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Al final de un día algo raro, en el que he batido mi récord personal de horas dormidas durante el día (más de siete), la fiebre ha remitido lo suficiente como para devolverme las ganas de mirar a la pantalla del ordenador, lo que me ha permitido dedicarme a algo aparentemente poco productivo: navegar sin rumbo por los vídeos de YouTube.
Sugerencia tras sugerencia, he llegado a un vídeo con una versión muy peculiar de uno de los mayores éxitos del rock, Bohemian Rhapsody de la banda británica Queen.
Esta canción, compuesta por el inolvidable Freddie Mercury, tiene una estructura muy diferente de las que suelen utilizarse para las canciones de música rock: una forma muy libre o como justamente dice el título, rapsódica. Se suceden, de hecho, seis secciones de muy distinto carácter: una introducción coral a cappella -algo posible gracias a la capacidad canora de los miembros del grupo, destacando sobre todas la voz prodigiosa de Mercury- deja paso a una balada que, oportunamente modificada, servirá para dar vida a la coda. Entre medias se alternan estilos tan variados como un solo de guitarra, otra parte vocal -esta vez acompañada- imitando la ópera (por algo el álbum que contiene esta canción se llama A Night at the Opera) y una sección de hard rock.
Cuando hablaba de una versión muy peculiar, obviamente no me refería al vídeo que acabamos de ver, sino el siguiente, que ha sido realizado por Joe Edmonds, un joven violinista estadounidense que ha transcrito esta canción para cuatro violines e interpretado sucesivamente las cuatro voces. En la fase de montaje, además de sobreponer las distintas grabaciones, Joe ha duplicado la parte más grave a la octava inferior, para reforzar la base armónica.
Esta entrada está dedicada a unos blogueros incipientes a los que esta mañana no he podido ver debido a la gripe: mis alumnos y alumnas de 1ºA y 1ºG.
Actualización (31/01/2011). Muchas gracias a Araceli, que me ha señalado otra versión sorprendente de esta canción, también realizada por una sola persona, aunque en este caso en directo (en TED2010) y sin ayuda tecnológica. Se trata de Jake Shimabukuro, virtuoso del ukelele, quien consigue evocar las voces y los instrumentos de la banda de rock británica sin emplear más recursos que las cuatro cuerdas de ese instrumento hawaiano.
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Cuatro años después de ofrecer su mítica TED Talk en la que afirmaba que las escuelas matan la creatividad, Sir Ken Robinson vuelve a ese mismo escenario para retomar el hilo de aquella conferencia y profundizar en ese tema, exhortándonos a iniciar una auténtica revolución en educación. Ya no son suficientes las reformas, dice Robinson, ya que éstas no hacen más que intentar mejorar un modelo roto, totalmente inútil.
Nuestra escuela no desarrolla el potencial de cada alumno o alumna, sino que homogeneiza el pensamiento, ignorando las aptitudes y los sueños de muchos y muchas jóvenes que vienen encarrilados en un sistema “industrial”, que les trata mecánicamente, ofreciendo a todos el mismo recorrido lineal, tan diferente de la variedad y complejidad del mundo en general y de nuestra sociedad en particular.
La obligatoriedad de la educación hasta los 16 años es seguramente un avance social, no creo que eso se pueda poner en duda. Sin embargo, lo que sí considero un falso progreso es la uniformidad del currículo y la organización del horario, en mi opinión inadecuadas tanto por la gran cantidad de horas pasadas en clases masificadas (la relación aprendizaje/hora es demasiado baja) como por la distribución de ese tiempo lectivo, basada en la supuesta mayor importancia de algunas de las asignaturas en vez de en el talento e interés de cada uno de los alumnos y alumnas.
He tenido ocasión de escuchar a docentes y políticos, o más frecuentemente ambas cosas reunidas en la misma persona, alabar esa característica de nuestra Educación Primaria y Secundaria bajo el argumento de que así se facilitan las mismas oportunidades a todo el mundo (“todos tiene derecho a llegar a la universidad”) y que hasta los 16 años el niño no es suficientemente maduro para elegir su camino.
