Hace veinte años…

Eternal clockHay veces que nos parece que el tiempo corre tan rápidamente que se nos escapa de las manos, otras que avanza con una lentitud exasperante y otras más, los momentos más felices, en las que eso es simplemente algo que no nos preocupa, pues estamos viviendo intensamente cada instante que pasa.

También hay momentos en los que algo nos detiene y nos hace volver la mirada hacia atrás, llevándonos a una época en la que éramos muy diferentes, a veces tanto que nos resulta difícil reconocernos.

Eso es lo que me ocurre mirando el siguiente vídeo, que rescaté este verano en casa de mis padres y que cumple hoy exactamente 20 años.

A principios de 1991 trasladé mi residencia a España. A comienzos de la primavera de ese mismo año recibí la visita de mi familia. Aprovechando la ocasión, el 4 de abril mi hermana Cinzia al piano y yo al violín dimos un concierto dedicado enteramente a Mozart, de quien se celebraba el 200º aniversario de su muerte. El escenario del concierto era la Casa de la Cultura de Estepona, en provincia de Málaga, y el programa consistía en tres obras del compositor de Salzburgo: la Sonata en sol mayor, K.301; la Sonata en la mayor K.305 y la Sonata en sol mayor, K.379.

La grabación se realizó con una cámara doméstica VHS y, además de la baja calidad de la imagen y el sonido, hay muchos segundos en los que la imagen está muy estropeada. Aún así, considero que esas no son razones para que no publicarla aquí, para recordar esos momentos entrañables con todos mis seres queridos, Cinzia la primera, y de paso demostrarles a mis alumnos y alumnas que hubo un tiempo en que tuve una negra y abundante melena.

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Concierto para la mano izquierda

Paul Wittgenstein en una actuación en 1935

Paul Wittgenstein en una actuación en 1935

Paul Wittgenstein era un joven y prometedor pianista, muy apreciado en el ambiente musical de la Viena de principios del siglo XX. Pero al estallar la Gran Guerra tuvo que marchar al frente, reclutado por el ejercito de su país. En una acción bélica recibió un disparo en el codo derecho. La herida fue tan grave que perdió ese brazo.

De vuelta a casa, no se resignó a abandonar el piano, al contrario, su ánimo y su tesón le permitieron continuar su carrera como concertista de piano.

Varios compositores escribieron música expresamente para él, páginas estupendas que de ninguna manera suenan como una adaptación, sino que son auténticas obras maestras de la música romántica, tan buenas que son muchos los pianistas que, sin necesitarlo, las incluyen en su repertorio y las ejecutan en sus actuaciones.

Entre estas obras destaca el Concierto para piano para la mano izquierda de Maurice Ravel, compositor francés que todo el mundo conoce por su famosísimo Bolero y del cual hoy mismo celebramos el 126º aniversario de su nacimiento.

Pierre-Laurent Aimard es el pianista que lo interpreta en el siguiente vídeo, acompañado por la Orquesta Filarmónica de Berlín dirigida por Pierre Boulez.

Esta entrada está dedicada a mi querido alumno David, que cada día que pasa toca mejor el piano.

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All’alba vincerò!

Poster del estreno de Turandot (PD)El sangriento juego de Turandot ha llegado a su fin: un joven misterioso ha resuelto los tres enigmas que le costaron la muerte a los que antes de él se atrevieron a darle respuesta. Es el castigo que, como venganza por la violencia sufrida por una antepasada suya por parte de un extranjero, reciben los príncipes que llegan desde otros reinos para pedir la mano de la peligrosamente atractiva princesa.

Pero Calaf ha respondido correctamente a las preguntas con la ayuda involuntaria de la misma Turandot: al último enigma, ¿Qué es lo que quema como el hielo, y cuanto más frío es, más quema?, inspirado por la deslumbrante belleza y la despiadada crueldad de Turandot, pronuncia su nombre, ganando así el derecho a casarse con la princesa.

Turandot no reacciona como él esperaba y, tras suplicar en vano a su padre el emperador que no autorice la boda, le dice al extranjero que casándose con ella sólo conseguirá tener a su lado a una mujer que le seguirá odiando toda su vida.

Para intentar vencer su hostilidad, Calaf le propone un nuevo enigma: si ella descubre su nombre antes del amanecer, podrá ordenar al verdugo que le ejecute. Ella sin dudarlo acepta e inmediatamente ordena que nadie duerma en Pekín hasta que no se haya conseguido descubrir el nombre del atrevido forastero. Al mismo tiempo Calaf vive con impaciencia las horas que faltan para que llegue la luz del día, convencido de que entonces Turandot será nuevamente derrotada y deberá renunciar a su coraza de hielo y amarle. Así anima a las tinieblas a disiparse y a las estrellas a ponerse para que llegue el alba y, junto con ella, la victoria.

