´Volvemos a los tiempos pasados, si lo permitimos es que lo merecemos´ el rockero Miguel Ríos, de viva voz

Traigo aquí una fabulosa reseña del fabuloso periodista castellonense Manolo Bosch,  el cual recomendamos a los que quieran seguir la actualidad musical de la provincia de Castellón, que amablemente nos ha cedido para publicar en La Brújula del Canto. 

Aquí se vierten muchas de las reflexiones que el cantante de rock&roll Miguel Ríos realizó ayer en la fundación Caja Castellón.

“Cuando decidí retirarme, me preguntaba cómo iba a estar sin el aplauso y el contacto con la gente. Entonces ‘me inventé’ escribir unas memorias y sigo manteniendo ese contacto”.

“Como era el menor de siete hermanos, me tocó obedecer mucho. Por eso luego supe mandar”.

“Con mi padre tuve muy poco contacto. Creo que, exagerando, le vi sonreír cinco veces. Murió cuando yo tenía 15 años. Mi madre sacó la familia adelante y fue fundamental para mi carrera, dejándome marchar a Madrid. Ese salto fue importantísimo para mí”.

“’Mike Ríos’ fue una gran putada en mi vida. Fue una idea de Ricardo Fernández de la Torre, director artístico de Philips, quien me decía que las estrellas debían tener un nombre ‘importante’. En los 60 no sabíamos que Mike se pronunciaba [Maik], sino que lo leíamos como [Mique]. En Granada hay una expresión extendida que es “Mique”, una abreviatura de “mira que…”.
Y allí “pollas” es una palabra que se utiliza para todo, no tiene que ver con el sentido fálico, sino que se usa en cualquier circunstancia. Una de las frases típicas de allí es “mique pollas”. Y claro, a mí se me empezó a conocer como “mique”, por lo que ya no podía volver a mi barrio, porque allí yo era “mique pollas””.

“En 1962, tenía un disco grabado y me tuve que presentar a un examen para obtener el carné de cantante del Sindicato Vertical, el único que podía existir, y así poder cantar. Igual que lo que hace ahora la alcaldesa en las calles de Madrid. Me pusieron a cantar con un pianista que lo más moderno que había tocado era un foxtrot y me suspendieron. Pero allí conocí a Los Relámpagos y con ellos aprobé a la segunda”.

“’Popotitos’ vendió 3.000 discos en 1963, lo que era una cifra increíble. Hice la versión de la versión que hacían los Pop Tops. El triunfo me empezó a llegar con ‘El río’ y ‘Vuelvo a Granada’. En 1966 ya ganaba 1.000 pelillas por actuación y dejé las pensiones. Pero el gordo me tocó con ‘El himno de la alegría’. El productor de Philips, Filippo Carletti, fue quien me dijo que la cantase. Fui a un estudio muy grande y me encontré una orquesta dirigida por Waldo de los Ríos preparándose para tocar. No sabía qué tenía que hacer allí. Había miedo a las críticas del mundo de la clásica, pero fue un premio. Gracias a él, recorrí medio mundo, ligué en varios idiomas y me di cuenta de que no era demasiado ambicioso en cuanto a la pasta, ya que preferí invertirlo bien. A partir de ese momento me preocupé por conocer los secretos de las grabaciones”.

“Yo quería triunfar, lo que para mí era abandonar la pensión en la que vivía en Madrid y tener una casa propia. Raphael tenía fama y yo no. Para explicárselo a mi cuñado, utilizaba el subterfugio de que él hacía música comercial y yo rock and roll. Pero a mí no me interesa la fama. Soy conocido, pero no famoso”.

“Con el éxito te sitúas en una cúspide, pero estás solo. Al contrario que Sabina, la figura del perdedor no me seduce demasiado, pero de la derrota surge la fertilidad creativa. En una carrera larga es higiénico fracasar algunas veces”.

“A mí me sigue interesando mucho pertenecer a la clase social obrera, de la que siempre he formado parte, aunque sé que he ganado más dinero que mucha gente. Pero no me gustaría vivir otra vida de la que he vivido”.

“Especular con lo que podías haber conseguido no es bueno. Lo que he recibido en mi vida es suficiente y, como diría Rosendo, estoy eternamente agradecido”.

“Me he retirado de los conciertos de dos horas. La edad tiene estas cosas, pero sigo haciendo cuatro o cinco canciones acústicas, porque de ‘gola’ no ando mal”.

“En el cine, hice dos películas. Me encontraba bonico, pero no tenía naturalidad. Estaba acostumbrado a mirar a la cámara en la tele, y en los rodajes hacía lo mismo, cuando tenía que hacer todo lo contrario”.

“Ahora mismo, meterme a grabar un disco no me atrae. En estos momentos me atrae más la literatura que la música. Yo soy músico analógico y ahora todo es digital. Además, para grabar música tienes que mover a mucha gente y escribir lo haces tú solo”.

“Mi polémica con la prensa en realidad fue con el crítico del diario ‘El País’ José Manuel Costa durante la gira ‘El rock de una noche de verano’. Él era un ‘pope’ de la crítica musical y en el quinto concierto de la gira no me criticó por la música, ni siquiera hizo referencia a las actuaciones de Leño y de Luz. Me criticaba porque las entradas costaban 800 pesetas y la gira estaba patrocinaba por Kas. Por esos motivos me acusaba de falta de “legalidad”, en el sentido de ser legal en la calle. Yo le dije que él también cobraba por su trabajo y su periódico tenía ingresos por publicidad. Pues bien, desde ese concierto y hasta el último, en cada ciudad a la que llegábamos me preguntaban por lo mismo y yo respondía: “¿por qué no vamos a cobrar por hacer nuestro trabajo, igual que vosotros cobráis por hacer el vuestro?”.

“Leemos las críticas malas y no las buenas. Somos masoquistas. Nos gustan que nos den”.

“Nos están pegando abajo y lo sabemos. Los derechos ganados con trabajo durante treinta años se desmoronan. Están tomando decisiones que no tienen que ver con la crisis, sino con la ideología. La mujer va a perder el derecho de decidir sobre su cuerpo; un guarda jurado, que es una persona como otra, con derecho a cachearte y detenerte; manguera para las manifestaciones… Volvemos a tiempos pasados. Si lo permitimos es que lo merecemos”.