La razón te la da el contexto. Y hay veces que este pide a gritos que tires el maldito libro de texto a la basura, el cual no sé muy bien por qué se le llama así: tendría más sentido decirle "libro didáctico", y aún habría que hacer cierto esfuerzo para no anteponer "presunto" a la expresión; o mejor, "libro didáctico homologado", para ser transparentes y que nadie piense que caen de los árboles. Que ni son baratos, ni inocentes.
Las siguientes reflexiones —que dividiré en dos entradas— versan sobre mi experiencia personal ante el
, por poner un granito de arena a la cuestión, con Música de fondo, pero también otros fondos, y tienen digamos tres partes que se interrumpen un tanto entre sí: una introducción sobre la utilidad de los libros per se, aún como entes vírgenes conceptuales libres de pecado, pero lo pongo ya difícil hablando de los del pasado aún no superado; otra, sobre los libros reales y concretos que se nos imponen en la actualidad (que no son ni inocentes, ni baratos, decía); y otra última dispuesta para fantasear con posibles soluciones o, al menos, invitar a la reflexión. Porque tenemos un gran problema.
Mala fama tiene su uso en la pedagogía moderna y no tan moderna ya, y lo cierto es que se la han ganado a pulso desde los tiempos de los reyes godos. Desde luego, no me refiero a los tiempos de los de reyes godos de carne y hueso, y a buen entendedor pocas palabras bastan. En
, por ejemplo, un recuerdo amargo de hasta dónde puede llegar un libro antididáctico homologado por el mismísimo régimen franquista. Nos pueden parecer ejemplos muy crudos y demasiado evidentes, pero una dictadura podía lograr normalizarlos en la sociedad, y en buena parte eso se hizo precisamente a través del control de la educación.
Pero los virus a veces no mueren, solo mutan para adaptarse de nuevo. La gran pregunta es cómo nos juzgarán dentro de otros cuarenta años, cuando la distancia colabore en que lo sutil se transforme en evidente. La gran pregunta es qué se nos está escapando ahora mismo, y en qué medida no hemos cambiado tanto como nos gusta creer, que ya no hay dictadura pero sí amancebamiento. Jaione piensa que "nuestros mayores" salieron bastante bien, pero está claro que no todos: solo así se explica la España rancia del "a por ellos", la que defiende a una manada de violadores o la que se cree todos los bulos sobre los y las inmigrantes: el legado de la educación franquista sobrevivió a sus libros de texto.
La mala fama de hoy tiene su origen de aquí, y con razón, y no solo por sus contenidos, sino por cómo se usaban a pie de clase —que no es como los usan hoy la gran mayoría de profesores y profesoras de la Pública, a propósito, por mucho que esos y esas gurús del BBVA se empeñen en hacernos creer lo contrario—. La innovación educativa no consiste en quemar libros de texto cual inquisidores sin siquiera abrirlos, que también los bolígrafos han firmado fusiles al alba y nadie tiene nada en su contra.
Está claro que hay contextos en los que la presencia del libro puede estar justificada, y hasta leer algunos de sus pasajes en voz alta. Ciertas asignaturas, en ciertos niveles, con cierto alumnado. Es que es de perogrullo, nadie discute esto desde hace décadas. Lo que ocurre es que la inercia convirtió a los libros homologados en poco menos que el estado natural de las cosas, con las dependencias monolíticas que eso creó, a alumnado y a profesorado, y sus pescadillas aún se muerden la cola, eso sí que es verdad. Pero como somos muy de matar moscas a cañonazos, pues a veces nos creemos que muerto el perro (o sea, el libro) se acabó la rabia. Y no.
Los contenidos sin libro parecen —parecen— a priori más abiertos; ahora bien, con un libro de texto de por medio tampoco tendrían por qué dejar de ser así; eso sí, empleando este como complemento y no como dictador de vacuas memorietas, es evidente, igual que con cualquier otro libro de lectura o material didáctico. No, la culpa no es del cuchillo —¡o de los móviles,ejem!—, sino de quien lo empuña para degollar la creatividad en lugar de para pelar papas y cocinar una gran tortilla. Con cebolla, claro. Y si no te adecuas al contexto, ya da igual que uses el mejor libro o ninguno: ni el mejor será tan bueno, ni su ausencia te garantizará nada.
