Cats, II parte. Por Guillermo Názara

A continuación os presentamos la segunda parte del reportaje sobre Cats por nuestro autor invitado Guillermo Názara. Podéis seguirle en su twitter @MrNazara y en su canal de Youtube

Una vez más, Andrew Lloyd Webber se encontraba al borde de la desesperación. La fama y admiración por las que tanto había trabajado pendían de un agrietado hilo condenado a partirse. Todo habían sido problemas desde que había decidido embarcarse en el ambicioso –o, como la mayoría lo veían, absurdo- proyecto de convertir en un musical un viejo y olvidado repertorio de poemas infantiles. Y aun así, después de meses de constantes decepciones, ni siquiera había perdido un ápice de las ganas de seguir con aquella locura. 

La llamada de Cameron Mackintosh, el productor, era la cumbre de una gigantesca –y muy a su pesar, creciente- montaña de infortunios que habían acompañado a la obra desde su origen. A decir verdad, solo Andrew seguía teniendo fe en ella; estaba claro que algo que desde el principio había recibido tan mala acogida estaba destinado a fracasar. Pero el joven compositor no estaba dispuesto a abandonar aquello en lo que había volcado tanta dedicación, esfuerzo y, sobre todo, ilusión. Días después de hablar con Mackintosh, Andrew desembolsó varios millones de libras para que sus gatos pudieran hacerse un hueco en el West End.

Fueron semanas de intenso trabajo, en las que los miembros del equipo creativo tuvieron que ir a contrarreloj para cumplir con las exigentes fechas impuestas por la dirección del teatro. Tan solo disponían de cinco semanas para ensayar una pieza en la que cada movimiento, cada gesto debían ser coreografiados. Si bien memorizar todos esos pasos iba a ser una ardua y complicada tarea para el ensamble, diseñarlo en tan poco tiempo era una misión prácticamente imposible. 

Pero hacía tiempo que Cameron Mackintosh tenía su mente fijada en una persona; para él, la única capaz de asumir el irrealizable reto de preparar más de dos horas de baile en prácticamente un mes. Gillian Lynne había logrado hacerse un nombre gracias a las vanguardistas danzas que había creado para el Royal Ballet de Londres. Precisamente fue esa fusión de estilos la que captó la atención del productor, quien estaba convencido de que era exactamente lo que necesitaba una partitura tan ecléctica como la de Andrew.

Sin embargo, la innovadora artista no estaba dispuesta a aceptar ningún proyecto durante una temporada, aunque viniera de la mano de Lloyd Webber. Después de haber trabajado sin descanso en varios montajes, Lynne se acababa de casar y había decidido tomarse uno periodo sabático para disfrutar de su nueva vida en pareja. No obstante, Mackintosh no iba a permitir que la mejor oportunidad que tenía para llevar la obra a buen puerto se escapara de sus manos tan fácilmente. 

Tras haber recibido incontables negativas, Mackintosh consiguió convencer a Lynne para que, al menos, escuchara la partitura. Haciendo de tripas corazón, la coreógrafa aceptó darle una oportunidad a la cinta que Cameron le había enviado, en la que se oía al propio Andrew interpretando sus canciones al piano -con él mismo haciendo todos los personajes-. Acompañada de un ejemplar del poemario de Eliot, Lynne comenzó a darse cuenta de que lo estaba sonando ahí distaba mucho de aquella anodina pieza que se había imaginado. La bailarina estaba impresionada con la maestría con la que Andrew había musicalizado los versos del autor galés, cuyas letras parecían estar escritas específicamente para sus melodías. Quizás el talento del compositor era el único requisito que Lynne precisaba para cambiar de idea…

Los castings comenzaron de forma inmediata. En cuestión de días, los creadores tenían que encontrar a un elenco de más de veinte personas capaz de soportar las duras exigencias tanto vocales como actorales que Cats suponía en cada función. Si ya reunir intérpretes de tal calibre en Broadway era una proeza, encontrarlos en el West End de los años 80 sería un auténtico milagro. Si de algo tenían fama los ingleses era de la falta de preparación de sus bailarines; ningún musical de danza británico había cosechado éxito en ningún lado. No iba a ser nada fácil hacer desaparecer tan vergonzosa y -para los componentes de esta obra- problemática realidad.