Una de las más evidentes reacciones del organismo humano ante las emociones es la irregularidad del ritmo cardíaco. De la misma manera, la enorme carga emotiva de la música de Giacomo Puccini conlleva una continua inestabilidad rítmica, un pulso muy variable que he intentado recrear (sin querer tampoco exagerar) en el siguiente arreglo para flauta dulce. Las indicaciones metronómicas que aparecen encima de la partitura son el rastro que ha dejado el truco que he tenido que emplear para que la reproducción incluyera esas inflexiones del ánimo.

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Si los violines pudieran hablar…

Felix Mendelssohn-Bartholdy (PD Wikimedia Commons)Hace dos años celebrábamos el segundo centenario del nacimiento de Felix Mendelssohn-Bartholdy. En esa ocasión publiqué una entrada en la que inserté una línea de tiempo que aconsejo tanto a los que todavía no conozcan Dipity, la herramienta que empleé para diseñar dicho eje cronológico, como a los que quieran saber algo más sobre la biografía y la obra de este compositor alemán, pues hoy sólo hablaremos de su Concierto para violín en mi menor (clic para descargar la partitura).
He especificado la tonalidad porque Mendelssohn compuso dos conciertos para ese instrumento, pero si no lo hubiera hecho creo que nadie hubiera pensado en el otro, y no sólo porque el alemán lo escribió con sólo 13 años, sino porque éste, el en mi menor op.64, es uno de los más populares e interpretados de todo el repertorio concertístico para violín.
Es un concierto que nada más empezar nos advierte que estamos frente a una caja de sorpresas: tras sólo un compás y medio de una introducción aparentemente banal (un acorde arpegiado de violines y violas implanta la tonalidad principal mientras los timbales y los pizzicato de las cuerdas graves marcan el rítmo) entra con fuerza y expresividad el violín solista presentando el primer tema, de amplia y airosa melodía. A partir de este momento y hasta el final de la obra, el solista no para de demostrar su virtuosismo que, aunque muy espectacular y avanzado para la época, siempre está supeditado a la coherencia musical, con el resultado de una intensidad expresiva fuera de lo normal.
Prueba de su mayor interés por la música que por la técnica instrumental es el hecho de que aunque Mendelssohn sabía para quien estaba componiendo, nada menos que el gran violinista Ferdinand David, prefirió escribir la cadenza de la primera a la última nota en vez de dejar que el solista improvisara esa sección que tradicionalmente es su momento de lucimiento donde, sin más límites que su habilidad, despliega todo su arsenal de artificios técnicos para asombrar al público. En este caso no es así: la primera cadenza termina con unos acordes rebotandos en las cuatro cuerdas sobre los que la orquesta reexpone la primera sección.
El acorde perfecto que cierra el primer movimiento también incluye una sorpresa: cuando el director cierra ese acorde, un instrumentista desobedece, prolongando su nota que enlaza el segundo movimiento al primero sin solución de continuidad.
Aquí tampoco el violín solista tiene la paciencia de esperar a que sea la orquesta quien presente el primer tema, deleitándose y deleitándonos con su amplio fraseo hasta que, introducido por los metales y los timbales, llega el segundo tema, en el que el solista toca simultáneamente la melodía y su acompañamiento en forma de trémolo.
Sólo una respiración separa (o sería mejor decir une) el segundo y el tercer movimiento, formado por una brevísima sección introductoria con la cual el solista, acompañado sólo por las cuerdas, prepara el cambio de modo del menor al mayor, pues junto con el nuevo tempoAllegro molto vivace, la nueva tonalidad de mi mayor marcará el carácter del frenético final de la obra.
No tenemos grabaciones del estreno, obviamente, pero sí algo que de alguna manera nos lo puede evocar: una grabación histórica de Jascha Heifetz, uno de los más grandes violinistas de todos los tiempos, de cuyo nacimiento ayer mismo se cumplían 110 años, acompañado por otro peso pesado de la música del siglo XX: Arturo Toscanini.
El violín que usa Heifetz en esta interpretación podría ser el Guarneri del Gesù con el que Ferdinand David estrenó este concierto el día 13 de marzo de 1845 en Leipzig. Digo podría porque no puedo estar seguro de este dato, ya que Heifetz también tenía un Stradivari.
He encontrado otra versión muy interesante, esta completa, la de la violinista holandesa Janine Jansen, una interpretación cargada de energía, expresividad y precisión técnica. Además, en la parte inferior de la pantalla aparece una útil guía de la audición en un inglés básico.

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