Cada campo profesional tiene su propio vocabulario y expresiones y el canto no es ajeno a esta situación. Existe una terminología específica relacionada con la música y con la voz que es necesario conocer de una manera inequívoca.
Hablar con propiedad es fundamental cuando un cantante se relaciona con: otros cantantes, otros músicos (directores, pianistas), profesores, alumnos, etc.
Cuando un cantante además ejerce la profesión de docente ha de ser especialmente cuidadoso con el empleo de la terminología puesto que el alumno está aprendiendo conceptos que no pueden ser equívocos, el alumno debe conocer el significado de las palabras de una manera exacta y es el profesor el responsable de transmitir esos conceptos.
Desde mi punto de vista aprender a cantar es aprender un patrón muscular y soy consciente que para explicar algunos conceptos se utilizan símiles pero estos deben aproximarse lo más posible a la realidad. En mi caso, prefiero que sea el propio alumno el que cree sus propias imágenes mentales en función de sus sensaciones, mi labor se centra en hacerles distinguir qué sensación es la buena de la mala.
Ante todo hay que conocer los parámetros básicos del sonido: altura, intensidad y timbre; y ver de qué manera se relacionan con la voz y con los diferentes mecanismos de producción del sonido vocal.
Últimamente y a raíz de los programas televisivos relacionados con el canto observo el empleo de la terminología de una manera inexacta y equívoca, hasta tal punto de desvirtuar términos o darles usos que no corresponden con su definición. Por ejemplo, he podido escuchar "desafinamiento" en lugar de "desafinación" o referirse a las cualidades tímbricas de la voz de una manera impropia para una persona conocedora de esta profesión como "una voz calentita" para referirse a una voz que tiene un timbre no estridente.
Soy consciente de que poner palabras al sonido es complicado pero eso no quiere decir que no se pueda hacer con rigor y coherencia.