Rent – Cuando el dolor y la injusticia dan lugar a un hito, por Guillermo Názara

Os presentamos un nuevo artículo de nuestro autor invitado Guillermo Názara, un verdadero conocedor y amante de los musicales, espero que lo disfrutéis. Podéis seguirlo en twitter @MrNazara


Al día siguiente, la ciudad de Nueva York amaneció radiante. Sus calles, vacías por tan solo unos instantes, estaban impregnadas de la alegría y la ternura que cada año aterrizaban en el West Village, colándose en miles de hogares y convirtiéndose durante semanas los únicos sentimientos de sus huéspedes. Ya hacía tiempo que el invierno había desembarcado en Manhattan, pero sus gélidas brisas y oscuras jornadas no habían servido de obstáculo para que aquella conmovedora sensación, a la que muchos apodaban <<espíritu>>, renaciera en el corazón de todo ciudadano como ocurría cada diciembre; la Navidad acababa de llegar a la Gran Manzana. 

Sin embargo, el otro lado de la isla se había despertado inmerso en un ambiente gris y lúgubre. Los vecinos, quienes tan solo ostentaban ese título por alojarse en sus contenedores y en las esquinas de sus callejones, merodeaban por las destartaladas manzanas en busca de alguna prenda con la que abrigarse o de algo mínimamente comestible que llevarse a la boca. El espíritu navideño había pasado de largo; se había acomodado en los hogares más opulentos de la ciudad y se había olvidado de aquellos que, en ningún momento del año -o incluso de su vida-, habían sido receptores del más mínimo detalle material o fraternal. 

Pero hacía tiempo que la exclusión había dejado de ser uno de sus peores problemas, pues un enemigo de origen desconocido había irrumpido inesperadamente en su comunidad y amenazaba con destruir a todo aquel que se interpusiera en su camino. El miedo y la angustia se propagaban por cada rincón del East Village a pasos agigantados, cuyos habitantes eran conscientes de su impotencia para enfrentarse a un rival tan sumamente despiadado. 

De nada servía pedir ayuda. Sus constantes gritos de auxilio no hacían sino incentivar el rechazo de las más altas esferas, que condenaban a las víctimas de tan cruenta masacre, acusándolas de ser las responsables de su propia desgracia. Por otro lado, nadie podía hacer nada para mitigar aquella ola exterminadora que arramplaba con ferocidad por las calles de Nueva York. Sus heridos suplicaban, pero casi nadie escuchaba. Los mártires de aquel veloz exterminio se habían convertido en un incómodo tabú que los había apartado definitivamente del resto de la sociedad. Eran los 90 y el SIDA estaba ganando la batalla. 

Jonathan Larson, por aquel entonces tan solo un simpático y peculiar camarero de una de las hamburgueserías más concurridas de la Gran Manzana, no podía dar crédito a la trágica situación que, en aquel momento, muchos colectivos y minorías se veían obligados a afrontar completamente solos. Siempre había detestado la discriminación, sobre todo la que, desde hace tanto tiempo, se había llevado a cabo en contra de los homosexuales. Era un tema que le indignaba especialmente, no porque él hubiera sido víctima de tales acosos, sino porque afectaba a una de las personas que más quería del mundo. 

Cuando eran adolescentes, Matthew, su mejor amigo, decidió que Jonathan fuera el primero en saber que era gay. Confesarlo no le había resultado nada fácil, pero jamás se arrepintió de haberlo hecho. Desde ese instante, Jonathan se convirtió en su roca. Lo apoyaba constantemente, incluso en los incómodos momentos en los que Matthew tenía que comentar su sexualidad a gente que no era capaz de comprender que un hombre pudiera sentirse atraído por otros hombres. Pero ese miedo a hablar abiertamente sobre quién era se había disipado hacía bastante tiempo. A fin de cuentas, ya no tenía motivos para temer que lo excluyeran; sabía que Jonathan siempre permanecería a su lado. 

