Entre las obras de Antonio Vivaldi hay una cuyo título es Il cimento dell’armonia e dell’inventione, una colección de doce conciertos para violín y bajo continuo. Los primeros cuatro de esos conciertos son tan famosos que tanto las partituras como las grabaciones son casi siempre publicadas separadamente bajo el título de Las cuatro estaciones.
Esta “colección en la colección” no es arbitraria, pues esos primeros cuatro conciertos tienen en común una característica muy interesante: el músico veneciano los compuso basándose en otros tantos sonetos que él mismo escribió, intentando recrear con música las imágenes evocadas por el texto. Así, por ejemplo, el poema que dio lugar al tercer concierto, dedicado a la estación que hoy tiene comienzo en el hemisferio norte, nos presenta imágenes otoñales de la campiña, empezando con las fiestas y los bailes por la buena vendimia, siguiendo con los resbalones y el sueño de los que se han excedido con el vino y terminando con escenas de cacería, en las que aparecen armonías típicas de los cornos y disparos de escopetas.
La interpretación que he elegido es la de un violinista que está entre mis preferidos, un jovencísimo Nigel Kennedy, que ya hemos tenido ocasión de escuchar en este blog, tocando el concierto de otra estación, El invierno, y el doble concierto de Bach.
El estribillo del primer movimiento de este concierto lo he arreglado para flauta dulce de manera que mis alumnos y alumnas de primero de ESO puedan ensayar el si bemol de manera entretenida y agradable.
En la mitología griega hay un personaje que suele representarse con un instrumento musical que de él recibe uno de los nombres con el cual es conocido. Se trata de Pan, un semidios de apariencia tan poco atractiva (mitad hombre y mitad macho cabrío) que una de las versiones sobre su nacimiento cuenta que su misma madre huyó presa del pánico (palabra que deriva del mismo Pan y de su aterrador aspecto) nada más traerlo al mundo.
Por eso no extraña que también Syrinx, joven y bella ninfa, quisiera escapar de sus atenciones cuando él se enamoró desesperadamente de ella. Llegada a la orilla de un río, antes de caer entre los brazos de Pan, que la perseguía, Syrinx suplicó a otras ninfas, las Náyades, que la convirtieran en un cañaveral.
Pan, tras oír el sonido que producía el viento rozando las cañas, construyó su flauta cortando algunas de ellas y llamó a ese instrumento con el nombre de su amada. Así que la flauta de Pan también se conoce como siringa.
Claude Debussy, compositor francés que nació hace exactamente 148 años, escribió por lo menos dos obras que, directa o indirectamente, recuerdan ese mito y ese instrumento, aunque en ellas emplea una flauta travesera para evocar el sonido de la siringa: Preludio a la siesta de un fauno (1894) y Syrinx (1913) (haz clic en los nombres de las obras para descargar las partituras).
Syrinx nació como música incidental para una obra teatral en la cual tenía que ser “la última canción de Pan antes de morir”. El drama nunca llegó a completarse, mientras que Syrinx es hoy en día una de las obras más importantes para flauta sola. La siguiente versión, interpretada por la flautista Paula Robison, fue grabada en 1986.
La figura de Pan dio lugar, en la mitología romana, al dios de la naturaleza, Fauno, y junto con él a los faunos, genios de los bosques.
También el origen del Preludio a la siesta de un fauno está ligado a la literatura, al inspirarse en un poema de Mallarmé. La obra fue concebida inicialmente como acompañamiento al poema para su lectura pública y estaban previstas tres secciones. De hecho, en un principio su título hubiera tenido que ser Prélude, Interlude et Paraphrase finale sur l’Après-midi d’un faune. Finalmente Debussy sólo compuso la primera de las tres secciones; aún así la obra, considerada como una de las más importantes del compositor, es un poema sinfónico acabado que de ninguna manera da la impresión de que le falte algo. La sencilla historia sobre la que está construido es la descripción de una típica tarde de un fauno, dedicada a tocar su flauta, coquetear con las ninfas y, finalmente, abandonarse a un dulce sueño.
En 1912, años después de la composición y estreno del Preludio, los Ballets Rusos de Sergei Diaghilev pusieron en escena un ballet sobre esta obra, con la coreografía de Vaslav Nijinsky que causó un gran escándalo por su alto contenido erótico (todavía faltaba mucho para los movimientos de cadera de Elvis o de Michael Jackson, sólo por poner un par de ejemplos).