Recuerdo que en mi primer destino ya tenía el libro puesto de antemano por el anterior jefe de departamento: cuando lo dejé de lado, algunos chavales se llegaron a quejar a la mismísima directora, que además les dio bola y me pasó el mensaje en una sesión de evaluación. Además de desorientados, estaban nerviosos, cabreados. Y lo peor es que les daban la razón. Ese fue mi primer toque de atención tras unas oposiciones en las que, al contrario, decirle a un tribunal que seguirás un libro a rajatabla es la mejor forma de suspender automáticamente. Cosa que me parece bien, de las pocas que me parecen bien de las pruebas, por cierto. Pero tiene su ironía, porque luego es todo mucho más fácil si vendes tu alma al diablo.
Hasta aquí el debate ontológico: tras los años sigo prefiriendo no tener nada fijo y crear mis propios materiales; o, por supuesto, trabajar en la recolección de las mejores aportaciones de otros, que lo que hay por Internet de mis compañeros y compañeras le da mil vueltas a cualquier libro de texto (cuyos autores y autoras se inspiran muchas veces en lo que los y las profeblogueros y profeblogueras creamos y compartimos, dicho sea de paso...).
Ahora bien, reconozco que la dependencia que encuentro en algunos cursos, sobre todo en los más cercanos a primaria, permite o incluso exige la existencia de algo tangible, a todo color, con los contenidos ordenados de algún modo, aunque no sea el que me gustaría a mí. Admito a regañadientes que su presencia legitima y prestigia nuestra asignatura, tan menospreciada, aunque hay más formas de conseguir esto que con papel satinado, por supuesto.
No veo mal los libros didácticos como referencias puntuales para quienes aún no son capaces de coger apuntes, o para quienes ni aparecen y necesitan materiales unificados para recuperar, o para tener ejercicios de un momento a otro para la sala de convivencia (ese eufemismo que solo compite contra el del Ministerio de Defensa). Y ni digamos ya en otras asignaturas con mucho más peso en lo textual y en lo numérico. De momento he aceptado tenerlos en 1º y 2º de ESO, pero solo porque en Andalucía ya media el chequelibro, que si no, seguiría aún negándome de todas, todas.
A partir de aquí, el debate de a pie de trinchera, ampliándolo allende Andalucía, o Navarra, o País Vasco. Y aquí va mi tesis: aceptando la posibilidad de su pertinencia eventual como complemento en determinados cursos, mientras conseguimos aulas con más medios, ratios más bajas, y alumnos y alumnas menos dependientes de los libros de texto, aún todavía nos quedarían dos problemas muy graves que resolver: 1) los libros homologados que se nos ofertan suelen ser una basura, así de claro lo diré; y 2) los libros de texto cuestan un riñón, y el chequelibro (que es un paso, pero tampoco es la panacea, ojo) no se oferta en todos lados.
Resulta que, a priori, como libro de texto principal solo puedes escoger de entre una pequeña gama de candidatos: el selecto grupo de los homologados. O pseudohomologados, hablemos claro, pues rara vez son mirados con lupa por las administraciones, que hay mucho dinero e ideología en juego. Alguna vez ha ocurrido que el libro se retira tras alguna denuncia mediática, pero se retira porque se permitió de antemano, no nos olvidemos de eso.
En Andalucía no recuerdo el caso, recuerdo esta cosa tan repugnante que, ante la presión, decidió retirar no la Junta (!), sino la propia editorial, Anaya, confiando el nuevo libro retocado a los mismos autores. Y ya está. Aquí no ha pasado nada: ni una multa simbólica, ni una sanción: el resto del libro sigue estando homologado. El único que ha regulado algo es el propio mercado capitalista, que Anaya solo quiso lavar su imagen para no verse adectada.
Los libros de texto homologados suelen ser regulares, malos o hasta buenos en su parte más digamos técnica, pero desastrosos casi siempre en su currículum oculto (o en el evidente). No, "desastrosos" es un calificativo muy suave: albergan discursos de odio promovidos sin pudor, así de claro lo diré. Nada raro sabiendo que las editoriales que dominan el mercado son católicas. Pero lo de menos son los ejemplos espectaculares como el de Machado y Lorca, lo realmente dañino es lo que nos quieren colar revuelto en el puré.
