Daily Archives: 29 septiembre 2015
El Efecto Pigmalión es un suceso que describe cómo la creencia de una persona puede influir sobre otra. Normalmente se aplica al ámbito pedagógico, pero también influye en el ámbito laboral, social, familiar y personal.
Según los estudios psicológicos llevados a cabo sobre este efecto, las expectativas que un profesor tenga sobre un alumno u otro influirán en su rendimiento. De esta manera, los alumnos que el profesor considere más capacitados responderán de manera más positiva, debido a que de manera inconsciente, el profesor les tratará de un modo especial. A la larga, se ha comprobado que este trato en función de la idea que el profesor tiene del alumno provoca unos resultados escolares mejores en aquellos en los que el profesor deposita más confianza.
¿Cómo podemos usar de manera positiva este efecto?
Como profesores
Partiendo de la premisa de que, según tratemos a nuestro alumno, así responderá él, lo primero que debemos conseguir es olvidarnos de prejuicios a la hora de dar clase. Siempre nos puede parecer que un alumno es más trabajador que otro, que tiene más talento musical, que capta mejor nuestras explicaciones… Pero en el momento en que lo demos a entender, el alumno interiorizará que es menos capaz, y acabará siéndolo.
Por ejemplo, si te muestras “algo exasperado” cuando un alumno no te entiende o no hace las cosas tal y como se las explicas, él captará tu malestar y asumirá que es torpe. Lo mismo ocurre cuando haces una mala valoración de él. No me refiero a algo objetivo, como por ejemplo, decirle que una nota está desafinada, sino a afirmaciones del tipo “No eres expresivo” “Me parece que eres un poco vago” “Hazlo lo mejor que puedas”. Con palabras así estás transmitiéndole al alumno mucho más de lo que a priori te pueda parecer. Si le dices que es vago, estudiará poco porque “es lo que se espera de él.”
Las afirmaciones de ánimo y positivas reforzarán mucho más su autoestima y le ayudarán a ser un músico mejor y más seguro de sí mismo. No se trata de adular gratuitamente, ni de no regañarle cuando haya que hacerlo. Se trata de usar frases como “Sé que puedes dar más de ti mismo” en lugar de “No has estudiado nada”. “Vas a hacerlo bien, confío en ti” en lugar “Hazlo lo mejor que puedas”. “Estás avanzando” en lugar de “Todavía tienes mucho que aprender”.
Como intérprete
No sólo nos influye lo que otro dice y piensa sobre nosotros. Nosotros mismos también podemos perjudicarnos con nuestros pensamientos. Sobre esto, podemos tomar el concepto de Profecía Autocumplida que acuñó el sociólogo Robert K. Merton:
Una profecía autocumplida es una falsa definición de una situación o persona que evoca un nuevo comportamiento, el cuál hace que la falsa concepción se haga verdadera. Esta validez engañosa perpetúa el error. El poseedor de la falsa creencia, percibirá el curso de eventos como una prueba de que estaba en lo cierto desde el principio.
Tan sencillo como creer que se va a fracasar y, gracias a ese miedo y a nuestras consignas internas, no hallar más que fracaso. Contra ello, la mejor decisión es abandonar el pensamiento negativo y el miedo. Algo tan sencillo como repetirse frases positivas sobre lo que va a ocurrir puede ayudarnos a hacer que la profecía autocumplida sea positiva. Por ejemplo, durante un concierto, justo antes de un pasaje difícil, pensar “Me va a salir” en lugar de pensar “¡Se acerca ese pasaje horrible! No me va a salir…”
Hay una frase de Henry Ford que describe a la perfección este efecto:
“Tanto si piensas que puedes, como si piensas que no puedes, estás en lo cierto”.
El poder del pensamiento es muy fuerte, si nos fijamos una idea, puede ahondar sus raíces tanto como para convertirse en realidad.
Origen del término
El efecto Pigmalión tiene su origen en un mito griego. El escultor Pigmalión se enamoró de una de sus estatuas, Galatea. Estaba tan enamorado que trataba a la estatua como si fuera una mujer de carne y hueso. Finalmente la estatua cobra vida gracias a la ayuda de la diosa Afrodita, que se había conmovido al ver el amor que sentía el escultor.
Si te interesa el tema, puedes leer Las ranas y el efecto pigmalión.: 43 relatos para una escuela y una sociedad inclusiva
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La conexión entre el cuerpo y el instrumento es la embocadura.
La embocadura también forma parte de la sujeción del clarinete y asegura una conveniente canalización del aire soplado dentro del instrumento, haciendo que la caña vibre, produciéndose el sonido.
Una buena embocadura debe ser firme para asegurar una buena sujeción de la boquilla y sellado de la cavidad bucal (para que el aire no se escape por las comisuras), y flexible para permitir la vibración de la lengüeta.
Este aspecto debe ser tenido en cuenta desde el primer momento, dada su importancia para el desarrollo instrumental posterior.
En este post quiero hablar sobre una de las maneras de trabajar este aspecto.
Como aprendí escuchando clases de la clarinetista Nerea Meyer, una de las mejores maneras de ilustrarlo es remitirse a una embocadura de viento-metal: la musculatura facial está activa, los labios, flexibles.
Esta imagen nos da el efecto deseado: control y flexibilidad al mismo tiempo.
Así que ha llegado el momento de aplicarlo al aprendizaje de la buena embocadura y emisión sonora en el clarinete.
Veamos una embocadura antes, durante y después:
La mejora es evidente. Se trata de un alumno al que se le ha modificado la embocadura.
Ahora veamos ejemplos de alumnos en su primer contacto con el clarinete:
La embocadura de “trompeta”, para entendernos, la conseguimos con una sencilla “vuvuzela” de plástico, adquirida en cualquier bazar asiático. Pido perdón a los amigos metales por esta aparente simplificación.
En cualquier caso, no se trata solamente de “imitar” una posición con la boca, los labios o la barbilla, sino de tener como resultado un sonido “correcto”. Sin vibración de los labios, la vuvuzela no suena a vuvuzela. Sin la embocadura adecuada, el clarinete, o bien pita, o bien no suena. Una sencilla manera de relacionar desde el principio causa-efecto: buena embocadura- buena sonoridad.
¡Gracias por leer!
Cecilia
Archivado en: clarinete, Educación, Reflexiones