En el vídeo siguiente, Charles Jude, director del Ballet de la Ópera de Burdeos, baila esa misma coreografía junto con Marie Claude Pietragalla.
Ha pasado mucho tiempo desde el día en que le di a Luisa Bellitto su primera clase de violín: para ser exactos, se trataba del año 1987.
Luisa tenía sólo siete añitos, yo veintitrés. Ella era una niña muy guapa y risueña, con un grandísimo talento para la música, sumado a una entusiástica vitalidad y unas impresionantes ganas de aprender. Yo era un estudiante de violín en sus últimos años del Conservatorio superior, profesor inexperto pero apasionado en mi labor docente.
El talento de Luisa no tardó en dar sus frutos: tras apenas dos años de estudio se presentó a un concurso nacional que se celebraba en Florencia. Su padre, Vito, me informaba telefónicamente de los resultados: me llamó cuando pasó la selección inicial, volvió a llamarme cuando Luisa consiguió entrar en la final, y me telefoneó nuevamente nada más terminar esta última prueba. Recuerdo todavía las palabras con las que abrió su llamada: “Massimo, si estás de pie, siéntate…”.
Tras ese primer éxito, Luisa cosechó varios más en los dos años siguiente, en los cuales tuve el privilegio de darle clases. Luego, simultáneamente, nos trasladamos desde nuestro pueblo de origen: yo me vine a España y ella se fue a Milán, donde siguió sus estudios con Felice Cusano.
Clic en la miniatura para ver la foto en la web oficial de Riccardo Muti
Hace varios años hablé con ella por teléfono, una llamada que me llenó de alegría: había terminado sus estudios en el Conservatorio y estaba tocando en la Orquesta Luigi Cherubini, fundada y dirigida por Riccardo Muti.
Recientemente he descubierto que su nuevo logro es haber entrado en la prestigiosa Orchestra del Maggio Musicale Fiorentino. Espero poder escuchar uno de sus conciertos, algún día, con la orquesta o en una de las formaciones de cámara a las que pertenece. Y también espero que, tarde o temprano, pueda poner aquí un vídeo suyo, para que también podáis oírla tocar.
Desde luego hoy no puedo terminar esta entrada sin felicitar a Riccardo Muti ya que hoy mismo es su cumpleaños. Me sumo pues a los miembros de la Chicago Symphony Orchestra, formación de la que es Director Musical, para cantarle: Happy Birthday, Maestro Muti.
Este interesantísimo documento gráfico está realizado mediante el montaje de tres diferentes tomas: la primera es la ejecución de esa obra por el guitarrista malagueño Pepe Romero acompañado por una de las orquestas más prestigiosas del mundo, la Academy of Saint Martin in the Fields, dirigida por su fundador, Neville Marriner; en la segunda el solista le cuenta al director el triste episodio de la biografía de Joaquín Rodrigo que motivó e inspiró la composición del tiempo central del concierto, detallando y ejemplificando a la guitarra los elementos musicales que pretenden representar y transmitir los sentimientos que acompañaron al compositor en aquellas circunstancia; finalmente, el tercero contiene una entrevista a Victoria Kamhi -que conoció a Joaquín en 1928 y se casó con él cinco años más tarde- y algunos momentos de la pareja.
Estas escenas, el testimonio de Vicky y las imágenes de ella y Joaquín, son extremadamente tiernas: se les ve tan frágiles por su avanzada edad pero a la vez tan fuertes por la solidez de su amor, pues su paso es incierto y tambaleante pero su apoyo recíproco es firme y sólido.
La conmoción culmina hacia el final del vídeo, cuando con un gesto Joaquín le pide a Victoria que estreche su mano -su manera de poder mirarla a los ojos- cosa que ella, como de costumbre, se precipita a hacer: sus manos están constantemente entrelazada, relata el periodista que escribió este artículo con ocasión de sus 60 años de vida juntos, dos años después.
Victoria era una excelente pianista, aunque renunció al concertismo para poder estar cerca de su marido, del que fue también colaboradora artística, pues escribió, revisó y tradujo numerosos textos de sus obras. Ambos fallecieron en un mes de julio, ella primero, en 1997, y luego él, dos años más tarde.
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