La clase de instrumento o de canto no es una clase como cualquier otra. La música es una enseñanza personalizada, cuyas lecciones son siempre cara a cara con el alumno. Desde el primer minuto, profesor y alumno establecerán una relación personal-profesional que probablemente continuará a la largo de toda su carrera.
Primeros pasos
La edad a la que un niño suele empezar a estudiar música se sitúa entre los 6 y los 9 años. Los niños de estas edades ya llevan unos años yendo al colegio y recibiendo un tipo de enseñanza más generalizada para toda su clase. La personalización que experimentan en el Conservatorio es nueva para ellos. Como profesores debemos ser pacientes. Estos niños probablemente no estén acostumbrados a mantener la concentración durante toda la clase. Hay que reconducirlos hacia la actividad que estemos realizando de manera inteligente, sin frustrar al alumno. Estas primeras clases serán determinantes para que el alumno venga motivado y empiece a construir un vínculo con su profesor.
El equilibrio en esta primera fase de la relación profesor-alumno es muy importante. El exceso de confianza transformará al profesor en una mala niñera que tiene que lidiar con un niño revoltoso. Hay que encontrar el balance perfecto entre la buena relación con el niño y la disciplina propia del aula. Nunca asustarle siendo demasiado estricto, pero sí mostrarse exigente.
Alabar las buenas prácticas más que castigar las malas lo conducirá a que potencie estas buenas prácticas para sentir el orgullo de su profesor. Pero cuidado con este deseo de agradar al profesor, hay que conseguir que el alumno toque para su propio disfrute. Si no, estará confundiendo la función de ir a clase (aprender) con agradar a su profesor.
Cuando el alumno ya no es un niño
La etapa pre-adolescente y adolescente es complicada tanto para el profesor como para el alumno. En estos años, el profesor debe reforzar la disciplina, exigir más del alumno y mantener un poco más de distancia emocional. Pero, como siempre, debemos cuidar el binomio buen rendimiento=aceptación, mal rendimiento=no aceptación. Si empezamos a actuar así, la relación profesor-alumno puede estropearse. Acabaremos creando miedo en el alumno, miedo a decepcionarnos. Su preocupación se situará en el profesor y no en lo que tiene que aprender y en la música.
De adulto
Siendo ya adulto, el alumno ya habrá forjado un vínculo con su profesor. En esta época, si continúa estudiando música es porque le gusta lo suficiente como para dedicarse a ella. El vínculo con el profesor es más fuerte, pues éste es un guía indispensable en la carrera del alumno. La relación ya no sólo se basa en el aula, muchas veces llega a los aspectos personales de la vida de ambos, tanto profesor como alumno.
Debemos cuidar siempre esta relación, no permitir que los alumnos se hagan dependientes de nosotros por completo, pero sí ser un apoyo y una guía para ellos. A veces hay ser un poco psicólogo, y no sólo limitarse a los aspectos técnicos y musicales. Para nuestro alumno, somos un ejemplo de músico exitoso, debemos darle las herramientas adecuadas para que alcance su máximo potencial, con disciplina y cercanía al mismo tiempo.
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El Músico Adicto. La Musicorexia