Ahora, varios años después, Jonathan volvía a ser el primero en conocer algo nuevo sobre Matthew. La única diferencia era que esta vez no se trataba de un rasgo o una faceta suya, sino de una espantosa noticia en la que, repentinamente, su amigo se había visto involucrado: Matthew acababa de ser diagnosticado como enfermo del SIDA. La situación era muy grave; los médicos le habían aconsejado que pusiera sus asuntos en orden cuanto antes. Era cuestión de meses que el temido desenlace tomara lugar. Por un momento, Jonathan se quedó congelado. Reaccionar ante tan fatídica novedad era casi imposible; estaba a punto de perder a una de las personas más importantes de su vida… 

Aún conmocionado, Jonathan intentó tranquilizar a Matthew. <<Todo va a salir bien>>, repetía una y otra vez; pero lo cierto es que sus palabras no eran más que un improvisado parche con el que disimular el dolor y, sobre todo, el miedo que sentía. Lo que Matthew padecía no tenía cura, por lo que pensar que su amigo se recuperaría no era siquiera una ilusión; era un autoengaño. No obstante, no iba a permitir que la amargura y la desesperación consumieran a Matthew tal y como estaban haciendo con la mayor parte de la gente que pasaba por la misma situación. Apoyaría y ayudaría a su amigo en todo lo que pudiera. Desde ese momento, ninguna cosa más ocuparía su mente. Lo que no sabía es que pronto esta empezaría a obsesionarse con la creación de su obra maestra. 

Unos pocos días después, Matthew descubrió una pequeña organización dedicada a la asistencia de enfermos del SIDA. No ofrecía métodos para sanarse, pero sí para sobrellevar el terrible trago que sus víctimas estaban pasando. No había nada que Matthew necesitara más en esos momentos que comprensión, no por parte de sus allegados, sino de aquellos que se sentían y se enfrentaban a lo mismo que él. No obstante, precisaba que, una vez más, su mejor amigo fuera partícipe de esta experiencia. 

Aquella mañana, ambos acudieron a la reunión. Allí, ante un puñado de atentas miradas que, en lugar de juzgar, mostraban su compasión, Matthew pudo expresar libremente el pánico que padecía, además de la rabia y la frustración que, día tras día, asolaban su mente. Una agradable sensación de satisfacción invadió los cuerpos de Matthew y Jonathan. El primero, por haber logrado compartir sus anécdotas y sentimientos con gente que los había vivido en su propia piel; el segundo, por haber encontrado la escena perfecta con la que denunciar las tremendas injusticias que, por aquel entonces, gente como su mejor amigo estaba sufriendo; y, en consecuencia, el argumento de una obra que muy pronto revolucionaría Broadway y que lo consagraría a él, Jonathan Larson –al que muchos veían como un músico fracasado condenado a pasarse el resto de su vida sirviendo mesas-, como artista.

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Han participado como autores invitados: Mercedes Jorge (soprano y doctora en medicina), Alba Guerrero (cantaora flamenca e investigadora), Raquel Villar (cirujana maxilofacial), Alfredo Goncalves (pianista y arreglista), Guillermo Názara Reverter (pianista y compositor), Agustín Manuel Martínez (pianista), Manolo Bosch (periodista musical), Laura Martínez (psicóloga y músico) , Silvia Pujalte (autora del blog Liederabend)...

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El fantasma de la crítica por Laura Martínez, autora invitada


La autora del blog www.sermupsico.blogspot.com Laura Martínez ha escrito este post como autora invitada en La brújula del canto. Desde esta bitácora recomendamos que visitéis esta interesante página en la que habla de la psicología del músico y aporta consejos muy valiosos tanto para estudiantes como para profesionales.


Hay un fantasma al que los cantantes, y los músicos en general, nos enfrentamos en nuestro día a día y que nos ocasiona alguno que otro quebradero de cabeza: las críticas.