De la parte técnica, cada uno lo sabrá bien en su materia. A veces se tratan los contenidos con excesiva e innecesaria complejidad; en otros casos predomina el simplismo historiográfico, abundando prejuicios superados por la universidad más decimonónica. En el caso de Música, si bien hay buenos materiales en lo que respecta a partituras o musicogramas, los textos en sí suelen ser de lo más inadecuado.
Eso sí, también predominan partituras puestas como relleno de pavo, que ocupan páginas y páginas que solo encarecen el producto, habiendo miles ya por Internet y con arreglos mucho más adecuados a nuestras realidades educativas. Además, a nadie se le ha ocurrido poner partituras con los nombres de las notas encima de las cabezas, algo que practicamos los docentes de música y que es básico para atender a la diversidad.
Pero lo peor son los contenidos, y aún no iré más allá de lo estrictamente musical. Me centraré en la parte histórica, con ejemplos al tun tún que recuerdo mientras escribo. La polifonía se inventó un buen día en Notre Dame, por supuesto, y a mayor gloria de la Iglesia católica. Hablaremos de la música de los siglos de la Edad Media en España... ¡obviando por completo la música andalusí! La dinámica de "Nuestra música" y de "otras músicas del mundo" rozará el racismo, si es que el racismo se puede rozar. Y si hay alguna compositora, su lugar será el de algún recuadro perdido, como rara avis, como una extraña invitada. Por cumplir y que conste, no más. Feminismo neoliberal de última hora, que no es feminismo ni es ná.
Las etapas de los periodos musicales son las mismas que podríamos encontrar en un manual de 1947, pues hay quien no es capaz de copiar y pegar bibliografía por lo menos un pelín más actualizada y descubrir que lo de los tres periodos del Barroco de Bukofzer está ya más que superado. Pero un momento: ¿qué hacemos contándole a una chavala de 2º de ESO lo de los tres periodos de Bukofzer?
Como en los libros de otras materias, se nota también el copia y pega a toda prisa, de bibliografías básicas ni siquiera citadas, pero sobre todo, de ediciones anteriores que hay que redactar de nuevo para incluir aquesta nueva competencia, objetivo, indicador evaluativo o lo que se inventen las altas instancias la semana que viene. Pero siempre con un descaro tremendo y una falta de seriedad y perspectiva crítica demoledora. Como ocurre con la última competencia: he visto uno en el que se subrayaba, no sin la ayuda de un calzador, la cultura emprendedora de... ¡los gremios de los lutieres medievales!
Es lógico entonces que las tablas que acompañan "la guía didáctica" o "proyecto didáctico" (ya sabéis, el machistamente conocico como "libro del profesor") acaben siendo loas al estructuralismo pseudocientífico, que ya solo falta vernos con batas blancas, programar y evaluar con microscopios, y nunca más mirar a los ojos a ningún alumno o alumna, convertidos y convertidas en simples número de este teatro.
El caso es que esas tablas triunfan porque, si las fusilas en tu programación, resuelto queda el trámite burocrático infame al que nos someten a los y las docentes: relacionar las competencias clave con los nuevos contenidos, objetivos y criterios de evaluación para cada unidad didáctica de cada asignatura. O eso piensan quienes creen que por ser libros homologados estás cubierto ante inspección, que tampoco lo estás, por incongruente que parezca. Cortas, pegas, que ya lo tienes hasta en formato digital, lo envías a Jefatura de Estudios, que a lo sumo le echará un vistazo, y santas pascuas. Y si no hay cambios normativos de un año a otro, cosa bastante rara, pues ni los retocas. Pero ni eso es así, ni la dignidad debería venderse tan barata, caramba. Por ahí no paso ni pasa la mayoría de mis compañeros y compañeras. Pero alguno he visto llamando a las editoriales para exigirles que les envíen el papeleo de forma inmediata...
Bueno, en realidad he visto ya de todo. Aún cursando el CAP, la profesora que me lo llevó andaba cabreada porque tal editorial le había comprado un aire acondicionado al Departamento de Sociales, con el alumnado muerto de calor, por cierto. Ahí ya me di cuenta de que algo no marchaba bien. A mí mismo me han llegado a proponer una pizarra digital, pero me negué tajantemente, por principios y porque, además, iba que chutaba en aquel centro con mi proyector y mi pizarra blanca para rotulador. Pero el caso es hay una financiación encubierta de medios que deberían ser dispuestos por la Administración, dejemos a un lado si las pizarras digitales no son sino otro timo para despilfarrar y conceder contratos. El caso es que no podemos privatizar la pública a trocitos, no podemos dejar los derechos del alumnado al mejor postor.