Escondiéndonos tras este prejuicio, y algunos más, estamos desperdiciando el talento de un número altísimo de alumnos y alumnas y pisoteando sus sueños.
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A comienzo de este año escribí sobre el Auditorio digital (Digital Concert Hall) de la Orquesta Filarmónica de Berlín, la extensión virtual de la Philharmonie, el estupendo auditorio construido en la actual capital alemana a principio de los años 60 como sede de su orquesta más importante, una de las mejores del mundo.
Si todavía no habéis visitado ese sitio, ahora es el momento: el próximo viernes día 27 a las 19 horas CET (la hora de España y Alemania), tras el descanso estival, la Filarmónica de Berlín, bajo la batuta de su director principal, Simon Rattle, abrirá la nueva temporada de conciertos con un programa que incluye la cuarta sinfonía de Beethoven y la primera de Mahler. En esta ocasión, el patrocinador de la orquesta ofrece un número limitado de invitaciones para entrar en la DCH y asistir al concierto en directo de manera gratuita: haz clic en este enlace para conseguir la tuya. Allí nos veremos.
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En la mitología griega hay un personaje que suele representarse con un instrumento musical que de él recibe uno de los nombres con el cual es conocido. Se trata de Pan, un semidios de apariencia tan poco atractiva (mitad hombre y mitad macho cabrío) que una de las versiones sobre su nacimiento cuenta que su misma madre huyó presa del pánico (palabra que deriva del mismo Pan y de su aterrador aspecto) nada más traerlo al mundo.
Por eso no extraña que también Syrinx, joven y bella ninfa, quisiera escapar de sus atenciones cuando él se enamoró desesperadamente de ella. Llegada a la orilla de un río, antes de caer entre los brazos de Pan, que la perseguía, Syrinx suplicó a otras ninfas, las Náyades, que la convirtieran en un cañaveral.
Pan, tras oír el sonido que producía el viento rozando las cañas, construyó su flauta cortando algunas de ellas y llamó a ese instrumento con el nombre de su amada. Así que la flauta de Pan también se conoce como siringa.
Claude Debussy, compositor francés que nació hace exactamente 148 años, escribió por lo menos dos obras que, directa o indirectamente, recuerdan ese mito y ese instrumento, aunque en ellas emplea una flauta travesera para evocar el sonido de la siringa: Preludio a la siesta de un fauno (1894) y Syrinx (1913) (haz clic en los nombres de las obras para descargar las partituras).
Syrinx nació como música incidental para una obra teatral en la cual tenía que ser “la última canción de Pan antes de morir”. El drama nunca llegó a completarse, mientras que Syrinx es hoy en día una de las obras más importantes para flauta sola. La siguiente versión, interpretada por la flautista Paula Robison, fue grabada en 1986.
La figura de Pan dio lugar, en la mitología romana, al dios de la naturaleza, Fauno, y junto con él a los faunos, genios de los bosques.
También el origen del Preludio a la siesta de un fauno está ligado a la literatura, al inspirarse en un poema de Mallarmé. La obra fue concebida inicialmente como acompañamiento al poema para su lectura pública y estaban previstas tres secciones. De hecho, en un principio su título hubiera tenido que ser Prélude, Interlude et Paraphrase finale sur l’Après-midi d’un faune. Finalmente Debussy sólo compuso la primera de las tres secciones; aún así la obra, considerada como una de las más importantes del compositor, es un poema sinfónico acabado que de ninguna manera da la impresión de que le falte algo. La sencilla historia sobre la que está construido es la descripción de una típica tarde de un fauno, dedicada a tocar su flauta, coquetear con las ninfas y, finalmente, abandonarse a un dulce sueño.
En 1912, años después de la composición y estreno del Preludio, los Ballets Rusos de Sergei Diaghilev pusieron en escena un ballet sobre esta obra, con la coreografía de Vaslav Nijinsky que causó un gran escándalo por su alto contenido erótico (todavía faltaba mucho para los movimientos de cadera de Elvis o de Michael Jackson, sólo por poner un par de ejemplos).
En el vídeo siguiente, Charles Jude, director del Ballet de la Ópera de Burdeos, baila esa misma coreografía junto con Marie Claude Pietragalla.
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