de trastes curvos y móviles), a su sonido extremadamente sugestivo (caracterizado por las mismas resonancias simpáticas, su timbre metálico y los continuos bends propios de su técnica de ejecución) y sobre todo a la grandiosa labor de difusión de Ravi Shankar (una actividad concertística de más de siete décadas en importantes salas de conciertos y festivales en todo el mundo), hoy en día no sólo los etnomusicólogos sino también el gran público conocen el sitar.

Ravi Shankar falleció anteayer, a los 92 años. A pesar de la avanzada edad y los problemas cardíacos y respiratorios que padecía desde hace unos años, seguía actuando en público. De las palabras con las que su familia anunció el triste suceso en su web oficial, se infiere que el concierto que ofreció en la ciudad californiana de Long Beach el pasado 4 de noviembre no hubiera sido el último si la cirugía a la que fue sometido la semana pasada para implantarle una válvula artificial y mejorar su calidad de vida hubiera tenido el éxito deseado.

Muchos músicos occidentales quedaron fascinados por la personalidad musical de Ravi Shankar: además del caso más conocido, el Beatle George Harrison, al que dio clases de sitar, algunos grandes intérpretes de música clásica quisieron colaborar con él. Entre ellos destacan el flautista Jean-Pierre Rampal, el director André Previn, con el cual grabó su concierto para sitar y orquesta junto con la orquesta sinfónica de Londres, y el violinista Yehudi Menuhin, de cuya colaboración nació el mítico álbum West meet East, premiado en el 1967 con el Grammy a la mejor actuación de música de cámara y en cuyo título Shankar se inspiró para darle nombre a su propio sello discográfico.

Anoushka Shankar, la hija menor de Ravi Shankar (la mayor es la cantante Norah Jones), también es una virtuosa del sitar. Ha sido su alumna desde su infancia y desde los 14 años participaba en las giras de conciertos del padre. De él ha heredado, además de la extraordinaria técnica, una gran capacidad improvisativa y una rica expresividad.

Por ley de vida, Anoushka Shankar ya no podrá volver a tocar con su padre, algo que, si cabe, suma todavía más tristeza al dolor que estará sintiendo por la enorme pérdida afectiva y en el que desde aquí la acompañamos. De todas formas estoy seguro de que le queda un gran consuelo en todo lo que de él ha aprendido y que en ella pervive. Para muestra, Anoushka interpretando junto al violinista Joshua Bell Raga Piloo, la misma obra que ya hemos escuchado por Ravi a dúo con Menuhin.