Estos libros también suelen ser basura, al menos en mi materia, porque el desorden campa a sus anchas en correspondencia con las ambiguedades e incoherencias marcadas por los diferentes currículos a lo largo de los años. Los de Música están dañados de muerte en Andalucía, especialmente desde que se cargaron 3º de ESO hará algo más de diez años. Cosas parecidas ocurren en otras asignaturas, y siempre se acrecienta el despropósito cuando ciertos contenidos se cubren de forma tan simplista en unos casos, tan profunda pero ingenuamente en otros. En todos los casos, sobresale una clara inadecuación al contexto en el que se impartirán.
Por ejemplo, lo de la polifonía nacida en el París medieval, además de ser mentira, es un flagrante caso de etnocentrismo, igual que todo lo que no sea de Occidente es visto como algo homogéneo, negativo, inferior, invisible. Como también hay un problema en la invisibilidad de la mujer, disimulada muy mal, decía, o en su tratamiento micro y macromachista, en Música y en todas las asignaturas. Como también se fomenta la visión del mundo privatizadora y capitalista con aquello de la educación emprendedora, el último gol neoliberal del PP, loando a los gremios con ingenua ironía, pero loando sobre todo a cualquier empresario o cosa que se le parezca de cualquier época antes que a cualquier trabajador actual. Como nunca desfilan personas de clases bajas si no es por ejemplo para inculcar la caridad cristiana o el racismo más paternalista. Como todo lo que se salga de la heterosexualidad normativa es tabú o tragedia chaikovskiana, y eso, a lo sumo. Como cuando la vejez no existe ni en las fotos, como si viviésemos en el mundo de Logan antes de fugarse. O como cuando se ensalzan las fuerzas armadas con un ánimo militarizante.
O como cuando se constata que no hay ningún tipo de perspectiva crítica hacia la historia sangrienta, anticientífica, machista, homófoba, moralista y censora de las religiones; antes al contrario, todo son buenas y apologéticas palabras respecto al hecho religioso, pero lo cogemos por los pelos desde la Prehistoria si hace falta, y a sobrecargar luego la historia de la música de obras sacras por encima de todo. Que molan, pero también con distanciamiento estético, no solo con fe por medio.
Aún estoy esperando un libro de la ESO en donde, al hablar de los castrati, se nos presente el tema no como un curioso exotismo, sino como algo cruel, mutilador... y de orígenes religiosos, que la mujer no podía cantar en una iglesia por una simple frase atribuida a san Pablo. O donde se nos cuente, tras matizar lo del París medieval, que hubo hasta un papa que espetó una bula prohibiendo esa nueva polifonía que se propagaba, por hermosa, al servicio del placer pecaminoso del oído.
Jurjo Torres, que lleva décadas denunciando esta situación y es seguramente la mayor autoridad al respecto en nuestros lares, resumía los males que he ido citando en una
reciente entrevista sobre los libros de texto patrios, y apuntaba culpables:
En definitiva, aún a día de hoy nos sale, en los estudios que realizamos todos los años que los libros de texto son clasistas, racistas, sexistas, edadistas, homófobos, militaristas y católicos. Puede haber un pequeño cambio con respecto a cuando los empecé a analizar en los 80, pero en líneas generales siguen siendo así, y se explica porque la mayoría de las editoriales pertenecen a grupos religiosos. Y los grupos laicos, como Anaya —aunque compró Bruño, que es un grupo religioso— y PRISA, que es el grupo Santillana, el problema que tienen es que quieren vender libros al alumnado de las clases medias y altas. Esos que están escolarizados en colegios privados y concertados religiosos católicos y, por lo tanto, o incorporas esos contenidos a los libros o, de lo contrario, no los van a comprar. Aún se quedaba corto Torres, de quien recomiendo todos y cada uno de los
artículos que recopila en su página web sobre los libros de texto, pues también podríamos hablar de bifobia, transfobia, gordofobia, discafobia, xenofobia (no solo de tipo racista), incitación al consumismo, publicidad encubierta (o no), revisionismo franquista, borbonismo... Además, cambiaría lo de "sexistas" por "machistas" o por "patriarcales", pues ambas alternativas ya implican el sexismo, que ya tiene uno bastante con esos planes escolares de Igualdad de Género pero nunca de Feminismo. O con las demagógicas equidistancias al tratar la Guerra Civil.