El resultado de nuestro trabajo es valorado por diferentes personas, a veces de forma positiva y otras de forma negativa. Estas críticas negativas, pueden afectarnos emocionalmente, generando sentimientos de impotencia, incompetencia, inferioridad, rabia, enfado, negatividad… Golpean nuestra mente, nos bloquean y no nos permiten avanzar. Afectan a nuestro rendimiento, no permitiéndonos dar el cien por cien.

Pero, ¿qué podemos hacer ante tal situación? ¿Cómo podemos combatir esas críticas que tanto nos afectan? ¿Qué podemos hacer con esas personas que nos critican? ¿Podemos “librarnos” de ellas?

Aquí te ofrezco unas pautas sencillas que te ayudarán.

1. En primer lugar, asúmelo: las críticas son inevitables. Creo que cualquiera estará de acuerdo con esta afirmación. Los mejores cantantes de la historia también han recibido críticas. Por muy bien que realices un trabajo, siempre habrá alguien que le saque punta. Y muchas veces, no podemos sacar a esas personas que nos critican de nuestra vida. Sea como sea, las críticas estarán ahí. En tu mano está, aprender a lidiar con ellas o dejar que te consuman.

2. No reacciones a la crítica de manera inmediata. Párate y analízala. Tal vez sea justa. Sé objetivo/a. Quizá has cometido un error y la crítica sea cierta. Si es así, no pasa nada. Eres una persona, no una “máquina de cantar” perfecta. Aprende de tu error y utilízalo para mejorar. Recuerda que equivocarse no es malo, lo malo es no aprender de los errores.

3. Hazte responsable de tus propios sentimientos. Las críticas tienen la importancia que tú les das. Ni más, ni menos. Si una crítica te afecta es porque tú has decidido que así sea. Nadie puede hacerte daño a menos que tú le des permiso para ello.

4. Extrae de la crítica aquella parte que te permita aprender algo. Intenta buscar en ellas una parte positiva, un aprendizaje. El resto… es basura emocional. ¡Tírala! ¡A la papelera con ella! No nos sirve para nada. Aléjala de tu mente lo antes posible. Y si vuelve (que lo hará) vuelve a alejarla. Una y otra vez, hasta que los pensamientos negativos se den por enterados de que no tienen cabida en tu cabeza.

5. Toma las cosas de quien vienen. Sabes que hay personas especialistas en encontrar defectos. Sabes que hay personas de las que no vas a recibir halagos. Sabes que hay personas que no aprecian o no entienden tu música. Sin malas intenciones, pero es así. No esperes otra cosa de ellas. No vas a cambiar a esas personas por mucho que lo intentes. Es su forma de ser. Cambiarles está en sus manos, no en las tuyas. Sonríe y apela al sentido del humor. Es la única manera de hacerles frente.

6. No atribuyas mala intención a la persona que te critica. Vale, reconozco que en algún caso puede haber mala intención. Pero… ¿te sirve de algo pensar que es así? Ese pensamiento sólo hará que te sientas mal. Mejor ser feliz ¿no? Aleja las malas vibraciones de tu mente. Sólo te harán mal.

7. Ten en cuenta que las personas que tienden a ver a los demás de manera negativa, son personas infelices y con una baja autoestima. Criticar a los demás, es la única manera que conocen para sentirse mejor. No es la adecuada, estamos de acuerdo, pero es la que conocen. Pensar esto, te ayudará a entender a esas personas que te critican y a quitar importancia a sus críticas.

Conseguir llevar a cabo estas pautas, es cuestión de constancia y esfuerzo, ya que supone, en muchos casos, un cambio de pensamiento radical. Si eres de las personas a las que las críticas le afectan, no conseguirás librarte de ellas de la noche a la mañana. Pero no decaigas. Puedes conseguirlo si te lo propones. Día a día. Paso a paso. No hay atajos, pero es posible. Puedes hacerlo. 
Puedes conocer más artículos de la autora en www.sermupsico.blogspot.com