Pepo Jiménez tiene una antología con un poco de todo en su
artículo de grandes pasajes adoctrinantes de libros de texto, pasajes cazados en los últimos años a través de las benditas redes, que para esto no son tan malas; aunque, a propósito, su crítica a la arroba inclusiva de un libro concreto no venía a cuento ni es comparable al conjunto de bestialidades que acompañan su loable compendio.
Respecto al racismo etnocentrista de los libros de texto y su raquítica diversidad cultural, quisiera recomendar el artículo "Diversidad cultural y libros de texto", de María Elena Álvarez López, incluido en el libro
Educación Intercultural, perspectivas y propuestas (editado en la UNED por Teresa Aguado y Margarita del Olmo). Su estudio está dedicado a los libros de la asignatura de Sociales, pero sus conclusiones, de hace ya casi diez años, son aún hoy igualmente aplicables al resto, y por supuesto a mi materia:
Los libros de texto de Ciencias Sociales se basan en el presupuesto de una sociedad homogénea, transmiten la idea de que existen dos culturas, la de Occidente, con toda su riqueza artística, histórica y geográfica; y la de los otros, en la que sólo interesa reflejar su folklore. Los primeros son los responsables de los logros y avances de la humanidad, mientras que los segundos
representan el subdesarrollo.Sobre la cuestión patriarcal se puede uno o una introducir con
este resumen de Marisa Cohan, y, en particular para la invisibilidad de la mujer, no se debe ser docente y no conocer el
informe que Ana López Navajas coordinó para el Instituto de la Mujer en el seno de la Universitat de València. Según sus datos, la representación femenina en los libros de texto no llega ni al trece por ciento, y ese porcentaje tan solo garantiza que son nombradas, nada más. Imprescindible leer este
artículo suyo, o
cualquier otro de entre los que ha subido a Academia.edu.
En fin, no es mi objetivo hoy entrar en más detalles por ahora de de cada una de las miserias que caracterizan a estos libros, reflejos de la sociedad que a su vez colaboran en construir. Podríamos seguir mucho más, pero creo que es suficiente para esbozar una visión general de por qué creo que sigue siendo mejor rehuir de los libros de texto. De los que se nos ofertan. Por lo menos, hasta que no se ataje con determinación una renovación radical del sistema de homologación, que a día de hoy parece más un trámite de comprobación normativa y de rendición de cuentas, a empresarios y curas, antes que un control responsable de calidad.
Ahora bien, ojo, que los profes y las profes también estamos para deconstruir y desacralizar los textos, y eso, además, a los chavales y chavalas les encanta. Esa es mi propuesta de afrontamiento más clara desde el momento en el que, por el motivo que sea, asumimos tener el complemento puñetero en nuestras aulas. De hecho, interinos/as en sustitución y funcionarios que no sean jefes/as de departamento rara vez tienen la opción de quitarlo, o de por lo menos elegirlo. Ni siquiera desde la jefatura los puedes cambiar de un año para otro hasta que pasen cuatro. Y luego están las dependencias históricas de las que hablaba más arriba, pero es que nuestra obligación está en adaptarnos a nuestra realidad.
Por eso, nada de mirar para otro lado, al revés: cuanto peor sea el libro, pues quizás tanto mejor si aprovechamos para que el alumnado pierda ese extraño respeto a la autoridad que aún emana la letra impresa; aún tanto mejor para inculcar lo más importante que debe inculcar un profesor o profesora: pensamiento crítico.
Redundaré en esto último en la segunda parte de esta entrada, y me referiré asimismo a la necesidad de que los y las docentes de la Pública generemos y compartamos materiales propios, y que ello se nos valore de una vez. Pero primero hablaré del segundo gran problema al que aludía más arriba en relación a los libros homologados: el asqueroso dinero. Y matizaré algunas cuestiones del chequelibro andaluz...
Dadme un tiempo, y sigo.